El arte de sobrevivir
Resumen del libro: "El arte de sobrevivir" de Arthur Schopenhauer
El libro “El arte de sobrevivir” de Arthur Schopenhauer es una obra fascinante que ofrece una visión profunda y reflexiva sobre la vida y cómo enfrentar sus desafíos. Aunque el libro fue escrito hace más de 150 años, su contenido sigue siendo relevante y útil en la actualidad.
Schopenhauer sostiene que la vida es una lucha constante contra la adversidad y el sufrimiento, y que la única forma de sobrevivir es mediante la adopción de una actitud de resiliencia y aceptación. Él cree que la felicidad es efímera y que es mejor centrarse en la eliminación del dolor y el sufrimiento en lugar de buscar la felicidad.
El libro está lleno de citas y referencias a otros filósofos y escritores, lo que hace que la lectura sea fascinante y enriquecedora. Schopenhauer escribe de manera clara y accesible, lo que hace que su filosofía sea fácil de entender y aplicar.
En resumen, “El arte de sobrevivir” es una obra maestra de la filosofía que ofrece consejos valiosos sobre cómo enfrentar los desafíos de la vida. Es una lectura obligada para aquellos que buscan una comprensión más profunda de la existencia humana y cómo enfrentar sus desafíos.
De las diferencias entre las distintas edades de la vida
Por consiguiente, ya en la infancia se asientan las sólidas bases de nuestra concepción del mundo y, por tanto, también la superficialidad o profundidad de la misma: después se desarrollará y se perfeccionará; sin embargo, no se modificará en lo esencial. […]
De ahí que tanto nuestro valor moral como intelectual no entre desde fuera hacia nuestro interior, sino que surja desde lo más profundo de nuestro propio ser, y ninguna pedagogía pestalozziana puede hacer que uno que ha nacido tonto se convierta en un hombre pensador: ¡jamás! Tonto nació y tonto ha de morir. […]
Cuando somos jóvenes, pensamos que los acontecimientos importantes y de mayor repercusión en nuestra vida harán su entrada con tambores y trompetas; una mirada retrospectiva en la vejez muestra, sin embargo, que aquellos entraron con total tranquilidad por la puerta de atrás y casi sin llamar la atención.
De acuerdo con el modo de ver aquí expuesto, uno puede, además, comparar la vida con una tela bordada, de la cual cada uno viera en la primera mitad de su existencia el anverso y en la segunda el reverso: este no es tan hermoso, pero ciertamente más ilustrativo, porque deja ver la trama de los hilos entre sí. […]
Cualquier hombre excelente, cualquiera que no pertenezca a esas cinco sextas partes de la humanidad tan tristemente dotadas, una vez pasados los 40 años difícilmente podrá verse libre de cierto asomo de misantropía. Pues, como es natural, tras haber juzgado por sí mismo a los demás y haberse visto progresivamente decepcionado, se ha dado cuenta de que le quedan muy por detrás, ya sea en cuanto a la inteligencia ya sea en cuanto al corazón, muy a menudo incluso ambas cosas, y que nunca se avendrán con él; razón por la cual evitará tratar con ellos, tal como, en todo caso, cada uno, según la medida de su propio valor, amará u odiará la soledad, es decir, el trato consigo mismo. […]
Mientras somos jóvenes, se nos diga lo que se nos diga, pensamos en la vida como en algo infinito y tratamos el tiempo en consecuencia. Pero conforme nos hacemos mayores, tanto más economizamos nuestro tiempo. Pues a una edad tardía, cada día que pasa despierta una sensación semejante a la que siente un delincuente a quien lo llevan paso a paso ante el tribunal.
Desde el punto de vista de la juventud, la vida se presenta como un largo e interminable futuro; pero contemplada desde la vejez, no parece sino un pasado muy corto. Así, al principio, la vida se nos representa como cuando colocamos delante de nuestros ojos la lente del objetivo de unos prismáticos de ópera, y más tarde como cuando nos ponemos el ocular. Hay que haberse hecho viejo, es decir, haber vivido bastante tiempo, para darse cuenta de cuán corta es la vida. El tiempo mismo, en nuestra juventud, pasa de manera mucho más sosegada y, por tanto, el primer cuarto de nuestra vida no solo es el más feliz, sino también el que más lento transcurre, de modo que genera mucho más recuerdos, y cualquiera, si tuviese que hacerlo, sabría contar más cosas de ese período que de dos de los siguientes. E incluso, como pasa durante el año con la primavera, de igual manera en la flor de la vida los días terminan siendo de una duración enojosa. En otoño tanto del año como de la vida se vuelven cortos, si bien más amenos y estables. Cuando la vida se acaba, uno no sabe adónde se ha ido. […]
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Arthur Schopenhauer. Danzing (República de las Dos Naciones), 1788 - Fráncfort del Meno (Reino de Prusia), 1860. Filósofo alemán conocido por su filosofía del pesimismo. Nacido en Danzig (actual Gdansk, Polonia), Schopenhauer estudió en las universidades de Gotinga, Berlín y Jena. Se instaló en Fráncfort del Meno donde llevó una vida solitaria y se volcó en el estudio de las filosofías budista e hinduista y en el misticismo. También estuvo influenciado por las ideas del teólogo dominico, místico y filósofo ecléctico alemán Meister Eckhart, del teósofo y místico alemán Jakob Boehme, y de los eruditos del Renacimiento y la Ilustración. En su obra principal, El mundo como voluntad y representación (1819), expone los elementos éticos y metafísicos dominantes de su filosofía atea y pesimista. Schopenhauer, en desacuerdo con la escuela del idealismo, se opuso con dureza a las ideas del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, que creía en la naturaleza espiritual de toda realidad. En su lugar, Schopenhauer aceptaba, con algunas reservas, la teoría del filósofo alemán Immanuel Kant, de que los fenómenos existen sólo en la medida en que la mente los percibe como representaciones. Sin embargo, no estaba de acuerdo con este en que la «cosa-en-sí» (Ding an sich), o realidad última, exista más allá de la experiencia. La identificaba por su parte con la voluntad experimentada. No obstante, la voluntad no está limitada a una acción voluntaria previsible, sino que toda actividad experimentada por la personalidad es voluntad, incluidas las funciones fisiológicas inconscientes. Esta voluntad es la naturaleza innata que cada ser experimenta y adopta en el tiempo y el espacio como apariencia del cuerpo, que es así su representación. Partiendo del principio de que la voluntad es la naturaleza innata de su propio cuerpo, como una apariencia en el tiempo y en el espacio, Schopenhauer llegó a la conclusión de que la realidad innata de todas las apariencias materiales es la voluntad; y que la realidad última es una voluntad universal. Para Schopenhauer la tragedia de la vida surge de la naturaleza de la voluntad, que incita al individuo sin cesar hacia la consecución de metas sucesivas, ninguna de las cuales puede proporcionar satisfacción permanente a la actividad infinita de la fuerza de la vida o voluntad. Así, la voluntad lleva a la persona al dolor y a un ciclo sin fin de nacimiento, muerte y renacimiento. Sólo se puede poner fin a esto a través de una actitud de renuncia, en la que la razón gobierne la voluntad hasta el punto en que esta cese. Esta filosofía influyó también su concepción del origen de la vida, partiendo de una idea de la naturaleza como conciencia impulsora.
Mostró una fuerte influencia budista en su metafísica y un logrado sincretismo de ideas budistas y cristianas en sus reflexiones éticas. Desde el punto de vista epistemológico, las ideas de Schopenhauer pertenecen a la escuela de la fenomenología. Famoso por su misoginia, aplicó sus ideas también a la actividad sexual humana, para afirmar que los individuos se unen no por un sentimiento de amor, sino por los impulsos irracionales de la voluntad.
Huellas de la filosofía de Schopenhauer pueden distinguirse en las primeras obras del filósofo y poeta alemán Friedrich Nietzsche, en las óperas del compositor alemán Richard Wagner y en muchos de los trabajos filosóficos y artísticos del siglo XX.