Resumen del libro:
Múltiples enigmas y secretos mil envuelven la figura de Cristóbal Colón y todo cuanto le atañe. Su Diario de a bordo, que conocemos por la versión que nos dejó Bartolomé de las Casas, es la fuente más directa que se conserva sobre la travesía marina que lo llevó hasta América. Desde el viernes 3 de agosto de 1492, en que salió por la barra de Saltés, hasta que regresó a la misma el viernes 15 de marzo de 1493, el almirante fue anontando cuantas peripecias conoció en el viaje de ida y vuelta que más trascendencia habría de tener para la era moderna de la historia de la humanidad. Este primer viaje a las Indias a las que creía haber llegado, y su descubrimiento, es descrito, anotado y comentado en tercera persona como cronista interesado en los hechos que mejor se acomodaran a la gloria del que, por capitulación real, era Almirante de la Mar Océana.
Introducción
La forma de la tierra
Los babilonios y los egipcios
Como montaña ingente, surgida de las aguas del océano, consideraban los babilonios a la Tierra. Un cielo plano, que se apoyaba en los montes fronterizos de Arabia y Libia y en cuatro robustos y prolongados pilares, era la concepción que del mundo tenían los antiguos egipcios; de este toldo celestial colgaban las estrellas como lámparas.
Los griegos
Por su parte, Homero imaginaba la Tierra como un disco cóncavo, en cuyo centro rugía el Mediterráneo y desembocaban los ríos; Anaximandro le atribuía forma cilíndrica; Anaxímenes la representaba como una meseta; Jenófanes, como un cono; Endoxos, como un dilatado rectángulo. Seiscientos años antes de nuestra era, Tales de Mileto intuyó una configuración esférica del cielo, que rodearía a la Tierra como la cáscara del huevo al interior del mismo; en el centro de la esfera flotaría sobre el océano el disco terrestre. Pitágoras o alguno de sus aventajados discípulos dedujo por vez primera la redondez de la Tierra, al comprobar que la sombra de ésta en los eclipses de luna era siempre de forma circular. Muchos marinos habían inferido ya que el mar, aparentemente tan horizontal, tiene una ligera curvatura: no sólo parecía que el sol, la luna y las estrellas surgían por debajo del horizonte oriental y se hundían en el Oeste, sino que, en las regiones situadas muy al norte o al sur del país del observador, el sol del mediodía estaba inusitadamente bajo o singularmente alto en el firmamento, y las estrellas familiares desaparecían de la vista mientras se presentaban otras, hasta entonces ignoradas.
Primeros viajes de exploración
Una noticia de Heródoto
Cierta tarde de verano del año 446 a. C., Heródoto de Halicarnaso, que había recorrido el mundo conocido —Babilonia y Persia, el sur de Italia y Egipto—, asombró a su auditorio, en el ágora de Atenas, con la noticia de que un siglo antes, y por encargo del faraón Necao, los navegantes fenicios habían zarpado del mar Rojo, doblado El Cabo —donde advirtieron, con gran sorpresa, que el sol de mediodía quedaba al Norte— y regresado a Egipto por el Mediterráneo. Los atenienses le escucharon incrédulos: para ellos, Libia (la África actual) se unía en el sur con Asia, y el mar de Eritrea (el océano Indico) era un mar interior.
Fenicios y cartagineses
Por el norte, los fenicios comerciaban regularmente con las islas Casitérides (las islas Británicas) y las costas germánicas, de donde obtenían el codiciado estaño y el resplandeciente ámbar. Más osados, sus sucesores cartagineses colonizaron las islas Canarias y llegaron por el sur a la desembocadura del río Senegal, hasta una isla situada frente a Sierra Leona, y acaso por el este al mar de los Sargazos.
Las aventuras de Pytheas
Hacia el año 549 a. C., un geógrafo y navegante griego de Massilia (Marsella) llamado Pytheas emprendió una controvertida travesía que le llevó más allá de las islas Británicas. Aunque su principal obra, Sobre el Océano, se ha perdido, sus aventuras son conocidas merced al relato del historiador Polibio. Pytheas recorrió gran parte de Albión a pie, alcanzó la desembocadura del Vístula en el Báltico y descubrió la misteriosa Thyle o Thule, isla sin habitantes situada a seis días de navegación del extremo norte de Britania y que se extendía hasta el Círculo Ártico. En torno a Thule, dijo, había un «mar cuajado», un «pulmón oceánico» que se agitaba como la respiración de un monstruo bajo las olas. Sus contemporáneos se burlaron, pero el explorador moderno Nansen consideró al «pulmón oceánico» como una descripción gráfica de los hielos flotantes que bordean la helada superficie del Ártico.
La astronomía y la geografía
Platón
Paralelamente a las navegaciones, científicos y pensadores elaboraban audaces teorías. Familiarizado con las doctrinas pitagóricas, Platón se esforzó por difundirlas entre sus conciudadanos, al tiempo que inauguraba la fama de la Atlántida, isla de proporciones continentales emplazada al oeste de las Columnas de Hércules.
Aristóteles
Posteriormente, y para explicar los movimientos de todos los cuerpos celestiales, Aristóteles ideó un ordenado sistema del mundo con cincuenta y cinco esferas cristalinas y huecas. Según su complicada doctrina, el Primer Motor movía la esfera exterior, la de las estrellas fijas. Aristóteles suponía que eran necesarias treinta y tres esferas interiores para justificar los desplazamientos planetarios, y añadía otras veintidós que giraban en sentido contrario, interpuestas entre las primeras, a fin de contrarrestar la tendencia de cada esfera a perturbar el movimiento de los planetas de las esferas contiguas.
Aristarco de Samos
Fue Aristarco de Samos (300-230 a. C.) quien primero se atrevió a sostener la afirmación, inaudita en aquellos tiempos, de que la Tierra era uno más de los planetas, y añadió que daba vueltas en torno a un sol inmóvil, centro del universo, y al mismo tiempo giraba sobre su propio eje. Sus contemporáneos combatieron el sistema heliocéntrico y amenazaron con llevar a su defensor ante los tribunales.
Eratóstenes
La expedición de Alejandro a través de Asia, hasta la India, incrementó notablemente los conocimientos geográficos, y fue precisamente en una ciudad fundada por él, Alejandría de Egipto, donde Eratóstenes (276-194 a. C.) demostró experimentalmente la curvatura de la tierra y calculó su circunferencia. Habiéndose enterado de que en Syone (la moderna Assuán), el sol se halla directamente sobre la cabeza y no proyecta sombra alguna en el solsticio de verano al mediodía, eligió dicho solsticio para medir el ángulo de inclinación de las sombras en Alejandría. Hallando que se apartaban de la vertical unos 7,5 grados, infirió que la distancia entre los dos lugares (unos 5.000 «stadia») representaba unos 7,5 grados de la circunferencia de la Tierra. Esto significaba que dicha circunferencia tenía unos 250.000 «stadia», o sea unos 39.700 kilómetros, cifra muy aproximada a los poco más de 40.071 kilómetros que se aceptan en la actualidad.
Estrabón
En época de Eratóstenes se construyeron globos que representaban a la Tierra vista desde el espacio. Eran esencialmente correctos en su descripción del Mediterráneo, pero progresivamente inexactos a medida que se alejaban de dicho mar. En su voluminosa Geografía, Estrabón escribió: «Quienes han regresado de un intento de circunnavegar la Tierra no dicen que se lo haya impedido la presencia de un continente en su camino, porque el mar se mantenía perfectamente abierto, sino más bien la falta de decisión y la escasez de provisiones… Dijo Eratóstenes que, a no ser por el obstáculo que representa la extensión del océano Atlántico, se podría llegar fácilmente por mar desde Iberia a la India, siguiendo siempre el mismo grado de latitud… Es muy posible que en la zona templada haya una o dos tierras habitables… De hecho, si [dichas tierras] estuviesen pobladas, no sería por gentes como nosotros, y deberíamos considerarlas como otros mundos habitados».
Hiparco
Pero quizá fue Hiparco (190-120 a. C.) el más importante de los astrónomos griegos. Entre sus numerosos logros figuran la invención de la trigonometría y el descubrimiento de la precesión del eje terrestre; catalogó por vez primera las posiciones y magnitudes de las estrellas y anticipó que éstas nacen, se desplazan lentamente en el transcurso de los siglos y al final perecen.
Ptolomeo
El alejandrino Ptolomeo basó casi enteramente en las tesis de Hiparco su celebrado Almagesto, escrito en el siglo II de nuestra era. Desechó Ptolomeo la doctrina de las esferas cristalinas de Aristóteles y proclamó que la Tierra se hallaba fija en el centro del universo, y que en torno a ella giraban, en órbitas circulares y en orden de distancias, la luna, los planetas Mercurio y Venus, él sol, los planetas Marte, Júpiter y Saturno y, finalmente, la esfera exterior de las estrellas. Los movimientos observados en los planetas no eran, empero, tan regulares como si describiesen círculos perfectos, y Ptolomeo introdujo movimientos adicionales o epiciclos, círculos menores que las órbitas principales, para subsanar las deficiencias de su sistema. La alta consideración de que gozaba el alejandrino y el atractivo de su cosmogonía garantizarían la supervivencia del geocentrismo hasta el siglo XVI. Además, Ptolomeo corrigió a Eratóstenes reduciendo la circunferencia de la Tierra, sobreestimó la anchura del «mundo habitado» e imaginó África como unida por tierra con el sur de China.
El caso de los náufragos desconocidos
Pero, mucho antes, un siglo a. C., la suposición de Eratóstenes de que el océano debía guardar mayores secretos hacia el Oeste tomó mayor fuerza cuando un bote tripulado por hombres de una raza desconocida fue arrojado sobre las costas alemanas, entre los ríos Elba y Weser. Un caudillo germano acogió a los insólitos náufragos y los ofreció como obsequio al cónsul galo Cancilio Metelo Celer. Los historiadores Mela y Plinio mencionaron el acontecimiento, pero omitieron el destino final dado a los náufragos. Acaso éstos inspiraron a Séneca las siguientes líneas, citadas a menudo:
Secula seris, quibus Oceanus
Vincula rerum laxet, et ingens
Pateat tellus Typhisque novos
Detegat orbes nec sic terris
Ultima Thule.
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