Resumen del libro:
En “El castillo de los Pirineos”, Jostein Gaarder despliega su maestría narrativa al fusionar de manera elegante elementos de historia de amor, creencias sobrenaturales y eventos de la cruda realidad. La trama sigue a Steinn y Solrun, quienes, tras décadas sin contacto, coinciden en la terraza de un antiguo hotel en un fiordo noruego. El escenario cobra relevancia, ya que en ese mismo pueblo, más de treinta años atrás, vivieron una experiencia que marcó sus vidas y los separó. El misterio de lo sucedido en el pasado se convierte en el hilo conductor de la trama.
La obra se caracteriza por la habilidad del autor para entrelazar el romance con cuestionamientos filosóficos. Gaarder plantea la pregunta central: ¿es la ciencia y la razón la única luz que puede arrojar claridad sobre la existencia humana, o existen fuerzas ocultas que ocasionalmente nos sorprenden? Este dilema se convierte en el epicentro de un diálogo entre los protagonistas, quienes interpretan de manera radicalmente diferente los eventos del pasado.
La prosa magnífica de Gaarder cautiva al lector, conduciéndolo a través de una narrativa que no solo explora el amor perdido y reencontrado, sino que también incita a reflexionar sobre las complejidades de la realidad y la intersección entre lo tangible y lo inexplicable. El autor demuestra una vez más su capacidad para tejer narrativas envolventes que exploran la dualidad de la experiencia humana.
En “El castillo de los Pirineos”, Jostein Gaarder presenta una obra que va más allá de la historia de amor convencional, explorando las profundidades de la mente humana y desafiando las fronteras entre lo científico y lo místico. Su narrativa cautivadora invita a los lectores a sumergirse en un viaje emocional y filosófico, donde las preguntas sobre la naturaleza de la realidad y las fuerzas invisibles se entrelazan en una trama rica en matices. Con esta novela, Gaarder consolida su posición como un autor que no solo cuenta historias, sino que también invita a la reflexión sobre la complejidad de la existencia.
I
Aquí estoy, Steinn. Fue mágico volver a verte. ¡Y justo allí! Te quedaste tan aturdido que casi te caes de espaldas. Aquello no fue una «casualidad». ¡Intervinieron las fuerzas! ¡Las fuerzas!
Pudimos disfrutar de cuatro horas para nosotros solos. Aunque, para decir la verdad, después Niels Petter no estaba muy contento que digamos. No abrió la boca hasta que llegamos a Førde.
Tú y yo nos fuimos derechos valle arriba. Media hora después nos encontrábamos de nuevo en la arboleda de abedules…
Ninguno de los dos dijimos ni una palabra durante el paseo. Sobre aquello, quiero decir. Hablamos de un montón de cosas, pero no de eso. Igual que entonces. Éramos incapaces de enfrentarnos juntos a lo que había sucedido. Así se nos secó la raíz, tal vez no la tuya, ni la mía por separado, sino la de los dos como pareja. Aquella vez hace tantos años ni siquiera conseguimos darnos las buenas noches. Recuerdo que esa última noche dormí en el sofá. Y recuerdo el olor a ti, fumando en la habitación contigua. Me parecía ver tu nuca inclinada a través de la pared y la puerta cerrada. Estabas inclinado sobre el escritorio fumando. Al día siguiente me marché de la casa, y no nos volvimos a ver en más de treinta años. Resulta increíble.
Y de repente nos despertamos tras un sueño de Bella Durmiente de años y años, ¡como con el mismo y milagroso despertador! Y los dos vamos de nuevo a ese lugar, sin saber que el otro está haciendo lo mismo. El mismo día, Steinn, en un nuevo milenio, en un nuevo mundo. ¡Qué te parece! ¡Después de más de treinta años!
¡No me digas que es una casualidad! ¡No me digas que no existe la Providencia!
Lo más surrealista de todo fue cuando de repente salió a la terraza la dueña del hotel, que entonces era la joven hija de la casa. También por ella habían pasado treinta años. Creo que se encontró con el mayor déjà-vu de toda su vida. ¿Recuerdas lo que dijo? Cuánto me alegro de que sigáis juntos. Esas palabras fueron hirientes, a la vez que algo cómicas, teniendo en cuenta que tú y yo no nos veíamos desde una mañana a mediados de los setenta, en que cuidábamos a las tres niñas de la mujer. Era un favor que le hacíamos en agradecimiento por habernos prestado las bicicletas y una radio.
Me están llamando. Es una noche de julio y estamos aquí, junto al mar, pasando las vacaciones como manda la tradición. Creo que ya han puesto algunas truchas en la barbacoa, y Niels Petter entra a servirme una copa. Me concede diez minutos para acabar lo que estoy haciendo, y necesito esos minutos porque tengo que pedirte algo importante.
¿Podemos llegar al acuerdo solemne de borrar todos los correos electrónicos que nos enviemos, conforme los vayamos leyendo? Quiero decir inmediatamente, enseguida, y claro, ni pensar en imprimirlos.
Me imagino este nuevo contacto como una vibrante corriente de pensamientos entre dos almas más que como un intercambio de cartas que quedarían tras nosotros para siempre. Así podremos permitirnos el lujo de escribir sobre cualquier asunto.
Están además nuestros cónyuges e hijos. No me gusta la idea de tener almacenada cualquier cosa en el ordenador.
No sabemos cuándo nos marcharemos. Pero un día escaparemos de este carnaval con todas sus máscaras y roles, dejando sólo unos fugaces accesorios tras nosotros, antes de que también ellos sean barridos del escenario.
Saldremos del tiempo, saldremos de lo que llamamos la «realidad».
Transcurren los años, pero nunca me abandona el miedo de que algo relacionado con lo que sucedió aquel día vuelva a aparecer de repente. Tengo la sensación de que algo me pisa los talones, como si alguien estuviera a punto de atraparme.
No me olvido de las luces azules de Leikanger, y aún hoy me estremezco cada vez que noto que tengo un coche de policía detrás. Una vez, hace unos años, un policía uniformado llamó a mi puerta. Tuvo que darse cuenta del susto que me llevé. Sólo quería preguntar por una dirección en el barrio.
Seguramente pensarás que me preocupo innecesariamente. Además, ha prescrito cualquier responsabilidad penal.
Pero la vergüenza no prescribe…
¡Prométeme que lo borrarás!
No me dijiste por qué estabas allí hasta que nos sentamos en la ruinas de aquella vieja granja de verano. Intentaste contarme lo que habías hecho durante los últimos treinta años, y me explicaste lo de tu proyecto climático. Luego te dio tiempo justo a decir algo de un sueño muy intenso que habías tenido justo la noche antes de encontrar nos en la terraza. Un sueño cómico, dijiste, pero no pudiste decir nada más antes de que esas vaquillas vinieran brincando y nos echaran de allí, haciéndonos bajar de nuevo al valle. No volviste a decir nada sobre ese sueño.
Pero claro, el que tengas sueños cómicos forma parte de todo esto… Íbamos a dormir unas horas, pero estábamos demasiado nerviosos para dormir, y nos quedamos tumbados susurrándonos cosas con los ojos cerrados. Sobre estrellas, galaxias y cosas por el estilo. Sólo sobre cosas grandes, lejanas y superiores, por así decirlo…
Resulta extraño pensar en todo eso hoy. Aquello sucedió antes de que yo empezara a creer en algo. Eso sí, justo antes.
Me están llamando otra vez. Sólo un último comentario antes de enviarte esto. El lago de entonces se llama Eldrevatnet, es decir, el lago de los Mayores. ¿No te parece un nombre extraño para un pequeño lago de alta montaña, lejos de la gente y del ganado? Quiero decir: ¿quiénes eran, en su tiempo, los «mayores» de ese lugar de allí arriba, entre picos y cormoranes?
Esta vez, viniendo en el coche con Niels Petter, no hacía sino mirar fijamente el libro de carreteras. No había estado allí desde entonces, y era incapaz de levantar la vista cuando llegamos al lago. Unos minutos después pasamos también por el otro lugar, me refiero al del precipicio, ése fue el punto más doloroso por el que pasamos.
Creo que no levanté la mirada del mapa hasta que nos encontramos abajo en el valle. Así aprendí un montón de topónimos que iba leyendo a Niels Petter en voz alta. Tenía que hacer algo. Temía derrumbarme y tener que contarle todo.
Luego llegamos a los nuevos túneles. Insistí en que fuéramos por ellos en lugar de pasar por la iglesia medieval y luego bajar hasta la vieja carretera a lo largo del río. Me inventé una tontería de que era tarde y que andábamos mal de tiempo.
Conque el lago de los Mayores…
La Mujer de los Arándanos sí que era «mayor». Al menos nos lo parecía entonces. Una señora mayor, decíamos. Una señora mayor con un chal carmesí sobre los hombros. Teníamos que asegurarnos de que habíamos visto lo mismo. Eso era mientras aún nos hablábamos.
La verdad es que ella tenía la misma edad que yo tengo hoy, ni más ni menos. Era lo que se suele llamar una mujer de mediana edad.
Cuando saliste a la terraza fue para mí como encontrarme conmigo misma en la puerta. Hacía treinta años que no nos veíamos. Pero no sólo eso. Tuve una sensación muy real de verme a mí misma desde fuera, desde tu punto de vista, quiero decir, y con tu mirada. De repente yo era la Mujer de los Arándanos. Una sensación inquietante se me vino encima.
Vuelven a llamarme para que salga. Ya es la tercera vez. Envío y borro. Un abrazo, Solrun.
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