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Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes

Resumen del libro:

Algernon Blackwood, maestro indiscutido de la narrativa fantástica y de terror, despliega en Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes un talento único para conjugar misticismo, el ocaso de lo humano y el asombro ante lo inabarcable. Este volumen, compuesto por ocho relatos seleccionados de diferentes colecciones, es un festín para los amantes de lo sobrenatural, de aquellas historias que, como sombras, se deslizan entre las líneas, presagiando algo desconocido y temible. Blackwood, reconocido por relatos icónicos como El Wendigo o Los sauces, transita aquí su habilidad para erigir mundos imprecisos, donde los límites entre la realidad y el sueño se desdibujan de forma magistral.

En Descenso a Egipto, la pieza que da título al libro, el autor evoca un Egipto ancestral y místico. En un hotel cerca de El Cairo, el narrador se encuentra con un amigo que ha oído de un misterioso egiptólogo capaz de regresar a tiempos de los faraones a través de un canto sagrado. Esta evocación del pasado, que nos envuelve en la arena y los susurros de civilizaciones perdidas, subraya la creencia de Blackwood en la existencia de puertas que comunican dimensiones desconocidas y nos advierte de los peligros de profanar la eternidad.

Otro de los relatos notables, Los condenados, parece susurrar al oído del lector desde el mismo vacío que habita el alma de una casa embrujada. Inspiración probable de futuros relatos de casas malditas, como La maldición de Hill House, en esta historia dos hermanos aceptan la invitación de una viuda para pasar una temporada en su finca. Pronto, el ambiente se convierte en un personaje más, y cada esquina, cada pared de la casa parece impregnada de una malignidad ancestral. En el fondo, Los condenados plantea una reflexión sobre el poder corruptor de lo oculto y la fragilidad del alma humana ante lo inexplicable.

Finalmente, en Una soga de tres cuerdas…, Blackwood introduce la figura de la femme fatale fantasmal. En una fiesta, el protagonista conoce a una mujer cautivadora que, entre susurros, le insinúa haberlo estado esperando desde hace mucho tiempo. La presencia seductora de esta figura femenina oculta intenciones perturbadoras y desafía al protagonista a desentrañar una atracción que podría ser su perdición. Este relato envuelve al lector en el vértigo de lo desconocido y la trampa de las pasiones oscuras, tan propias del universo literario de Blackwood.

Cada relato de esta colección evoca una atmósfera densa y a menudo apabullante, como si el lector transitara por umbrales hacia un abismo psíquico donde lo que conocemos de nosotros mismos se enfrenta con lo innombrable. El estilo de Algernon Blackwood hipnotiza, y su capacidad para despertar el asombro y el temor hacen de estos relatos una experiencia genuinamente clásica, digna de leerse y releerse como un mapa que guía hacia las oscuras fronteras del espíritu.

THE LAND OF GREEN GINGER

En el lujoso apartamento de su pensión el anciano señor Adam estaba sentado frente al fuego con el ceño fruncido, no por ira o enfado, sino por pura perplejidad. Era el agradable momento entre el té y la cena, alrededor de su sofá había esparcidas una cantidad de cartas abiertas y cerradas; él estaba leyendo por encima una carta mecanografiada, preguntándose qué hacer con ella, y esta duda era lo que provocaba el ceño fruncido.

«¡Estos simposios de la prensa», gruñó para sus adentros, «son un fastidio!». Su secretaria se había ido a casa y se había llevado los capítulos dictados de su libro, su vigésima novela… su vigésima novela de éxito, recordó con una sonrisa que desplazó momentáneamente el ceño fruncido. «Cuáles fueron mis inicios», leyó la frase mecanografiada ante él. «¿Qué me llevó en primer lugar a escribir?», volvió a aparecer el ceño fruncido. Su mente viajó entre las tinieblas de años atrás. Recordaba muy bien qué le llevó a empezar a escribir. «Pero nadie me creería».

Fue crispándosele la cara… Finalmente, decidió que por la mañana dictaría unos cuantos párrafos de lugares comunes, aportando los hechos, por supuesto, pero sin incluir el extraño incidente que le permitió descubrir que poseía un don. Este descubrimiento fue debido a un golpe emocional, y hay quien afirma que una conmoción puede hacer aflorar posibilidades latentes de la mente hasta el momento ignoradas. Es decir, las circunstancias son necesarias para que aparezcan; a menos que la vida las produzca, esas posibilidades permanecen desconocidas, inactivas.

Recordó esta conmoción en su caso concreto, la extraña experiencia que la produjo y la primera noción de su privilegiada imaginación que apareció como resultado. «¡Pero pensarían que me lo estoy inventando!». Mientras tanto, garabateaba unas cuantas palabras en los márgenes de la carta.

«Es interesante», se paró un segundo a pensar, «cómo cada detalle importante de la experiencia se debía a algo que ya estaba en mi mente por aquel entonces. Todos los ingredientes estaban en mí. Simplemente, algo los usó, los caracterizó. Ese es el don de la imaginación, supongo… Dar forma a la materia prima».

Podía verlo todo como si hubiera ocurrido ayer en lugar de hacía treinta años.

La conmoción, en su caso, fue la pérdida total y repentina de la confortable fortuna que había esperado recibir. El administrador, su tutor, la despilfarró y, al cumplir los veinte años, huérfano y recién salido de Oxford, en lugar de disfrutar de las dos mil libras al año que esperaba recibir, se encontró con una renta de cincuenta libras al año, quizás menos. Solo dos detalles tienen importancia en la historia: la profunda amargura que sentía contra el tutor estafador, a quien conocía personalmente, y la cuestión de cómo podría ganarse la vida. El señor Adam habría enfatizado estas dos cosas si hubiera escrito la verdad para el simposio. Porque fueron ambas cosas, este pensamiento y este sentimiento, que ardía intensamente en su cabeza, por las que salió a pasear para reflexionar sobre todo ello.

A sus veinte años, la situación le parecía profundamente trágica; nadie en el mundo se había sentido tan abrumado por el destino; su ira contra el tutor que cantaba salmos era tan amarga que podría haber matado. Se habían despertado en el joven una ira y un odio intensos. Podría haber asesinado al señor Holyoake. El estafador se lo merecía. Y Adam, reflexionando sobre los años de administración deshonesta que lo habían dejado sin un penique, lo sopesó en serio. No es que quisiera realmente cometer un asesinato, pero fue consciente de que esa posibilidad anidaba en su interior. Todavía recordaba (hoy con una sonrisa) cómo al final desechó la idea: «¿De qué iba a servir?», reflexionó amargamente. «Aunque lo matara, el Estado me mataría a mí en consecuencia. Me ahorcarían. Quien asesina es asesinado a su vez».

Y de esta manera, según creía, expulsó la idea de su cabeza. El otro «detalle importante» tenía relación con su futuro inmediato. ¿Qué podía hacer para ganarse la vida? Meditó sobre ello en profundidad. Contempló una docena de futuros: el teatro, el periodismo, la industria del motor (que por aquel entonces estaba en sus comienzos), el negocio de los seguros, emigrar… Pensó en muchos campos y profesiones, pero se dio cuenta de que no estaba preparado para ninguno de ellos. La elección de un trabajo, algo que pudiera desempeñar, le inquietaba de forma obsesiva. Descubrió que había cien, mil futuros posibles para un hombre. Era el hecho de elegir lo que le resultaba imposible. En un momento dado en la vida de cualquier persona, reflexionó, tiene a su disposición un buen número de posibilidades… solo puede elegir una, pero las múltiples opciones están ahí.

“Descenso a Egipto y otros relatos inquietantes” de Algernon Blackwood

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