Resumen del libro:
Stanislaw Lem, maestro de la ciencia ficción, nos sumerge en el intrigante cosmos de “El breviario de los robots”. A través de las hazañas intergalácticas del audaz aventurero Ijon Tichy, Lem teje cinco relatos que nos conducen por planetas y conflictos, ofreciendo una amalgama de humor y profundidad. En este breviario, Lem despliega su aguda perspicacia sobre la condición humana y los desafíos de la civilización.
Las narrativas de Tichy se entrelazan con el ingenio característico de Lem, explorando el espacio exterior y las complejidades de la existencia. El autor, reconocido por su capacidad para fusionar la sátira y la filosofía, nos invita a reflexionar sobre la esencia del hombre en medio de las vicisitudes cósmicas.
Este libro adquiere una dimensión visual única gracias a las ilustraciones de Philippe Druillet, cofundador de la influyente revista Métal hurlant. Su colaboración visualiza el universo de Lem de manera impactante, agregando capas visuales a la narrativa, convirtiendo “El breviario de los robots” en una experiencia única que cautiva tanto a la mente como a los ojos.
VIAJE UNDÉCIMO
El día empezó mal. El desorden reinante en casa desde que mandé a mi criado al taller de reparaciones, crecía de manera alarmante. No podía encontrar nada. En mi colección de meteoritos hicieron su nido unos ratones. Han roído el más bonito de mis condritos.
Cuando hacía el café, se salió la leche. Ese imbécil eléctrico había guardado los paños de cocina con los pañuelos. Debía haberlo hecho revisar hace tiempo, cuando empezó a embetunar mis zapatos por dentro. Tuve que usar, en vez de un paño, un paracaídas viejo. Fui arriba, quité el polvo a los meteoritos y puse una ratonera. Yo mismo había cazado todos los ejemplares de mi colección. No cuesta mucho: basta con ponerse detrás del meteorito y echarle una red encima.
De repente me acordé de las tostadas y bajé corriendo. Evidentemente, se habían carbonizado. Las eché al fregadero. Se obturó, claro está. Me encogí de hombros y fui a echar una mirada al buzón.
Estaba lleno del habitual correo de las mañanas: dos invitaciones a congresos en unos poblachos provincianos de la nebulosa del Cáncer, impresos publicitarios de una pasta para pulir cohetes, un número nuevo del Viajero a Reacción. De interesante, nada. En el fondo del buzón había un sobre grueso de color oscuro, con cinco sellos de lacre encima. Lo sopesé en la mano y lo abrí.
El Plenipotenciario Secreto para los asuntos de Rerecom tiene el honor de invitar al Sr. D. Ijon Tichy a una reunión que tendrá lugar el 16 del mes en curso a las 17.30 horas en la sala pequeña de Lambretanum. Se verificarán estrictamente las invitaciones. Entrada con radiografía previa.
Rogamos manténgase el secreto.
Firma ilegible, sello y otro sello encarnado, oblicuo:
ASUNTO DE IMPORTANCIA CÓSMICA. ¡¡SECRETO!!
Bueno, por fin algo, pensé. Rerecom, Rerecom… Conocía el nombre, pero no podía acordarme de qué. Busqué en la Enciclopedia Cósmica. Había solo Rerelania y Rerempilia. ¡Curioso! Tampoco en el Almanaque había nada bajo esta voz. Sí, era de verdad interesante. Seguro, seguro, un Planeta Secreto. «Me gusta», dije para mí mismo, y empecé a vestirme. Eran apenas las diez, pero tenía que contar con la ausencia del criado. Encontré los calcetines en la nevera casi en seguida; me parecía que yo podía seguir el curso de las ideas de un cerebro electrónico averiado cuando me enfrenté con un hecho extraño: en toda la casa no había un solo par de pantalones. Ni uno. En el armario sólo había chaquetas. Revolví toda la casa, incluso saqué todos los trastos del cohete: nada. Constaté solamente que aquel idiota deteriorado se había bebido todo el aceite que guardaba en la cava. Debía haberlo hecho no hacía mucho, porque había contado las latas la semana pasada y todas estaban llenas. Esto me irritó de tal manera que reflexioné seriamente si no era mejor venderlo para chatarra. Como no le gustaba levantarse temprano, llevaba meses tapándose los oídos con cera al acostarse. ¡Ya podía yo tocar el timbre! Luego mentía y decía que era por distracción. Le amenacé varias veces gritando que le desenroscaría los fusibles, pero el sólo zumbaba por toda contestación. Sabía que me era necesario.
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