Doña Berta

Doña Berta - Leopoldo Alas Clarín

Resumen del libro: "Doña Berta" de

Clarín nos narra la historia de una vieja dama solitaria que reside con su criada en el último rincón de Asturias. Resulta ser la última superviviente de una familia tradicionalista. Ha permanecido siempre soltera, pero no virgen pues tuvo un hijo fruto de un fugaz idilio con un capitán liberal que recogió herido durante la primera guerra carlista. El capitán prometió volver para casarse con ella, pero murió en la guerra, y cuando ella dio a luz, sus hermanos se llevaron al niño y nunca más volvió a verlo. Un día la mujer conversa con un pintor que anda en busca de paisajes para inspirar sus cuadros. Congenian y ella le revela su secreto. El pintor le cuenta la historia de otro capitán que murió en una guerra posterior cuando todavía debía dinero a un amigo. Días después envía a doña Berta el retrato que le ha hecho a ella y también una copia en miniatura del retrato que hizo a aquel capitán. Al ver el rostro de éste, la anciana comprueba que hay un gran parecido con el capitán a quien ella amó, y deduce que es el hijo de ambos.

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I

Hay un lugar en el norte de España adonde no llegaron nunca ni los romanos ni los moros; y si doña Berta de Rondaliego, propietaria de este escondite verde y silencioso, supiera algo más de historia, juraría que jamás Agripa, ni Augusto, ni Muza, ni Tarick habían puesto la osada planta sobre el suelo, mullido siempre con tupida hierba fresca, jugosa, oscura, aterciopelada y reluciente, de aquel rincón suyo, todo suyo, sordo, como ella, a los rumores del mundo, empaquetado en verdura espesa de árboles infinitos y de lozanos prados, como ella lo está en franela amarilla, por culpa de sus achaques.

Pertenece el rincón de hojas y hierbas de doña Berta a la parroquia de Pie del Oro, concejo de Carreño, partido judicial de Gijón; y dentro de la parroquia, se distingue el barrio de doña Berta con el nombre de Zaornín, y dentro del barrio se llama Susacasa la hondonada frondosa, en medio de la cual hay un gran prado que tiene por nombre Aren. Al extremo noroeste del prado pasa un arroyo orlado de altos álamos, abedules y cónicos humeros de hoja oscura que comienza a rodear en espiral el tronco desde el suelo, tropezando con la hierba y con las flores de las márgenes del agua.

El arroyo no tiene allí nombre, ni lo merece, ni apenas agua para el bautizo; pero la vanidad geográfica de los dueños de Susacasa lo llamó desde siglos atrás el río, y los vecinos de otros lugares del mismo barrio, por desprecio al señorío de Rondaliego, llaman al tal río el regatu, y lo humillan cuanto pueden, manteniendo incólumes capciosas servidumbres que atraviesan la corriente del cristalino huésped fugitivo del Aren y de la llosa; y la atraviesan ¡oh sarcasmo! sin necesidad de puentes, no ya romanos, pues queda dicho que por allí los romanos no anduvieron; ni siquiera con puentes que fueran troncos huecos y medio podridos de verdores redivivos al contacto de la tierra húmeda de las orillas. De estas servidumbres tiranas, de ignorado y sospechoso origen, democráticas victorias sancionadas por el tiempo, se queja amargamente doña Berta, no tanto porque humillen el río, cruzándole sin puente (sin más que una piedra grande en medio del cauce, islote de sílice, gastado por el roce secular de pies desnudos y zapatos con tachuelas), cuanto porque marchitan las más lozanas flores campestres y matan, al brotar, la más fresca hierba del Aren fecundo, señalando su verdura inmaculada con cicatrices que lo cruzan como bandas un pecho; cicatrices hechas a patadas. Pero dejando estas tristezas para luego, seguiré diciendo que más allá y más arriba, pues aquí empieza la cuesta, más allá del río que se salta sin puentes ni vados, está la llosa, nombre genérico de las vegas de maíz que reúnen tales y cuales condiciones, que no hay para qué puntualizar ahora; ello es que cuando las cañas crecen, y sus hojas, lanzas flexibles, se columpian ya sobre el tallo, inclinadas en graciosa curva, parece la llosa verde mar agitado por las brisas. Pues a la otra orilla de ese mar está el palacio, una casa blanca, no muy grande, solariega de los Rondaliegos, y ella y su corral, quintana, y sus dependencias, que son: capilla, pegada al palacio, lagar (hoy con vertido en pajar), hórreo de castaño con pies de piedra, pegollos,y un palomar blanco y cuadrado, todo aquello junto, más una cabaña con honores de casa de labranza, que hay en la misma falda de la loma en que se apoya el palacio, a treinta pasos del mismo; todo eso, digo, se llama Posadorio.

Leopoldo Alas (Clarín). Conocido por su seudónimo de Clarín, nació en Zamora el 25 de abril de 1852. Era el hijo del gobernador civil. Comenzó sus estudios en León en el colegio de los Jesuitas. Su infancia y juventud transcurrieron en Oviedo, donde estudió Bachillerato y Derecho Civil y Canónico, licenciándose en 1871. Después se fue a Madrid para hacer el doctorado en Leyes y estudiar Filosofía y Letras. En 1878 opositó a la cátedra de Economía Política y Estadística de la Universidad de Salamanca, pero no la consiguió. En 1882 ocupa igual cátedra en la Universidad de Zaragoza y al año siguiente la de Derecho Romano de la Universidad de Oviedo. Con la reestructuración de los estudios universitarios, asume la cátedra de Instituciones de Derecho, y en 1888, la de Derecho Natural. En ese mismo año es elegido concejal republicano por el Ayuntamiento de Oviedo.

En el diario barcelonés La Publicidad, publicó un artículo dando a conocer el propósito de la Extensión Universitaria.

Narrador deslumbrante, articulista incisivo, crítico temido, polemista ácido, intelectual krausista ligado a la Institución Libre de Enseñanza, anticlerical y político republicano y liberal.

Sus comienzos literarios fueron como crítico, en el periódico El Solfeo, en el que Leopoldo Alas estrenó, en 1875, su seudónimo Clarín. Además de su colaboración en periódicos, cultivó el teatro, la novela (su obra cumbre es “La Regenta”, que se publicó en 1885) y la narrativa breve. Son de destacar: “El señor y lo demás son cuentos” (1892), “Cuentos Morales” (1896) y “El gallo de Sócrates” Colección de cuentos (1901).

El 13 de junio de 1901, a las siete de la mañana, en Oviedo, murió Leopoldo Alas de tuberculosis, a la edad de cuarenta y nueve años. El féretro fue velado en el claustro de la Universidad donde acudieron profesores, amigos y familiares del escritor. Al día siguiente fue enterrado en el cementerio de El Salvador.

Fue un escritor maldito, hasta su aceptación en los años cincuenta del siglo XX.