Resumen del libro:
Benito Pérez Galdós fue un hombre de gran cultura y vitalidad, ávido lector de la literatura inglesa y francesa de su época, y amante de las artes. Su obra narrativa, enmarcada en el realismo, supera este esquema y, como antes hiciera Cervantes, creó vidas y mundos de ficción en los que lo real se muestra en perpetuo conflicto entre la razón y el corazón. «Doña perfecta», novela fundamental para comprender su obra, nos muestra los contrastes entre los conservadores y los liberales del siglo XIX en España, a la vez que hace una crítica de los tradicionalistas. Esta edición incluye una introducción que contextualiza la obra, un aparato de notas, una cronología y una bibliografía esencial, así como también varias propuestas de discusión y debate en torno a la lectura. Está al cuidado de José Montero Padilla, catedrático de lengua y literatura española de la Universidad Complutense de Madrid.
INTRODUCCIÓN
1. PERFILES DE LA ÉPOCA
En 1843, año del nacimiento de Benito Pérez Galdós, las Cortes españolas declaran la mayoría de edad de la princesa Isabel (aunque tan sólo contaba 13 años), que empieza, pues, a reinar, como Isabel II. Parece entonces que van a quedar atrás los recuerdos, huellas e influencias de la agitada realidad española en la primera mitad —no conclusa aún— del siglo XIX: reinado de Carlos IV (1788-1808), Guerra de la Independencia, Fernando VII en el trono y absolutismo imperante, regencias de la reina viuda María Cristina y del general Espartero, primera guerra civil carlista… Con la nueva reina se suceden diversos gobiernos, bajo las presidencias de Joaquín María López, Salustiano Olózaga, Luis González Bravo, el general Narváez, Bravo Murillo, el conde de San Luis… Los buenos auspicios iniciales del reinado y el carácter primero moderado de sus gobernantes cambian, de manera acelerada, y la situación del país torna a ser de inquietud y agitación, resurgen las polémicas y los enfrentamientos, hay inestabilidad y conatos revolucionarios, se producen revueltas, comienza una nueva guerra civil carlista en 1848, y, como consecuencia de todo ello, la situación de la institución monárquica aparece cada vez más débil, insegura, tambaleante incluso. En 1854, el general O’Donnell inicia una sublevación militar muy cerca de Madrid, en Vicálvaro, la Vicalvarada, que será secundada ampliamente. La reina encomienda el Gobierno al general Espartero, pero éste, a pesar de su prestigio e influencia tampoco puede encauzar la situación de modo seguro. En 1859 hay guerra en África, donde destaca la personalidad de otro insigne militar: el general Prim, y los gestos y los hechos heroicos se suceden alentadoramente. Mas la inestabilidad nacional sigue, se producen los sucesos del día de San Daniel (10 de abril de 1865), y, por fin, en 1868, estalla la Revolución de Septiembre, que será llamada La Gloriosa, encabezada por el brigadier Topete y los generales Prim y Serrano. Este último derrota a las tropas del gobierno en la batalla de Aleo-lea. Isabel II abandona el trono y marcha a París. Pero los males no encuentran remedio. Las Cortes, inspiradas por Prim, eligen para el trono de España al italiano Amadeo de Saboya, duque de Aosta, que reinará como Amadeo I (1871-1873), pero Prim es asesinado pocos días antes de la llegada del nuevo monarca. Éste, que ha llegado pleno de buenos propósitos, renunciará dos años después al trono. Nace la I República española, que ha de tener también efímera existencia: apenas un año, de febrero de 1873 a enero del año siguiente, cuando le faltaban unos pocos días para cumplir su primer año de vida y el Congreso es desalojado por las tropas del general Pavía. Un tiempo demasiado corto para dejar huellas duraderas, aunque en él se hubiesen manifestado nobles afanes e ilusiones para una mejor España, y en el que la situación nacional no había cambiado: intrigas políticas, alzamientos y luchas cantonales, anarquía, guerra carlista… Y, de nuevo, se produce una intervención militar, encabezada por el general Martínez Campos e iniciada en Sagunto, donde se restaura la monarquía borbónica para, a continuación, proclamar rey al príncipe Alfonso, hijo de Isabel II, como Alfonso XII. Este es acogido con entusiasmo por el pueblo, por unas gentes fatigadas de la constante inquietud política y deseosas de un tiempo de sosiego y bienestar. Y, en efecto, se extiende una cierta calma política, lograda en parte por las alternancias bipartidistas en el gobierno de la nación entre los conservadores, con un insigne político, Antonio Cánovas del Castillo, a su frente, y los liberales, encabezados por otro valioso y hábil político, Práxedes Mateo Sagasta. No obstante perduran las discrepancias ideológicas, entre el pensamiento católico, ortodoxo y conservador, y el pensamiento liberal de afán innovador, con raíces krausistas y relacionado con la Institución Libre de Enseñanza. Estas pluralidades e incluso disputas o enfrentamientos de carácter ideológico aparecerán reflejadas en el espejo de la literatura novelesca contemporánea, en las narraciones «de tesis» y con personajes buenos o malos según la perspectiva de los autores. De un lado, por ejemplo, Alarcón y Pereda; de otro, Caldos y Leopoldo Alas, Clarín, por ejemplo también.
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