Como expresa en su introducción Franco Volpi, El arte de insultar es el complemento perfecto de El arte de tener razón, pues, tal como acababa concluyendo el propio Arthur Schopenhauer (1788-1860), y aun previniendo contra él, éste era el último recurso cuando todas las demás artes de la argumentación habían fracasado. Si bien el fundador del pesimismo desaconsejó en todos sus escritos llegar a tal extremo, fue generoso a la hora de diseminar a lo largo de sus obras insultos, improperios, ofensas, escarnios y sentencias tajantes que, reunidas en orden alfabético en este volumen que difícilmente dejará indiferente a nadie, nos muestran una de las caras más atrabiliarias, fulminantes y políticamente incorrectas avant la lettre del filósofo de Danzig.
1. El insulto como último recurso
El arte de insultar es el complemento perfecto del manual El arte de tener razón, un repertorio de treinta y ocho estratagemas que Schopenhauer compuso para uso personal pero que nunca llegó a publicar. Al final de su preciosa colección de ardides y trucos que debían ayudar a concluir debates y discusiones de manera exitosa, es decir, a derrotar al oponente con independencia de la verdad, Schopenhauer especificaba los límites de cualquier técnica argumentativa, y con ello la necesidad de un arma adicional y extrema: Si nos topamos con un contrincante más avezado y hábil que nosotros, de nada nos servirán los recursos dialécticos o la astucia expositiva; en el nivel discursivo de la argumentación seremos inevitablemente derrotados. Eso no significa, empero, que la partida esté irremediablemente perdida. Como extrema ratio —así lo sugiere Schopenhauer con una atrevida insinuación— nos queda un último y pérfido expediente, el número treinta y ocho de su catálogo, que aconseja lo siguiente:
Cuando se advierte que el adversario es superior y que uno no conseguirá llevar razón, personalícese, séase ofensivo, grosero. El personalizar consiste en que uno se aparta del objeto de la discusión (porque es una partida perdida) y ataca de algún modo al contendiente y a su persona: esto podría denominarse argumentum ad personam, a diferencia del argumentum ad hominem: este parte de un objeto puramente objetivo para atenerse a lo que el adversario ha dicho o admitido sobre él. Al personalizar, sin embargo, se abandona por completo el objeto y uno dirige su ataque a la persona del adversario: uno, pues, se torna insultante, maligno, ofensivo, grosero. Es una apelación de las facultades del intelecto a las del cuerpo, o a la animalidad.
Schopenhauer añade a continuación: «Esta regla es muy estimada; pues, como cualquiera puede ponerla en práctica, se usa con gran frecuencia». Se trataría de algo sabido, por lo demás, desde la Antigüedad:
¿Cómo no habrían de conocer también los Sofistas el remedio que le permite a cualquiera ponerse a la par con cualquier otro y salvar hasta la más grande distancia intelectual? Me refiero a la ofensa. Las naturalezas inferiores se sienten instintivamente compelidas a usarla en cuanto perciben la superioridad espiritual de alguien.
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Sobre el autor:
Arthur Schopenhauer. Danzing (República de las Dos Naciones), 1788 - Fráncfort del Meno (Reino de Prusia), 1860. Filósofo alemán conocido por su filosofía del pesimismo. Nacido en Danzig (actual Gdansk, Polonia), Schopenhauer estudió en las universidades de Gotinga, Berlín y Jena. Se instaló en Fráncfort del Meno donde llevó una vida solitaria y se volcó en el estudio de las filosofías budista e hinduista y en el misticismo. También estuvo influenciado por las ideas del teólogo dominico, místico y filósofo ecléctico alemán Meister Eckhart, del teósofo y místico alemán Jakob Boehme, y de los eruditos del Renacimiento y la Ilustración. En su obra principal, El mundo como voluntad y representación (1819), expone los elementos éticos y metafísicos dominantes de su filosofía atea y pesimista. Schopenhauer, en desacuerdo con la escuela del idealismo, se opuso con dureza a las ideas del filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel, que creía en la naturaleza espiritual de toda realidad. En su lugar, Schopenhauer aceptaba, con algunas reservas, la teoría del filósofo alemán Immanuel Kant, de que los fenómenos existen sólo en la medida en que la mente los percibe como representaciones. Sin embargo, no estaba de acuerdo con este en que la «cosa-en-sí» (Ding an sich), o realidad última, exista más allá de la experiencia. La identificaba por su parte con la voluntad experimentada. No obstante, la voluntad no está limitada a una acción voluntaria previsible, sino que toda actividad experimentada por la personalidad es voluntad, incluidas las funciones fisiológicas inconscientes. Esta voluntad es la naturaleza innata que cada ser experimenta y adopta en el tiempo y el espacio como apariencia del cuerpo, que es así su representación. Partiendo del principio de que la voluntad es la naturaleza innata de su propio cuerpo, como una apariencia en el tiempo y en el espacio, Schopenhauer llegó a la conclusión de que la realidad innata de todas las apariencias materiales es la voluntad; y que la realidad última es una voluntad universal. Para Schopenhauer la tragedia de la vida surge de la naturaleza de la voluntad, que incita al individuo sin cesar hacia la consecución de metas sucesivas, ninguna de las cuales puede proporcionar satisfacción permanente a la actividad infinita de la fuerza de la vida o voluntad. Así, la voluntad lleva a la persona al dolor y a un ciclo sin fin de nacimiento, muerte y renacimiento. Sólo se puede poner fin a esto a través de una actitud de renuncia, en la que la razón gobierne la voluntad hasta el punto en que esta cese. Esta filosofía influyó también su concepción del origen de la vida, partiendo de una idea de la naturaleza como conciencia impulsora.
Mostró una fuerte influencia budista en su metafísica y un logrado sincretismo de ideas budistas y cristianas en sus reflexiones éticas. Desde el punto de vista epistemológico, las ideas de Schopenhauer pertenecen a la escuela de la fenomenología. Famoso por su misoginia, aplicó sus ideas también a la actividad sexual humana, para afirmar que los individuos se unen no por un sentimiento de amor, sino por los impulsos irracionales de la voluntad.
Huellas de la filosofía de Schopenhauer pueden distinguirse en las primeras obras del filósofo y poeta alemán Friedrich Nietzsche, en las óperas del compositor alemán Richard Wagner y en muchos de los trabajos filosóficos y artísticos del siglo XX.