Resumen del libro:
Para numerosos especialistas, este ensayo constituye la expresión más clara y completa del pensamiento filosófico del pensador Miguel de Unamuno, una de las figuras intelectuales más relevantes de la España anterior a la Guerra Civil. Con este libro, agitado y vehemente, Miguel de Unamuno no profundiza en lo que él mismo creía, sino que coloca el foco en lo que, según él, al hombre le valdría la pena creer ante el hecho inevitable de la muerte.En efecto, este ensayo se inscribe en las preocupaciones por la problemática existencial del hombre contemporáneo, tan en boga en las corrientes filosóficas —en particular, el existencialismo— europeas de aquel entonces.Es indudable que existen ecos de pensadores como el francés Pascal y el danés Kierkegaard en la angustia existencial que transmite este ensayo, pero su sustento ideológico también tiene que ver, en no menor medida, con el profundo conocimiento que el bilbaíno poseía de la Biblia, de los místicos españoles —especialmente de santa Teresa de Jesús—, de san Ignacio de Loyola y del pensamiento y teología protestantes.
El Hombre de carne y hueso
Homo sum: nihil humani a me alienum puto, dijo el cómico latino. Y yo diría más bien, nullum hominem a me alienum puto; soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño. Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad. Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre. El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere —sobre todo muere—, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano.
Porque hay otra cosa, que llaman también hombre, y es el sujeto de no pocas divagaciones más o menos científicas. Y es el bípedo implume de la leyenda, el ζωον πολιτικον de Aristóteles, el contratante social de Rousseau, el homo oeconomicus de los manchesterianos, el homo sapiens de Linneo o, si se quiere, el mamífero vertical. Un hombre que no es de aquí o de allí ni de esta época o de la otra, que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no hombre.
El nuestro es otro, el de carne y hueso; yo, tú, lector mío; aquel otro de más allá, cuantos pensamos sobre la Tierra.
Y este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía, quiéranlo o no ciertos sedicentes filósofos.
En las más de las historias de la filosofía que conozco se nos presenta a los sistemas como originándose los unos de los otros, y sus autores, los filósofos, apenas aparecen sino como meros pretextos. La íntima biografía de los filósofos, de los hombres que filosofaron, ocupa un lugar secundario. Y es ella, sin embargo, esa íntima biografía la que más cosas nos explica.
Cúmplenos decir, ante todo, que la filosofía se acuesta más a la poesía que no a la ciencia. Cuantos sistemas filosóficos se han fraguado como suprema conciliación de los resultados finales de las ciencias particulares, en un período cualquiera, han tenido mucha menos consistencia y menos vida que aquellos otros que representaban el anhelo integral del espíritu de su autor.
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