Site icon ISLIADA: Portal de Literatura Contemporánea

Don Gil de las calzas verdes

Resumen del libro:

Considerada hoy como una de las comedias más atractivas y de mayor éxito en las tablas, “Don Gil de las calzas verdes” es uno de los testimonios más completos de lo que fue el virtuosismo técnico de Tirso de Molina. Nos hallamos ante un compendio de originales hallazgos formales, de un hábil sincretismo entre lo popular y lo culto, de cómo explotar al máximo los diferentes juegos de identidad asociados a la ropa, a la voz y al movimiento, de recursos teatrales diseñados para modular personajes hoy considerados “clásicos”, y de un sentido del humor que puede leerse también como censura de ciertas prácticas sociales. Tirso de Molina es un creador excepcionalmente dotado para la construcción de atmósferas y paisajes. En esta obra ofrece una visión de Madrid que revela una sorprendente familiaridad con el tejido urbano.

Personas que hablan en ella:
Doña JUANA
Don DIEGO
Don MARTÍN
Don ANTONIO
Doña INÉS
CELIO
Don PEDRO, viejo
FABIO
Doña CLARA
DECIO
Don JUAN
VALDIVIESO, escudero
QUINTANA, criado
AGUILAR, paje
CARAMANCHEL, lacayo
UN ALGUACIL
OSORIO
MÚSICOS

ACTO PRIMERO

Sale doña JUANA de hombre con calzas y vestido todo verde, y QUINTANA, criado

QUINTANA: Ya que a vista de Madrid
y en su Puente Segoviana
olvidamos, doña Juana,
huertas de Valladolid.
Ya que nos traen tus pesares
a que desta insigne puente
veas la humilde corriente
del enano manzanares,
que por arenales rojos
corre, y se debe correr,
que en tal puente venga a ser
lágrima de tantos ojos.

QUINTANA: ¿No sabremos qué ocasión
te ha traído desa traza?
¿Qué peligro te disfraza de
damisela en varón?

JUANA: Por agora no, Quintana.

QUINTANA: Cinco días hace hoy
que mudo contigo voy.
Un lunes por la mañana
en Valladolid quisiste
fijarte de mi lealtad:
dejaste aquella ciudad;
a esta corte te partiste,
sin ser posible hasta agora
saber de ti lo que pasa,
Y yo, humilde majadero,
callo y camino tras ti
haciendo más conjeturas
que un matemático a escuras:
¿Dónde me llevas ansí?
Ten ya compasión de mí,
que suspensa el alma está
hasta saberlo.

JUANA: Será para admirarte. Oye.

QUINTANA: Di.

JUANA: Dos meses ha que pasó
la pascua, que por abril
viste bizarra los campos
de felpas y de tabís,
cuando a la puente,
Va todo Valladolid.
Iba yo con los demás,
pero no sé si volví,
a lo menos con el alma,
que no he vuelto a reducir,
porque junto a la vitoria
un Adonis bello vi
que a mil venus daba amores
y a mil Martes celos mil.
Diome un vuelto el corazón,
Tropecé, si con los pies,
con los ojos al salir,
la libertad en la cara,
en el umbral un chapín.
Llegó, descalzado el guante,
una mano de marfil
a tenerme de su mano.
¡Qué bien me tuvo! ¡Ay de mí!
Y diciéndome: “Señora,
tened; que no es bien que así
imite al querub soberbio
cayendo, tal serafín”,
Toda aquella tarde corta,
digo corta para mí,
que aunque las de abril son largas
mi amor no las juzgó ansí,
bebió el alma por los ojos
sin poderse resistir
el veneno que brindaba
su talle airoso y gentil.
Aprestó desde aquel día
asaltos para batir
mi libertad descuidada.
Dio en servirme desde allí;
papeles leí de día,
músicas de noche oí,
joyas recibí, y ya sabes
qué se sigue al recibir.
¿Para qué te canso en estso?
En dos meses don Martín
de guzmán, que así se llama
quien me obliga a andar ansí,
Dióme palabra de esposo,
pero fue palabra en fin
tan pródiga en las promesas
como avara en el cumplir.
Llegó a oídos de su padre,
Ofrecióse un casamiento
de una doña inés, que aquí
con setenta mil ducados
se hace adorar y aplaudir.
Previno postas el viejo
e hizo a mi esposo partir
a esta corte, toda engaños;
ya, Quintana, está en Madrid.
Díjole que se mudase
el nombre de don martín,
atajando inconvenientes,
en el nombre de don gil,
porque, si de parte mía
viniese en su busca aquí
la justicia, deslumbrase
su diligencia este ardid.
Escribió luego a don Pedro
Mendoza y Velasteguí,
padre de mi opositora,
dándole en él a sentir
el pesar de que impidiese
la liviandad juvenil
de su hijo el concluirse
casamiento tan feliz,
que por estar desposado
con doña juana solís,
enviaba en su lugar
y en vez de su hijo a un don Gil
de no sé quién, de lo bueno
que ilustra a Valladolid.
Supe todo el caso, en fin,
y la distancia que hay
del prometer al cumplir.
Disfracéme como ves
y, fiándome de ti,
a la fortuna me arrojo
y al puerto pienso salir.
Yo, pues he de ser estorbo
de su ciego frenesí,
a vista tengo de andar
de mi ingrato don martín,
malogrando cuanto hiciere;
el cómo, déjalo a mí.
Para que no me conozca,
que no hará, vestida ansí,
falta sólo que te ausentes,
no me descubran por ti.

Don Gil de las calzas verdes – Tirso de Molina

Sobre el autor:

Otros libros

Exit mobile version