El banquero anarquista
Resumen del libro: "El banquero anarquista" de Fernando Pessoa
“El banquero anarquista” es un fascinante relato escrito por el reconocido poeta y escritor portugués Fernando Pessoa. Esta obra, aunque breve, logra sumergir al lector en un diálogo filosófico y político profundo, presentado en forma de una conversación entre dos personajes principales: un banquero y un narrador.
El libro comienza con el narrador encontrándose casualmente con el banquero en un café, quien luego le invita a su casa para discutir temas políticos y sociales. A lo largo de su charla, el banquero expone su visión anarquista radical y defiende su postura sobre la abolición del sistema financiero y el Estado.
A medida que avanza la conversación, el narrador cuestiona y plantea argumentos opuestos, generando un intenso intercambio de ideas y puntos de vista. La habilidad de Pessoa para crear diálogos profundos y persuasivos se hace evidente en cada página, manteniendo al lector inmerso en el debate y provocando la reflexión sobre temas políticos y económicos de gran relevancia.
El estilo literario de Pessoa es impecable. Su prosa es clara y concisa, pero a la vez elegante y poderosa. Cada palabra está cuidadosamente elegida para transmitir el significado exacto y la carga emocional necesaria. Aunque el libro es breve, logra condensar una cantidad significativa de ideas y argumentos, sin perder en ningún momento su coherencia y fluidez.
“El banquero anarquista” no es solo una obra que explora el anarquismo y el sistema bancario, sino que también invita al lector a cuestionar las estructuras de poder y a reflexionar sobre la sociedad en la que vivimos. A través de este diálogo intelectual, Pessoa nos desafía a pensar más allá de las convenciones establecidas y a considerar nuevas formas de organización social y política.
En conclusión, “El banquero anarquista” es una joya literaria que combina el arte de la escritura de Fernando Pessoa con una profunda exploración de ideas políticas y sociales. Este libro es una lectura obligada para aquellos interesados en la filosofía, la política y la literatura, y sin duda dejará una marca duradera en la mente del lector.
HABÍAMOS acabado de cenar. A mi lado, mi amigo el banquero, gran comerciante y notable estraperlista, fumaba como quien no piensa. La conversación, que había ido languideciendo, yacía muerta ante nosotros. Intenté reanimarla al tuntún, con algo que recordé de pronto. Me volví hacia él, sonriendo.
—Por cierto: hace poco alguien me dijo que en tiempos usted fue anarquista…
—Lo fui y lo soy. A ese respecto no he cambiado. Soy anarquista.
—¡Tiene gracia! ¡Usted anarquista! ¿En qué es usted anarquista?… Solo si emplea la palabra en un sentido diferente…
—¿Del vulgar? No, no lo hago. La utilizo en el sentido vulgar.
—¿Quiere decir que es anarquista exactamente en el mismo sentido en que lo son esos tipos de las organizaciones obreras? ¿Que entre usted y esos tipos de las bombas y los sindicatos no hay la menor diferencia?
—Diferencias, lo que se dice diferencias, las hay… Claro que las hay. Pero no son las que usted se imagina. ¿Acaso duda usted de que mis teorías sociales coincidan con las de ellos?…
—¡Ah, ya comprendo! Usted, en la teoría, es anarquista; pero en la práctica…
—En la práctica soy tan anarquista como en la teoría. Y en lo que se refiere a la práctica soy más, mucho más anarquista que esos tipos a los que usted se refiere. Toda mi vida lo prueba.
—¡¿Cómo?!
—Toda mi vida lo prueba, muchacho. Lo que pasa es que usted nunca le ha prestado a estas cosas una atención lúcida. Por eso le parece que disparato, o que le tomo el pelo.
—La verdad es que no entiendo nada… A no ser… a no ser que usted juzgue que su vida es disolvente y antisocial y por ello anarquista…
—Ya le he dicho que no —es decir, que no doy a la palabra anarquismo un sentido diferente del ordinario.
—Está bien… Pero continúo sin entender… Veamos. ¿Usted pretende que entre sus teorías verdaderamente anarquistas y la práctica de su vida —la práctica de su vida tal y como es en la actualidad— no hay la menor diferencia? ¿Usted pretende que yo crea que su vida es en todo igual a la de los tipos que comúnmente llamamos anarquistas?
—No, no es eso. Lo que yo quiero decir es que entre mis teorías y la práctica de mi vida no hay la menor divergencia, sino una conformidad absoluta. Desde luego que no llevo una vida como la de los tipos de los sindicatos y las bombas —eso salta a la vista. Pero es la vida de ellos la que no se atiene al anarquismo, a sus ideales. La mía sí. En mí —sí, en mí, banquero, gran comerciante, estraperlista si usted quiere—, en mí la teoría y la práctica del anarquismo se hermanan y hallan sentido. Usted me ha comparado con esos bobos de los sindicatos y las bombas para hacer ver que soy distinto. Y lo soy, por supuesto que lo soy, pero la diferencia estriba en lo siguiente: ellos (sí, ellos, no yo) son anarquistas en la teoría; yo lo soy en la teoría y en la práctica. Ellos son anarquistas y estúpidos; yo anarquista e inteligente. Es decir, amigo mío, que yo soy el verdadero anarquista. Ellos —los de los sindicatos y las bombas (yo también pasé por eso, y lo dejé atrás precisamente por mi verdadero anarquismo)— ellos son la escoria del anarquismo, los invertidos de la gran doctrina libertaria.
—¡Menuda idea! ¡Es increíble! Pero ¿cómo conciba usted su vida —quiero decir su vida bancaria y comercial— con las teorías anarquistas? ¿Cómo logra conciliarlas si dice que por teorías anarquistas entiende exactamente lo mismo que los anarquistas comunes? Y usted, además, me dice que se diferencia de ellos en que es más anarquista que ellos, ¿no es así?
—Exactamente.
—Pues no comprendo nada.
—¿De verdad desea usted comprender?
—Por supuesto.
Se apartó el habano de la boca, ya apagado; lo encendió de nuevo lentamente; vio cómo se extinguía el fósforo; lo depositó con suavidad en el cenicero; después, irguiendo la cabeza, gacha unos instantes, dijo:a
—Escuche. Yo provengo del pueblo y de la clase trabajadora de la ciudad. Y como puede imaginarse, nada bueno me ha sido dado por nacimiento, ni la condición ni las circunstancias. Apenas una inteligencia naturalmente lúcida y una voluntad más o menos firme. Pero esos son dones naturales, que ni mi baja cuna puede arrebatarme.
»Fui obrero, trabajé, pasé estrecheces; fui, en resumen, lo que la mayor parte de la gente es en ese medio. No digo que pasara hambre, pero anduve cerca. Por lo demás, de haberla pasado, nada habría sido distinto, ni lo que voy a exponerle ni lo que mi vida ha sido o es ahora.
»En suma, fui un obrero del montón; como los demás, trabajaba porque tenía que trabajar, y trabajaba lo menos posible. Pero era inteligente. Siempre que podía, leía cosas, discutía cosas, y como tonto no era, surgió en mí una gran insatisfacción y una gran rebelión contra mi destino y contra las condiciones sociales que lo hacían posible. Ya le he dicho que, en honor a la verdad, mi destino podría haber sido peor; pero en aquel entonces tenía la impresión de que yo era un ser en el que la Suerte había concentrado todas sus injusticias, y que para ello se había servido de las convenciones sociales. Tendría unos veinte años —veintiuno a lo sumo— cuando me hice anarquista.
Se detuvo un momento. Se giró un poco más hacia mí. Prosiguió, inclinándose otro poco.
—Siempre he sido más o menos lúcido. Me sentía rebelde. Quise comprender mi rebelión. Me hice anarquista consciente y convencido —el anarquista consciente y convencido que hoy soy.
—¿Y su teoría de ahora es la misma que la de entonces?
—Sí, la misma. La teoría anarquista, la verdadera, es solo una. Tengo la que siempre he tenido desde que me hice anarquista. Me explico… Le iba diciendo que, como era lúcido por naturaleza, me convertí en anarquista consciente. Ahora bien, ¿qué es un anarquista? Es un rebelde contra la injusticia que nos hace nacer desiguales socialmente —en el fondo es solo eso—. Y de esa consciencia surge, como es obvio, la rebelión contra las desigualdades sociales que propician esa desigualdad. Lo que pretendo mostrarle con esto es el camino psicológico, es decir, cómo se vuelve anarquista un individuo cualquiera; enseguida pasaremos a la parte teórica del asunto. Por de pronto, comprenda usted cuál no sería la rebelión de un tipo inteligente en mis circunstancias. ¿Qué es lo que ve en el mundo? Que hay quien nace hijo de millonario, protegido desde la cuna contra los infortunios —y no son pocos— que el dinero puede evitar o atenuar; y quien nace miserable y es, desde niño, una boca más en una familia en la que sobran bocas que alimentar. Quien nace conde o marqués, y goza por ello de la consideración de todo el mundo, haga lo que haga; y quien nace como yo y tiene que andarse con mucho ojo para que al menos se le trate como a una persona. Unos nacen en tales condiciones que pueden estudiar, viajar, instruirse —volverse (por así decir) más inteligentes que aquellos que naturalmente lo son más. Y como en esto, en todo…
»Las injusticias de la Naturaleza, esas, no las podemos evitar. Pero las de la sociedad y sus convenciones —esas, ¿por qué no evitarlas? Acepto —no tengo otro remedio— que un hombre sea superior a mí gracias a los dones de la Naturaleza —el talento, la fuerza, la energía—; no que sea mi superior por cualidades bastardas, con las que no salió del vientre de su madre, sino que le fueron dadas por arte de birlibirloque desde que puso el pie en este mundo —la riqueza, la posición social, la vida fácil, etc.—. De la rebelión motivada por estas consideraciones surgió mi anarquismo de entonces —el anarquismo que, como le he dicho, mantengo hoy sin la menor alteración.
Se detuvo de nuevo un instante, como pensando el modo de proseguir. Fumó y expulsó el humo lentamente, hacia el lado opuesto al mío. Se volvió, dispuesto a hablar. Pero le interrumpí.
—Una pregunta, por curiosidad… ¿Por qué se hizo usted precisamente anarquista? Podía haberse hecho socialista, o cualquier otra cosa progresista que no fuese tan lejos. Disponía de otras opciones para dar salida a su rebelión… De lo que usted afirma deduzco que entiende por anarquismo (y creo que es una buena definición de anarquismo) la rebelión contra todas las convenciones y fórmulas sociales y el deseo y el esfuerzo tendente a su abolición…
—Así es.
—¿Y por qué eligió usted esta fórmula extrema y no se decantó por ninguna de las otras… ninguna de las intermedias?
—Verá. Medité en todo eso. Es evidente que por los panfletos que leía estaba al tanto de todas esas teorías. Elegí la teoría anarquista —la teoría extrema, como usted bien dice— por las razones que voy a exponerle.
Por un instante miró a ninguna cosa. Después se volvió hacia mí.
…
Fernando Pessoa. Nació en Lisboa en 1888. Tras cursar estudios universitarios en Ciudad del Cabo, regresa a su ciudad natal en 1905. A partir de ese momento compaginará una vida de empleado comercial con la poesía. Alberto Caeiro, Ricardo Reis o Álvaro de Campos son nombres de alguno de sus heterónimos, verdaderas personalidades poéticas con estilo propio, creaciones, máscaras de su autor. Pessoa muere en Lisboa en 1935. Su obra completa, en prosa y poesía, se publicó póstumamente en quince volúmenes entre 1942 y 1978.