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El barón rampante

Resumen del libro:

Cuando tenía doce años, Cosimo Piovasco, barón de Rondò, en un gesto de rebelión contra la rígida disciplina familiar, se encaramó a una encina del jardín de la casa paterna. Ese mismo día, el 15 de junio de 1767, conoció a la hija de los marqueses de Ondarivia y le anunció su propósito de no bajar nunca de los árboles. Desde entonces y hasta el final de su vida, Cosimo permanece fiel a un principio que él mismo se ha impuesto. La acción transcurre en las postrimerías del siglo XVIII y en los albores del XIX: Cosimo participa tanto en la Revolución francesa como en las invasiones napoleónicas, pero sin abandonar nunca esa distancia necesaria que le permite estar dentro y fuera de las cosas al mismo tiempo. En esta espléndida obra, auténtica novela de aventuras rebosante de humorismo poético y fantástico, Calvino se enfrenta con el que, según él mismo declaró, es su verdadero tema narrativo: «Una persona se fija voluntariamente una difícil regla y la sigue hasta sus últimas consecuencias, ya que sin ella no sería él mismo ni para sí ni para los otros».

Nota preliminar

El barón rampante fue publicado por primera vez en junio de 1957 por la editorial Einaudi, de Turín. En 1965, Italo Calvino cuidó una edición anotada para estudiantes de bachillerato, ocultándose bajo el anagrama de Tonio Cavilla. Para esta edición escribió la siguiente Nota preliminar.

Un chico se encarama a un árbol, trepa por sus ramas, pasa de una planta a otra, decide no bajar nunca más. El autor de este libro no ha hecho sino desarrollar tan sencilla imagen y llevarla hasta sus últimas consecuencias: la vida entera del protagonista transcurre en los árboles, una vida nada monótona, antes bien, llena de aventuras, y nada eremita, aunque entre él y sus semejantes mantenga siempre esa mínima pero infranqueable distancia.

Nace así un libro, El barón rampante, bastante insólito en la literatura contemporánea, escrito en 1956-1957 por un autor que tenía entonces treinta y tres años; un libro que rehúye cualquier definición precisa, tal y como el protagonista salta de una rama de acebo a la de un algarrobo y resulta más inaprensible que un animal selvático.

Humorismo, fantasía, aventura

Así pues, el mejor modo de abordar este libro es considerarlo una especie de Alicia en el país de las maravillas, de Peter Pan o de El Barón de Munchhausen, esto es, identificar su fuente en esos clásicos del humorismo poético y fantástico, en esos libros escritos como juego, que están tradicionalmente destinados a la estantería de los jóvenes. En la misma tradicional estantería, esos libros están junto a las adaptaciones para jóvenes de sesudos clásicos como Don Quijote y Gulliver; así, esos libros de autores que se proponen volver a la infancia para dar rienda suelta a su imaginación revelan una imprevisible hermandad con libros llenos de sentido y de doctrina, sobre los que se han escrito bibliotecas enteras, pero de los que los chicos se adueñan precisamente a través de las situaciones y las imágenes visualmente inolvidables.

Que detrás del divertimento literario de El barón rampante se percibe el recuerdo –más aún, la nostalgia– de las lecturas de la infancia, repletas de personajes y casos paradójicos, parece indudable. También puede detectarse la afición a esos clásicos de la narrativa de aventuras, en los que un hombre ha de solventar las dificultades de una situación dada, de una lucha con la naturaleza (empezando por Robinson Crusoe náufrago en la isla desierta), o de una apuesta consigo mismo, de una prueba que debe ser superada (como Phileas Fogg, que da la vuelta al mundo en ochenta días). Sólo que aquí la prueba, la apuesta, es algo absurdo e increíble; falta la identificación con el suceso, primera regla de los libros de aventuras, ya traten del joven Mowgli criado por los lobos de la selva o de su pariente menor Tarzán, crecido entre los monos en los árboles africanos.

El fondo dieciochesco

El barón rampante es, pues, una aventura escrita como juego, pero a veces el juego parece complicarse, transformarse en algo distinto. El hecho de que se desarrolle en el siglo XVIII brinda de entrada al libro tan sólo un escenario apropiado, luego el autor acaba zambulléndose en el mundo que ha evocado, para proyectarse en el siglo XVIII. Entonces el libro tiende por momentos a parecerse a un libro escrito en el siglo XVIII (a ese especial género de libro que fue el «cuento filosófico», como el Cándido, de Voltaire, o Jacques el fatalista, de Diderot), y por momentos a convertirse en un libro sobre el siglo XVIII, una novela histórica alrededor de cuyo protagonista gira la cultura de la época, la Revolución francesa, Napoleón…

Sin embargo, «cuento filosófico» no es. Voltaire y Diderot tenían una tesis intelectual bien clara que sustentar por medio del humor de sus invenciones fantásticas, y era la lógica de su polémica la que sustentaba la estructura del cuento; para el autor de El barón rampante, en cambio, está primero la imagen, y el cuento nace de la lógica que enlaza el desarrollo de las imágenes y de las invenciones fantásticas.

Tampoco es «novela histórica». Esos aristócratas y esos «ilustrados», esos jacobinos y esos napoleónicos, no son más que figurillas de un ballet. También las actitudes morales (el individualismo fundado en la voluntad, que alienta la vida de Alfieri) nos llegan como caricaturizadas por un espejo deformante. A lo sumo, la «novela histórica» sigue siendo, para el autor de este libro, objeto de un amor continuamente declarado pero que él sabe inalcanzable, porque el árbol de la literatura aguanta mal los frutos de fuera de temporada.

Un nostálgico entrelazamiento de referencias se puede establecer, por ejemplo, entre El barón rampante y Le confessioni d’un Italiano, de Ippolito Nievo (otro libro ideal de esa estantería de lecturas juveniles). El arco de la vida de Cosimo di Rondò abarca aproximadamente los mismos años que los de la de Carlino di Fratta; no falta la galería de los excéntricos hidalgos de provincia, entre ellos un familiar vestido a la turca (como en Nievo el resucitado padre de Carlino); Viola puede considerarse una hermana menor de Pisana; y los ecos de la Revolución, los Árboles de la Libertad, hasta el encuentro con el emperador Napoleón en persona son elementos que comparten ambos libros. Pero el recuerdo de la cálida, afectuosa, apasionada visión del mundo de Nievo no hace sino resaltar la estilización grotesca, escueta, irónica, toda ella arrebatos y brincos rítmicos de El barón rampante.

¿Nos hallamos, entonces, ante una «parodia» de la novela histórica? No exactamente: el autor trata siempre de evitar los anacronismos intencionados, las caricaturas demasiado fáciles, el sabor de entretenimiento didáctico propio de las parodias.

Para ubicar con exactitud el trasfondo del libro, conviene recordar que en las últimas décadas los historiadores italianos (especialmente los del ámbito al que pertenece el autor: la Turín de la editorial Einaudi) se han ocupado sobre todo del período que antecede, acompaña y sigue a la Revolución francesa, de sus reflejos en la historia de las ideas y de la literatura en Italia, de los «ilustrados» y de los «jacobinos» que constituyeron minorías intelectuales combativas en todos los países de Europa. El barón rampante es también esto: una burlona invasión del autor en el terreno de sus amigos estudiosos.

El barón rampante – Italo Calvino

Sobre el autor:

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