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De la sabiduría egoísta

Libro De la sabiduría egoísta, de Francis Bacon

Resumen del libro:

De la sabiduría egoísta, de Francis Bacon, es un libro que explora la naturaleza y las consecuencias de la ambición humana. El autor, considerado uno de los padres del empirismo y del método científico, analiza cómo el deseo de poder, riqueza y fama puede corromper el juicio y la moral de las personas.

Bacon divide su obra en tres partes: la primera trata de la sabiduría en sí misma, la segunda de las ventajas y los inconvenientes de la sabiduría egoísta, y la tercera de los remedios para evitar o moderar los efectos negativos de esta. A lo largo de sus páginas, el autor cita a diversos filósofos, historiadores y escritores clásicos, como Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, Tácito y Virgilio, para ilustrar sus argumentos con ejemplos históricos y literarios.

El libro es una obra maestra de la prosa renacentista inglesa, que combina el rigor lógico con la elegancia estilística. Bacon demuestra una gran erudición y una profunda comprensión de la naturaleza humana. Su obra es una invitación a reflexionar sobre el uso que hacemos de nuestra razón y nuestra voluntad, y sobre el equilibrio entre el bien común y el interés personal.

De la sabiduría egoísta es un libro que no ha perdido vigencia ni relevancia, pues plantea cuestiones que siguen siendo actuales en nuestra sociedad. Es una lectura recomendable para todos aquellos que quieran profundizar en el conocimiento de sí mismos y de los demás, y que aspiren a una vida más sabia y virtuosa.

De la venganza

La venganza es una especie de justicia salvaje que cuanto más crece en la naturaleza humana más debiera extirparla la ley; en cuanto al primer daño, no hace sino ofender a la ley, pero la venganza de ese daño coloca a la ley fuera de su función. En verdad que, al tomar venganza, un hombre se iguala con su enemigo, pero si la sobrepasa, es superior; pues es parte del príncipe perdonar; y estoy seguro que Salomón dice: Es glorioso para un hombre excusar una ofensa. Lo pasado se ha ido y es irrevocable; y los hombres prudentes tienen demasiado que hacer con las cosas presentes y venideras; por tanto no harían más que burlarse de sí mismos ocupándose de asuntos pasados. No hay hombre que cometa el mal a cuenta del mal mismo, sino para obtener provecho propio, o placer, u honor o algo semejante; por tanto, ¿por qué me voy a encolerizar con un hombre que se ama a sí más que a mí? Y si algún hombre cometiera el mal meramente por maldad natural, no sería más que como el espino o la zarza que pinchan y arañan porque no pueden hacer otra cosa. La clase de venganza más tolerable es la debida a los males que no hay ley que los remedie; pero entonces, dejar que un hombre se ocupe de la venganza es como si no hubiera ley para castigar; además el enemigo de un hombre siempre se anticipa y ya son dos por uno. Algunos, cuando toman venganza, están deseosos de que la parte contraria sepa de quién procede. Ésta es la más generosa: pues el goce parece estar no tanto en cometer el daño como en hacer que la parte contraria se arrepienta; pero los cobardes bajos y taimados son como las flechas lanzadas en la oscuridad. Cosme, duque de Florencia, lanzó una desesperanzadora frase contra los amigos pérfidos y despreciables como si esos males fuesen imperdonables: Leeréis que se nos manda perdonar a nuestros enemigos; pero nunca leeréis que se nos mande perdonar a nuestros amigos. Sin embargo, el espíritu de Job era aún más adecuado: También recibimos el bien de Dios ¿y el mal no recibiremos?, y en la misma proporción respecto a los amigos. Esto es cierto, que un hombre que proyecte vengarse, conserva abiertas sus propias heridas porque si no se cerrarían y curarían. Las venganzas públicas son afortunadas en su mayoría; como fue la muerte de César; la muerte de Pertinax; la muerte de Enrique III de Francia; y muchas otras. Pero no sucede así con las venganzas privadas; no, más bien las personas vengativas llevan la vida de las brujas, quienes, como son malignas, terminan desgraciadamente.

De la sabiduría egoísta: Francis Bacon

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