Diario de Andrés Fava

Resumen del libro: "Diario de Andrés Fava" de

Julio Cortázar, uno de los escritores más destacados de la literatura latinoamericana, es conocido por su estilo innovador y su habilidad para jugar con la estructura narrativa. Nacido en Bruselas en 1914 y criado en Argentina, Cortázar es una figura central del Boom Latinoamericano, con obras que desafían las convenciones literarias y exploran la realidad desde perspectivas originales y profundas.

«Diario de Andrés Fava» es una joya literaria que ofrece una visión íntima del universo de uno de los personajes de la novela «El examen», escrita por Cortázar en 1950 pero publicada póstumamente en 1986. Aunque este diario fue inicialmente parte de dicha novela, el autor decidió excluirlo, reservándolo para una publicación futura. Este texto nos sumerge en las reflexiones y el mundo interior de Andrés Fava, un alter ego del propio Cortázar, donde la introspección y la observación de la vida cotidiana se mezclan con el humor y la melancolía.

El libro es un compendio de pensamientos y meditaciones que Andrés Fava anota en su diario, ofreciendo un retrato profundo y complejo de su personalidad. A través de sus páginas, el lector puede encontrar anticipaciones de trabajos más maduros de Cortázar, como el célebre cuento «Continuidad de los parques». La obra se caracteriza por sus elementos autobiográficos y por una rica reflexión sobre temas que preocuparon a Cortázar durante toda su vida, tales como la naturaleza del tiempo, la muerte, el amor y la escritura.

La narrativa de «Diario de Andrés Fava» es fluida y cautivadora, con un estilo que combina la claridad de la prosa con la profundidad de las ideas. Cortázar utiliza el diario como un medio para explorar y experimentar, lo que le permite una libertad creativa que se traduce en una lectura dinámica y sugestiva. Las reflexiones de Fava, impregnadas de un humor sutil y una melancolía latente, revelan tanto la agudeza intelectual del autor como su capacidad para conmover al lector.

En definitiva, «Diario de Andrés Fava» es una obra que enriquece el corpus literario de Julio Cortázar, proporcionando una mirada única y personal a su pensamiento y su arte. Es una lectura esencial para quienes buscan entender mejor la mente de uno de los gigantes de la literatura del siglo XX y disfrutar de la maestría con la que transforma lo cotidiano en una experiencia literaria profunda y memorable.

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Me revientan estos mocos mentales. También los japoneses se suenan en papeles. «Diario de vida», vida de diario. Pobre alma, acabarás hablando journalese. Ya lo haces a ratos.

Un tanguito alentador:

«Seguí no te pares,

Sabé disimular —»

Y este verso de Eduardo Lozano:

Mi corazón, copia de musgo.

Lo que se da en llamar «clásico» es siempre cierto producto logrado con el sacrificio de la verdad a la belleza.

Esperando un ómnibus en Chacarita. Tormenta, cielo bajo sobre el cementerio.

Cumpliendo la cola me quedo largo rato mirando la copa de los árboles que preceden el peristilo. Una línea continua de copas (el cielo gris la ahonda y purifica), ondulando graciosa como al borde de las nubes. En lo alto del peristilo el ángel enorme se cierne entre los perfiles de árbol; parece como si apoyara el pie sobre las hojas. Un segundo de belleza perfecta, luego gritos, trepar al ómnibus, córranse más atrás, de quince o de diez, la vida. Adiós, hermosos, un día descansaré ceñido por ese encaje delicado que me protegerá por siempre de los ómnibus.

(La tierna idiotez de algunas frases. Suspiros verbales.)

Sólo me interesan los primitivos y mis contemporáneos, Simone Martini y Gischia, Guillaume de Machault y Alban Berg. Del siglo XVI al XIX tengo la impresión de que el arte no está bastante vivo ni bastante muerto.

Rimbaud, poeta «ambulatorio». Fatiga: estímulo para que la revelación salte y se instale. El ocio engendra ocio, etcétera. Ayer volvía en el 168, apretándome entre tipos y olores. De pronto la visitación, la felicidad lancinante. Tener el poema sin palabras, enteramente formulado y esperando; saberlo. Sin tema, sin palabras, y saberlo. Un verso solo purísimo:

La santidad, como una golondrina.

Pero tan pocas veces —Desde la tarde en que oí ese verso (y otros dos a la mañana siguiente), una sorda opacidad, un sentirme repleto de materia viva, ocupada en sí misma, rumia satisfecha. Vegeto, voy y regreso, me refugio en la lectura. Eliot, Chandler, Colette, Priestley, Connolly…

Oigo una vez más Henry V en la grabación de Laurence Olivier. Siempre es tiempo de morir, pero estas láminas con su espiral fuera del tiempo guardan una instancia de eternidad. No está en la palabra, no son exactamente Will o Larry, o la felicidad que agrega Walton con su música. Lo eterno alcanza forma en la acción del hombre. Fue preciso todo eso, y que una vocación lanzara a Olivier, y que tras él Inglaterra, el cine, el momento, la guerra, el clima

that did affright the air al Agincourt—

Y de pronto, como en la concepción, o en el encuentro de dos palabras que se incendian en poesía, lo eterno: una actitud, un gesto, and he babbled o’er green fields, y el Condestable, y ese chico murmurando: soma crying, some swearíng, some calling for a surgeon —Todo se encontró; los siete colores para dar la blancura que los aniquila en perfección, en uncoloured color, Eternity.

Cuando no se es un intelectual, la inconsistencia y la pobreza de las ideas hace temer que todo lo escrito (salvo un poema, quizá un cuento) resulte inútil y ridículo. Ideas, es decir establecimiento de relaciones, cabezas de puente, puentes. Rodeado de libros, me inclino sobre una flor que dejaron en mi mesa. Su ciega pupila translúcida me mira; creo que si de verdad me mirara no me vería.

Tal vez este diario sea ocupación de argentino; como el café —diario oral de vida—, las mujeres en cadena, los negocios fáciles y la tristeza mansa. Qué difícil parece aquí una construcción coherente, un orden y un estilo. Además, para escribir un diario hay que merecerlo. Como Gide, o T. E. Lawrence. Un diario, fina puntilla que hace el hervor sobre la flor del almíbar. Espumar, sí, pero no en pailas vacías. Si hubiera vivido bien, si hubiera muerto bien, si esto por donde me muevo fuera sólido y no la jalea autocompasiva que me encanta comer, entonces sí; entonces poner en palabras las cosas que quedaban por decir, las espumitas, los surplus de guerra.

Along the Santa Fe trail —Canta Bing Crosby y me vuelve la sorpresa de toda palabra española metida en una construcción inglesa o francesa. De pronto, en el instante puro, descubrimiento de la palabra en toda su virginidad; pero ya se borra, ya es la cosa que conozco (o sea que no conozco, que sólo uso).

Encuentro a un amigo malhumorado y nervioso por un problema de trabajo que lo hostiga. Desde fuera, desde el borde de su escritorio, me es cómodo medir el absurdo de esa preocupación por algo que ni siquiera lo alcanza como persona (vive vicariamente un problema ajeno: fatalidad de buen empleado, del gestor honesto). Me pregunto si le ocurre reparar de pronto en el absurdo, por comparación con lo cósmico, si da a veces un paso atrás para que el enorme monstruo contra sus ojos sea de nuevo la mosca posada en el aire. Técnicas, no más que eso. Baruch Spinoza, qué cochino. Cuando alguien murió, un impasible me dijo:

— En casos así no me dejo ganar; me refugio en seguida en la metafísica. —Se ve que el muerto no era tu amante— le contesté.

Si se pudiera… Siempre admiré en Laforgue ese sentido exacto, aniquilante, de la proporción universal. Único poeta francés que mira planetariamente la realidad. Frente a un tren perdido, un traje manchado, conservar la conciencia de la totalidad, que reduce el incidente a menos que a nada. Pero se ve que el muerto no era tu amante. Ay, Andrés, te empieza a doler la cabeza o el hígado, y esa insignificancia te tapa il sole e l’altre stelle. Te matan una vida como las que te han matado, y a la mierda el universo. El ego se planta solo, un ojo devorando el mundo —sin verlo.

«Diario de Andrés Fava» de Julio Cortázar

Julio Cortázar. Nació en Bruselas en 1914, su padre era funcionario de la embajada de Argentina en Bélgica, se desempeñaba en esa representación diplomática como agregado comercial.

Hacia fines de la Primera Guerra Mundial, los Cortázar lograron pasar a Suiza gracias a la condición alemana de la abuela materna de Julio, y de allí, poco tiempo más tarde a Barcelona, donde vivieron un año y medio. A los cuatro años volvieron a Argentina y pasó el resto de su infancia en Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires, junto a su madre, una tía y Ofelia, su única hermana.

Realizó estudios de Letras y de Magisterio y trabajó como docente en varias ciudades del interior de la Argentina. En 1951 fijó su residencia definitiva en París, desde donde desarrolló una obra literaria única dentro de la lengua castellana. Algunos de sus cuentos se encuentran entre los más perfectos del género. Su novela Rayuela conmocionó el panorama cultural de su tiempo y marcó un hito insoslayable dentro de la narrativa contemporánea.

En 1983, cuando retorna la democracia en Argentina, Cortázar hizo un último viaje a su patria, donde fue recibido cálidamente por sus admiradores, que lo paraban en la calle y le pedían autógrafos, en contraste con la indiferencia de las autoridades nacionales. Después de visitar a varios amigos, regresa a París. Poco después François Mitterrand le otorga la nacionalidad francesa.

El 12 de febrero de 1984 murió en París a causa de una leucemia.

Julio Cortázar es uno de los escritores argentinos más importantes de todos los tiempos.