Resumen del libro:
Después de la segunda guerra mundial, un joven y refinado matrimonio de Nueva York, Port y Kit Moresby, viaja al desierto norteafricano acompañado de su amigo Tunner. Bajo el impresionante paisaje que les rodea se esconden los peligros de una cultura que les es ajena y un entorno natural hostil. Poco a poco, el vacío y la crueldad del lugar los conducen hasta los límites de la razón. El cielo protector es la obra más aclamada de Paul Bowles y una de las cumbres de la literatura americana del siglo XX. Fue adaptada a la gran pantalla en 1989 por Bernardo Bertolucci.
Se despertó, abrió los ojos. La habitación le decía poco; había estado demasiado sumergido en la nada, de la que acababa de emerger. No tenía fuerzas para definir su situación en el tiempo y en el espacio; tampoco lo deseaba. Estaba en algún lugar; para regresar de la nada había atravesado vastas regiones. En el centro de su conciencia había la certidumbre de una infinita tristeza, pero esa tristeza lo reconfortaba porque era lo único que le resultaba familiar. No necesitaba otro consuelo. Permaneció un rato completamente inmóvil, en un descanso absoluto, para hundirse luego en una de esas somnolencias ligeras, momentáneas, que suelen suceder a un sueño largo y profundo. De pronto volvió a abrir los ojos y consultó su reloj de pulsera. Fue un puro acto reflejo, porque al ver la hora se desconcertó. Se incorporó, echó una mirada a la habitación charra, se llevó una mano a la frente y con un profundo suspiro volvió a tenderse en la cama. Pero ya se había despertado; en pocos segundos más supo dónde estaba, que la tarde terminaba, que había dormido desde el almuerzo. Oía a su mujer en la habitación contigua, taconeando con sus chinelas sobre el liso suelo de baldosas, y ahora que había alcanzado otro nivel de conciencia en el que no le bastaba la mera certeza de estar vivo, ese ruido lo tranquilizaba. Pero qué difícil era aceptar la alta, estrecha habitación con su cielo raso envigado, los colores neutros de los grandes dibujos anodinos de las paredes, la ventana cerrada, con sus vidrios rojos y anaranjados. Bostezó, faltaba aire en el cuarto. Después bajaría de la alta cama para abrir la ventana, y en ese momento recordaría su sueño. Porque, aunque le era imposible reconstruir un solo detalle, estaba seguro de haber soñado. Del otro lado de la ventana habría aire, tejados, la ciudad, el mar. El viento vespertino le refrescaría la cara y en ese momento reaparecería el sueño. Por ahora lo único que podía hacer era seguir tendido como estaba, respirando lentamente, casi a punto de dormirse de nuevo, paralizado en el cuarto sin aire, no a la espera del crepúsculo, sino quedándose inmóvil hasta que llegara.
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