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De un plumazo: Las historias perdidas

Resumen del libro:

“De un plumazo: Las historias perdidas” de Terry Pratchett es una antología que nos ofrece una ventana inédita al genio narrativo del escritor británico. Esta colección de relatos cortos, ilustrada con esmero, recupera textos que Pratchett escribió durante los años setenta y ochenta, muchos de ellos bajo pseudónimo para diversos periódicos. Estos cuentos no forman parte de su emblemático universo del Mundodisco, pero contienen el germen de su estilo inconfundible: un ingenio mordaz, una fina crítica social y una imaginación desbordante que atrapan desde la primera página.

Cada historia nos sumerge en un mundo distinto, pero todos los relatos comparten un elemento común: la ironía que desafía las convenciones y un humor que equilibra lo absurdo con lo profundo. Desde el hombre de las cavernas Og, quien lucha por comprender las consecuencias de su invención del fuego, hasta los fantasmas desahuciados de las Torres de Pilajo que rondan el Ministerio de Estorbos, Pratchett juega con la historia, la mitología y la vida cotidiana, transformando lo mundano en extraordinario. La ciudad de Morpork, que más tarde se convertiría en la famosa Ankh-Morpork del Mundodisco, ya aparece esbozada en estos primeros escritos, acompañando a héroes como Kron en aventuras llenas de peligros y sorpresas.

Terry Pratchett, uno de los autores más queridos y leídos de la literatura contemporánea, creó un legado literario marcado por su capacidad para hacer reír y reflexionar al mismo tiempo. Su obra es aclamada por su brillante sentido del humor, su habilidad para mezclar lo fantástico con lo filosófico, y su capacidad para comentar, con aguda perspicacia, las debilidades y fortalezas de la sociedad humana. Esta antología, por tanto, es más que una colección de relatos perdidos: es un testimonio del poder creativo de un autor que nunca dejó de explorar nuevas formas de contar historias y de mirar el mundo con una lente crítica y cómica a la vez.

“De un plumazo” es una lectura imprescindible tanto para los fans acérrimos de Pratchett como para aquellos que desean descubrirlo. Aunque estos relatos pertenecen a una época temprana de su carrera, ofrecen pistas fascinantes sobre la evolución de su voz literaria y su imaginario creativo. Cada cuento es un pequeño universo en sí mismo, rebosante de personajes entrañables, escenarios impredecibles y un humor tan incisivo como universal.

Prólogo de Neil Gaiman

Ahora que Terry Pratchett lleva ocho años muerto, he sido testigo directo de cómo la persona viva a la que conocí se ha convertido en una suerte de leyenda. A ojos del gran público Terry es, por lo que percibo, un espíritu jovial, bondadoso y sabio, de ojillos brillantes y semblante noble, un anciano sensato y reconfortante al que pueden reivindicar personas con las creencias más dispares porque, por supuesto, su Terry habría estado de acuerdo con ellas, que tanto aman sus libros, ¿no? Y no puedo evitar sentir que ese Terry semimítico, como Merlín pero armado de agudezas en vez de varita y con la barba un poco más corta, existe en el imaginario colectivo como podría existir cualquier otro Terry Pratchett.

Es más alegre que el Terry que yo recuerdo, considerablemente menos irascible y mucho menos propenso a sostener opiniones de las que discrepas (quienquiera que seas el que lee estas líneas, cualesquiera que sean tus creencias, te prometo que el auténtico Terry sostenía por lo menos una opinión que te pondría los pelos de punta y te haría decir: «¡Venga ya, eso no lo piensas de verdad!»); es sensato y siempre entrañable. El verdadero Terry Pratchett era entrañable, desde luego, pero no siempre. Tenía sus días, como él mismo hubiera sido el primero en reconocer. Incluso yo, que todavía echo de menos a la persona real que recuerdo, agradezco de vez en cuando la existencia del nuevo, revisado y semilegendario Terry Pratchett: él y yo rara vez discrepamos sobre lo que pasa cuando estoy trabajando en Buenos presagios, por ejemplo, y ese Terry por lo general me autoriza a hacer lo que considere adecuado. (Dicho eso, a veces sí que discrepamos, o por lo menos hay ocasiones en las que el Terry de mi cabeza se muestra muy claro sobre lo que deberíamos hacer, que no es lo que yo habría querido. Y entonces suspiro y hago lo que estoy bastante convencido de que Terry preferiría, en lugar de lo que yo probablemente habría hecho).

A veces, cuando pienso en Terry, añoro los fragmentos de historias que me contaba —o incluso me enseñaba— y que jamás se publicaron. Debían de estar, casi con toda seguridad, en el disco duro que aplastó una apisonadora de vapor tras su muerte. El fragmento de la historia sobre la madre de Rincewind, por ejemplo. O el pasaje sobre el zambullero de la novela Imágenes en acción. Hubo un tiempo en el que existieron, pero ahora han desaparecido, hechos añicos: fragmentos de información reducidos a pedazos de metal, silicio y cristal.

Cuando Rob Wilkins, el representante de Terry en la Tierra, me llamó para contarme que unos brillantes e incansables zahoríes habían desenterrado, rebuscando en la hemeroteca, un tesoro formado por relatos de Terry Pratchett, no supe muy bien qué pensar.

Y entonces leí los relatos. Y sonreí.

Mientras los leía, sin embargo, me pregunté qué opinaría Terry de que se descubrieran y se presentaran al mundo esas historias. Y entonces comprendí que, dado que las personas son complicadas incluso cuando no son semilegendarias, probablemente dependería de a qué Terry estuviéramos refiriéndonos, y en qué momento de su carrera.

El joven Terry Pratchett que las escribió debía de estar orgulloso de ellas, de eso no cabe duda. Salta a la vista que les ha dedicado mucho trabajo. Una vez me contó que un periodista debía pensar como un alunicero: romper el escaparate, agarrar lo que se pueda y desaparecer en la noche. Y estos son relatos de alunicero: dispone de una cantidad limitada de espacio en la página del periódico, lo que conlleva un número limitado de palabras para llenarlo, ni menos ni más, y él va a empezar, construir y terminar su historia ateniéndose al recuento de palabras. Va a enganchar al lector lo antes posible para no soltarlo hasta el final.

No es un humorista, aún no, ni mucho menos el deslumbrante satírico en el que se convertirá. El Terry Pratchett que escribió estos relatos es un periodista que se cree, en el fondo, escritor de ciencia ficción, aunque no sea eso lo que escriba en esos momentos. (Cuando nos conocimos me dijo que era escritor de ciencia ficción. Yo le creí). Ese Terry es el hombre que ha escrito The Dark Side of the Sun y Strata, remezclando sus temas favoritos de Larry Niven e Isaac Asimov, decidido en cada libro a construir de cero su propio universo, pero sin tener muy claro todavía lo que hará con él.

Los relatos de este libro están, por otro lado y en su mayor parte, ambientados en el aquí y el ahora. O en el casi-aquí y el casi-ahora. Y son, también en su mayor parte, divertidos y fantásticos. Parecen más precursores del Mundodisco (o incluso del mundo de Buenos presagios) que cualquiera de las dos novelas tempranas de ciencia ficción de Terry.

Una de las partes más difíciles de ser escritor es eso de tener que madurar de cara al público. Terry necesitaba que lo publicasen. No tenía tiempo para perfeccionar su arte en privado. La identidad de Patrick Kearns le permitió escribir narrativa, afinar su pluma y descubrir, sospecho, qué cosas disfrutaba inventando y escribiendo. A lo largo de estos veinte cuentos prueba una serie de técnicas: «Cómo empezó todo» utiliza el Cavernícolas-Que-Son-Como-Nosotros-E-Inventan-Cosas, por ejemplo, algo que Terry se había encontrado en uno de sus libros favoritos, Por qué me comí a mi padre de Roy Lewis. Las historias de Blackbury se valen de un particular Estilo-Humorístico-Británico que yo tiendo a atribuir a Norman Hunter, creador de la serie de libros del profesor Branestawm, que es accesible y entretenida para los niños, pero contiene pequeñas pasas de ingenio metidas en la mezcla para disfrute de los adultos. Y en el transcurso de todos estos relatos presenciamos cómo el joven Terry Pratchett se convierte en Terry Pratchett. Habrá expresiones que nos resulten familiares, nombres conocidos y muchos momentos en los que atisbaremos la mente del Terry Pratchett que todavía estaba por entrar en juego.

¿Cuándo se convierte un joven autor en el escritor al que adoras? Sin duda alguna, «La épica búsqueda de las llaves» es puro proto-Pratchett de Mundodisco, aunque Morpork no hubiera encontrado todavía su Ankh, y al leerlo me sentí igual que cuando un experto en arte saca a la luz una versión previa de un cuadro famoso que conozco y aprecio. Con cambiar un par de variables, «La épica búsqueda de las llaves» podría haber sido la plantilla de El color de la magia.

Sospecho que el Terry Pratchett maduro, el que estaba construyendo el Mundodisco y perfeccionando su arte, habría sentido algo de vergüenza con el redescubrimiento de estos relatos. Las historias de Patrick Kearns le hubieran creado sentimientos encontrados.

¿Y sir Terry Pratchett, el escritor en sus últimos años? ¿Qué pensaría él del hallazgo y publicación de estos relatos?

Creo que se habría alegrado de que estuvieran ahí para alegrar a sus fans e intrigar a los expertos en Pratchett (aunque, dicho sea de paso, tampoco creo que llegara a estar cómodo nunca con la existencia de expertos en Pratchett).

Creo que habría estado orgulloso del joven periodista que los escribió y que, al releerlos, quizá hasta se habría reído, divertido o inspirado por algo que escribió aquella joven versión de sí mismo, oculta tras un pseudónimo impenetra­ble y sepultada en los polvorientos archivos del Western Dai­ly Press para, según creía con certeza el joven Terry, siempre jamás.

NEIL GAIMAN
Mayo de 2023

“De un plumazo: Las historias perdidas” de Terry Pratchett

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