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El castillo de Otranto

El castillo de Otranto - Horace Walpole

El castillo de Otranto - Horace Walpole

Resumen del libro:

El castillo de Otranto es considerado el texto inaugural de la literatura de terror gótico, iniciando un género literario que llegó a ser extremadamente popular a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y que continúa siéndolo en la actualidad. La historia está ambientada en Italia durante la Alta Edad Media.

Capítulo I

Manfred, príncipe de Otranto, tenía un hijo y una hija; ésta, hermosísima doncella de dieciocho años, se llamaba Matilda. El hijo, Conrad, tres años menor, era un joven enfermizo, apocado y poco prometedor; sin embargo, era el favorito de su padre, el cual nunca mostró síntomas de afecto por Matilda. Manfred había concertado el matrimonio de su hijo con Isabella, hija del marqués de Vicenza. Ésta había sido ya entregada por sus tutores a Manfred con el fin de que la boda se celebrase en cuanto lo permitiera el débil estado de salud de Conrad. La impaciencia de Manfred por llevar a cabo la ceremonia no había pasado desapercibida entre su familia y sus vecinos. Ciertamente, los primeros, conociendo la irascibilidad del príncipe, no osaban manifestar sus conjeturas ante tal precipitación. Su esposa, Hippolita, dama afable, se atrevía a veces a comentar el peligro que suponía casar a su hijo único tan pronto, alegando su extremada juventud y su falta de salud. Pero nunca obtuvo otra respuesta que los comentarios sobre su propia esterilidad, que le había dado tan sólo un heredero. Sus súbditos y arrendatarios eran menos cautos en sus observaciones. Atribuían esta boda precipitada al terror del príncipe a ver cumplida una antigua profecía, según la cual, al parecer, la familia actual perdería el castillo y el señorío de Otranto cuando el verdadero dueño se hiciera demasiado grande para habitarlo. Era difícil encontrar algún sentido a la profecía y aún más ver la relación que guardaba con la boda en cuestión. No obstante, estos misterios o contradicciones no disminuían el fervor con el que el pueblo mantenía su opinión.

Se fijó el cumpleaños del joven Conrad como fecha para los esponsales. Los invitados se encontraban reunidos en la capilla del castillo y todo estaba dispuesto para el comienzo del oficio religioso, cuando se vio que faltaba el propio Conrad. Manfred, que no había visto marcharse a su hijo, e impaciente ante el mínimo retraso, mandó a uno de los criados en busca del joven príncipe. El sirviente no se había ausentado tan siquiera el tiempo necesario para cruzar el patio hasta los aposentos de Conrad, cuando regresó corriendo, sin aliento y alteradísimo, con los ojos desorbitados y arrojando espuma por la boca. Sin decir palabra, señaló hacia el patio. Los invitados estaban presos de asombro y terror. La princesa Hippolita, sin saber lo que ocurría, pero temiendo por su hijo, se desmayó. Manfred, no tan asustado como irritado ante la dilación de los esponsales y la estupidez del criado, preguntó imperiosamente qué sucedía. El hombre no respondía y seguía señalando hacia el patio; pero al cabo contestó a las numerosas preguntas que le hacían, gritando:

—¡El yelmo! ¡El yelmo!

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