Resumen del libro:
Llenos de lirismo, estos textos sumergen al lector en un clima sugerente en el que se descubre la impronta del Umbral novelista. En El piano del pobre (1959-1960), el autor se hace eco de la actualidad nacional e internacional, comentándola con un estilo personal y particularísimo en el que se reconoce ya al Umbral periodista más genuino. Los de Buenas noches… (1958) poseen un tono filosófico-poético, y en ellos el autor de Mortal y rosa despliega una mirada intimista para adentrarse en el corazón del hombre, del mundo y sus paisajes. En El piano del pobre (1959-1960), el autor se hace eco de la actualidad nacional e internacional, comentándola con un estilo personal y particularísimo en el que se reconoce ya al Umbral periodista más genuino. Por último, en El tiempo y su estribillo (1960-1961), León acapara la atención temática de nuestro escritor. El comentario del acontecer político, económico y sociocultural de la capital y la provincia revelan al Umbral más crítico e irreverente, al Umbral que lanza sus palabras a través de las ondas para «ponerles su estribillo a las cotidianas estrofas del vivir», y así escribir la «historia mínima y humana» de la ciudad y sus gentes.
PRÓLOGO
VOZ DE UMBRAL
Tengo un recuerdo, más o menos vagoroso, de la voz de Umbral en las ondas. Una emisora de finales de los años cincuenta y comienzo de los sesenta en una ciudad de provincias donde la precaria juventud tenía muy pocos alicientes y, sin embargo, notables intereses y curiosidades.
Umbral ya había conseguido entonces, en el León de aquellos tiempos, la aureola primeriza de un personaje que escribía en la prensa y transmitía mensajes nocturnos, siempre salpicados por una murmuración lírica dirigida a la intimidad de los oyentes.
La voz de Umbral era la menos previsible en aquella emisora, en cualquier emisora, dado el tono y el aliento de sus confidencias, tan literarias como particulares.
De aquella lejanía puedo rastrear, ya que a Umbral le conocí personalmente bastante después, la figura del mozalbete desgarbado, aunque cuidadoso con su imagen, cierta tendencia solapada a ir por las calles de una ciudad de sombra, la contabilidad de las tabernas, de las que escribió una guía muy provechosa, y la voz, o el eco de una voz casi tan grave como su aspecto.
Aquel Umbral primerizo acabó teniendo la incipiente leyenda de quien no se arredra ante la autoridad competente o, en la liviana bohemia de un escenario de poco fuelle, asume la propia condición fantasmal, no sin cierta extravagancia, y al lado de otras fantasmales figuras, a las que yo podría poner cara y gestos. La vida provinciana de una urbe provinciana ofrecía por entonces sus recovecos y, como antes anoté, sus intereses y curiosidades.
Es ahora un regalo recuperar las palabras de Umbral en el propio eco de su distancia en el tiempo. La voz de sus noches; lo que escribió y transmitió en la emisora que lo amparaba. Tiene algo de entrañable este viaje a los mensajes del noctámbulo, y es una suerte que hayan pervivido los folios del saludador nocturno, tan cuidadoso y perspicaz, tan amoldado al tiempo y su estribillo.
La voz de Umbral acotaba la confidencia, dejaba volar una imaginación lírica, que presagiaba tantas variaciones en su posterior destino de periodista y narrador, y exhibía un gusto por los arquetipos que iluminaban a los destinatarios: días y meses desmenuzados, soñadores, suicidas, bebedores, seductores, fantasmas, románticos, héroes, enfermos, colegiales, cobardes…
Este Diario de un noctámbulo, un título que a él seguro que le hubiese gustado, tiene la sintonía de muchas emociones, sensaciones y reflexiones, en las que en la voz brilla la prosa sin otra contención que la del murmullo confidencial, las metáforas del día a día.
También están en el libro las anotaciones de una crónica cultural, el teatro, el cine, la música, los conferenciantes que llegaban a la ciudad, algunas figuras que Umbral admiraba y a las que rendía el homenaje de su magisterio.
Los textos de los folios que subsistieron en algún cajón transmiten también esa aureola de olvido que pudo condenarlos al frío de su desaparición. Lo del frío lo digo sin otra intención que la de remarcar una necesidad que Umbral sintió en aquellos años de finales de los cincuenta y comienzo de los sesenta, en una ciudad como León, en la que muchos siglos antes estuvo prisionero en San Marcos, y a punto de morir de frío, don Francisco de Quevedo y Villegas. Fue la necesidad de comprar por vez primera una bufanda, ya que de nada servía alzar el cuello del abrigo. La bufanda, al fin, no provenía de la coquetería sino de la necesidad.
LUIS MATEO DÍEZ
Otoño de 2014
…