El año del jardinero
Resumen del libro: "El año del jardinero" de Karel Capek
Escrita por uno de los mayores escritores checos del siglo XX, «El año del jardinero» es una obra deliciosa, llena de humor, que gira en torno a la figura apasionada del jardinero y sus actividades a lo largo del año. Los dibujos de Josef Čapek —hermano de Karel— ponen el contrapunto exacto a un texto inteligente, divertido y lleno de ternura.
CÓMO NACE UN JARDÍN
Hay cien maneras de crearse un jardín: la mejor es todavía llamar a un jardinero. Este jardinero os planta toda clase de puntas de madera, de bastones o de palos de escoba mientras os asegura que aquello son arces, espinos blancos, lilas, rosales de tallo alto o en forma de matorral y otras especies botánicas; una vez hecho esto, se pone a escarbar la tierra, la voltea para después volver a aplanarla, hace pequeñas calles con cagafierro, hinca en el suelo aquí y allá algunas ramas marchitas, que, según él, son plantas, siembra, para el futuro césped, unas semillas a las que llama cizaña, cola de zorra, cola de perro y fleo; y luego se marcha, dejando el jardín tan gris y tan desnudo como en el día de la creación del mundo, y limitándose a ordenaros que reguéis cuidadosamente todos los días esta tierra y que hagáis traer arena para las calles cuando salga el césped. Pues si que estamos bien.
Cabría imaginarse que no hay nada más sencillo que regar un jardín, sobre todo cuando se posee una manga de riego. Pero uno no tarda en darse cuenta de que la manga de riego es un ser particularmente astuto y peligroso mientras no está completamente domesticado: se retuerce, hace cabriolas, pierde presión de golpe, derrama debajo de sí una gran cantidad de agua para, a continuación, hundirse voluptuosamente en la ciénaga que ha creado; después se lanza sobre el individuo que se propone regar y se le enrolla en las piernas: entonces hay que ponerle el pie encima, pero ella se yergue y le rodea la cintura y el cuello. Mientras lucha con ella como contra una serpiente pitón, el monstruo dirige su pico de cobre hacia el cielo y vomita un violento chorro de agua contra las ventanas, sobre las cortinas acabadas de colgar. Entonces es necesario agarrarla por la cabeza y estirarla lo máximo posible: la hidra enloquece de dolor y se pone a escupir no por las fauces, sino por el otro extremo y por alguna parte en medio del cuerpo. La primera vez son indispensables tres hombres para domesticarla por poco que sea, tras lo cual todos abandonan el campo de batalla, sucios de barro hasta las orejas y copiosamente mojados. En cuanto al jardín, si bien en algunos lugares está cubierto de charcos fangosos, en otros se agrieta de sed.
Si hacéis esto todos los días, al cabo de una quincena veréis que en lugar de césped salen malas hierbas. Uno de los misterios de la naturaleza es que las malas hierbas más lujuriantes y más vivaces nacen siempre de las mejores semillas de césped: ¡quién sabe si no habría que sembrar semillas de hierbajos cuando se quiere un hermoso césped! Tres semanas después, la hierba de vuestro jardín está cubierta por una masa tupida de cardos y otras inmundicias rastreras o con unas raíces que se hunden un codo en el suelo. Cuando queréis arrancarlas, o bien se rompen justo en la raíz, o bien arrastran consigo todo un terrón de tierra. Así van las cosas: cuanto más nociva es una inmundicia, más vitalidad tiene.
Mientras tanto, por una secreta transmutación de materias, el cagafierro de las calles se ha transformado en arcilla, lo más pegajosa y pastosa que se pueda imaginar.
En todo caso, es necesario arrancar las malas hierbas del césped: escardáis y escardáis, y tras vuestro paso el futuro césped se transforma en una tierra tan desnuda y tan gris como en el día de la creación del mundo. Apenas, aquí y allá, despunta algo que se parece a un moho verdusco, una especie de musgo ralo y velloso; no cabe duda, es hierba. Dais la vuelta a su alrededor, de puntillas, ahuyentando a los gorriones y, mientras no pensáis en otra cosa que en escrutar el suelo, he aquí que los groselleros han sacado las primeras hojas, sin que os dierais cuenta; nunca se puede sorprender la llegada de la primavera.
Ya no veis las cosas desde el mismo ángulo. Si llueve, llueve por el jardín. Si brilla el sol, es poco decir que brilla: brilla por el jardín. Es de noche y os alegráis: el jardín va a reposar.
Un buen día abrís los ojos y he aquí que el jardín está verde, la hierba alta centellea con las gotas de rocío y en el revoltijo de las hojas despuntan, encarnados, unos capullos de rosa muy hinchados: y he aquí que los árboles crecen, su follaje oscuro se extiende, sus copas son pesadas y un perfume podrido se desprende en su sombra húmeda. Y ya no os acordaréis más del jardín pobre, desnudo y gris de los días pasados, ni de la pelusa incierta del primer césped, ni de la raquítica eclosión de los primeros capullos, y tampoco de toda aquella pobre belleza, conmovedora, de un jardín terroso que está naciendo.
Bien, pero ahora habrá que regar y escardar y quitar las piedras.
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Karel Capek. Fue un escritor checo nacido el 9 de enero de 1890 en Malé Svatoňovice y fallecido en Praga el 25 de diciembre de 1938. Se graduó en filosofía y estética en la Universidad Carolina de Praga, y también cursó estudios en la Universidad Humboldt de Berlín y en La Sorbona. Čapek es conocido por acuñar el moderno concepto de robot y por ser uno de los autores más famosos e influyentes a nivel global después de la Primera Guerra Mundial.
Entre sus obras más destacadas se encuentra "La fábrica de Absoluto", un relato fantástico en el que el invento de un ingeniero trastorna la conducta humana y social. Čapek también escribió "La guerra de las salamandras", una novela distópica que se considera una sátira sobre el nazismo. En esta obra, una nueva especie de criatura, la salamandra gigante, es descubierta y utilizada por el sistema capitalista mundial para realizar labores ingratas al ser humano, sin darse cuenta de que su proliferación es una amenaza.
Además de su carrera como escritor, Čapek fue un destacado representante del humanismo, el pragmatismo y la democracia liberal de su época. Se preocupó especialmente por el auge de los autoritarismos no democráticos y el populismo en Europa en sus últimos años. Su muerte prematura a los 48 años fue lamentada por muchos, incluyendo al escritor George Bernard Shaw, quien llegó a preguntar por qué él no había muerto en su lugar.