Resumen del libro:
Durante los últimos ocho años y medio de su vida, Arthur Schopenhauer (1788-1860) fue reuniendo en un apretado volumen que tituló Senilia los frutos de sus habituales meditaciones, observaciones y reflexiones, en lo que constituía su particular remedio espiritual para hacer más llevadero, o incluso agradable, el momento en que «el Nilo llega a El Cairo». Preparado y prologado por Franco Volpi, El arte de envejecer reúne una selección de 319 fragmentos de aquella obra, seleccionados por su especial interés y amenidad, en lo que constituye una inteligente y sagaz defensa de la edad avanzada a cargo del padre del pesimismo.
1. Un manuscrito inédito: las últimas palabras de Schopenhauer
Entre los papeles póstumos del viejo Schopenhauer se encuentra un volumen con más de 200 páginas, de las cuales 150 son de compacta escritura. Se trata del último de los denominados «manuscritos», en cierto modo un testamento filosófico, cuyo comienzo reza así: «Este libro se titula Senilia, comenzado en Frankfurt a. M. en abril de 1852».
Durante aproximadamente ocho años y medio y hasta su muerte, la cual le sorprendió el 21 de septiembre de 1860, el viejo pensador fue reuniendo día tras día los frutos de sus habituales meditaciones: citas, reflexiones, recuerdos, meditaciones científicas, observaciones psicológicas, insultos y diatribas contra sus enemigos, bosquejos y planes, reglas de conducta y máximas para la vida. Son las últimas gotas de la sabiduría que le ofrece el filosofar: una medicina espiritual que le hace más llevadero, incluso agradable, el envejecer. Él la lleva consigo como un soporte ante la inevitable aproximación de la ultima linea rerum, con el sentimiento resignado que otorga la calma de saber que «el Nilo llega a El Cairo».
Pero eso lo sabemos demasiado bien: en realidad la filosofía no resuelve los problemas. Ella instruye, en todo caso, sobre cómo sobrellevarlos hasta cierto punto. Con respecto a la vida, madre de todos los problemas, Schopenhauer tenía ya, desde sus años juveniles, las ideas claras: solo los necios esperan hasta hacerse mayores y ponerse enfermos para meditar sobre la miseria de la conditio humana. Como le explicó a Wieland, el «Voltaire alemán», quien, con ocasión de su primer encuentro en 1811 le había desaconsejado seguir el áspero, inseguro camino de la filosofía: «La vida es una cosa precaria: me he propuesto pasarla reflexionando sobre la misma».
2. Escéptico y pesimista…
Consecuente con ello Schopenhauer había diseñado en su obra principal, El mundo como voluntad y representación [Die Welt als Wille und Vorstellung], un sistema filosófico en el cual la vida es concebida como mero fenómeno y mera manifestación de «la cosa en sí». A diferencia de Kant y de los postkantianos no deja, sin embargo, indefinido este concepto, como una frontera intraspasable de las argumentaciones metafísicas, sino que define la cosa en sí como voluntad: no en el sentido de la disposición individual a través de la cual el sujeto se afirma e impone, sino en el sentido de una fuerza ciega, irracional e insondable que dirige todo y que se sitúa en el origen de todas las cosas. La vida resultante de una voluntad así concebida no puede servir a ningún fin ni tener ningún sentido racional. Toda finalidad, toda teleología, todo orden y organización que creemos reconocer en ella, se revela como algo engañoso. Todo eso conforma el perpetuo fantasma de la existencia, la ceguera inevitable que dota cada proyecto de vida y cada tarea vital con la ilusión de un significado. En verdad, todo ello conlleva solo la inagotable e inevitable manifestación de la voluntad para expresarse; a la cual el ser humano intenta imponer inútilmente una forma. La vida consiste en privación, miseria, necesidad, en pesar y preocupación, tensión y ambición, esfuerzo y dolor. Y si, por un momento, parece que podamos darnos por satisfechos con la consecución de un objetivo o por haber calmado un deseo, entonces surge de repente, apenas gozado de ello, el sentimiento de hartazgo y de aburrimiento. Por último sobreviene una sensación reveladora que se hace sentir cuando menos se la espera, para recordarnos que la vida consiste en una insignificante bagatela carente de contenido.
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