Resumen del libro:
En esta selección de cuatro relatos, Sir Walter Scott deja en evidencia la pasión que siente por su tierra y su tiempo, la Escocia del siglo XVIII, a la vez que su fascinación por lo sobrenatural.
De pequeño, Scott se empapó de leyendas, baladas y poemas de su tierra, escuchando a parientes contar historias heroicas y mágicas. Su obra refleja su curiosidad por el entorno y las gentes de las Tierras Altas que tanto quería.
PRÓLOGO
Sir Walter Scott
La Escocia feudal
En 1771, año en que nació Walter Scott, en Edimburgo, Escocia ya ha comenzado a adentrarse definitivamente en el mundo moderno. Una sociedad nítidamente apartada de la inglesa ha comenzado a dotarse de las instituciones y leyes de su vecino del sur. Pero Escocia constituye una nacionalidad extremadamente sólida y peculiar. El cambio no se producirá sin resistencias.
Hasta mediados del siglo XVIII hubo no menos de cinco intentos protagonizados por la sociedad tradicional escocesa por liberarse del yugo de la expansión inglesa, bastión del imparable avance de las ciudades y del desarrollo comercial e incipientemente industrial. Al menos hasta el siglo XIX, las costumbres religiosas, familiares y las lealtades de carácter prácticamente feudal persistirán en la Escocia más arraigada, la de los campesinos y nobles rurales. Es la época en que Sir Walter Scott comienza a producir su copiosa obra.
Inglaterra aportaba su concepción del progreso, de la propiedad individual y la preponderancia de la ley sobre el honor como eje que había de regular las relaciones sociales. Mientras, en la Escocia secular, regida por las relaciones familiares de clan, cada cual había de vigilar y labrarse su propio respeto y peso social según su dignidad y valía personales, hasta el punto de que un individuo suficientemente audaz —y con las adecuadas conexiones de clan, como la protección de algún señor feudal o jefe de clan— puede exigir impuestos con el único argumento de su fuerza, como sucede con el padre del protagonista de La viuda de las montañas».
Scott nace tras la última gran lucha entre el mundo moderno y una civilización de origen celta. El primero está encarnado en una Inglaterra ambiciosa y decidida a consolidar Gran Bretaña e Irlanda bajo su progreso técnico y comercial. La segunda está representada por la sociedad gaélica escocesa, que no había cambiado en lo esencial durante siglos. Esta última tentativa de 1745 es la quinta en sesenta turbulentos años de rebeliones para reinstaurar en el trono a Jaime II y a sus descendientes. Los partidarios de Jaime II, los jacobitas, pretendían la vuelta de los Estuardo, de carácter básicamente católico y tradicionalista. De esta forma pretendían conservar los valores seculares de la cultura y de la sociedad escocesa, invadida y sojuzgada en gran medida por la agresividad de los ingleses, a los que consideraban extranjeros.
La rebelión de 1745 se dio en un momento en que buena parte de las tropas inglesas se hallaba combatiendo en la Europa continental, por lo que, a pesar de los fracasados intentos anteriores, tiene un inicio espectacularmente favorable. Además, el encanto romántico y la osadía militar del joven príncipe Carlos Eduardo, descendiente de Jaime II, lograron reunir rápidamente a los escoceses oprimidos y, a las pocas semanas, el príncipe había conquistado Escocia. Sin embargo, la población inglesa no se sumó a la sublevación contra la casa reinante de los Hannover y el avance de Carlos Eduardo comenzó a toparse con fuertes resistencias. Con todo, el príncipe logró adentrarse en la región inglesa y aún ganó una batalla en Derby, corazón de Inglaterra, tras lo que se vio obligado a retirarse a las Tierras Altas del norte de Escocia. En abril de 1746 llegó el fin de la rebelión con la derrota en la batalla de Culloden, cerca de Inverness, a manos del ejército encabezado por el duque Cumberland, que produjo una verdadera masacre entre los jacobitas.
La corona británica, incitada probablemente por la peligrosidad de la rebelión recién vivida y decidida a impedir que un acto semejante pudiera repetirse, ejerció entonces una represión brutal y masiva. Aparte de las ejecuciones de los enemigos del nuevo poder inglés, se promulgaron leyes dirigidas a aniquilar los usos y costumbres tradicionales de Escocia. Quizá los más significativos de estos decretos sean los referidos a la prohibición, bajo penas severísimas, de utilizar el traje nacional escocés con su falda y manto de tartán (la famosa tela escocesa), de lo que Scott se lamenta repetidamente en sus relatos. La Escocia inmediatamente anterior a Scott constituye el tema central de la mayor parte de su obra literaria. A pesar de la derrota definitiva del 75, la causa jacobita continuó durante muchas décadas suscitando el apoyo de grandes sectores de la sociedad montañesa, nostálgica de su antigua independencia y tradiciones. La sociedad montañesa de las Highlands, o Tierras Altas escocesas, que constituyen la parte norte de Escocia, en oposición a las Lowlands, o Tierras Bajas, que se hallan al sur, lindando con la región inglesa.
El carácter montañoso de los habitantes de las tierras Altas, la dificultad de las comunicaciones con el resto de la isla y el hecho de que las Tierras Bajas actuaran a modo de separación con Inglaterra hicieron de las Highlands un entorno cerrado en sí mismo, poco receptivo a las influencias extranjeras. Esto explica la diferencia que existe en la propia Escocia entre el norte y el sur. Al contrario que en otros casos, el norte, las Tierras Altas, constituye la zona menos desarrollada y de mayor nacionalismo, con sus trajes típicos y con un idioma propio. Mientras que en el sur, tras muchas décadas de intercambios con los ingleses, la transición hacia la sociedad comercial e industrial burguesa es menos traumática. Esta diferencia entre los escoceses de las montañas y los escoceses del sur aparece reflejada en varios relatos de Scott, y hace que éste, siempre interesado en reforzar los contrastes, sitúe a la mayor parte de sus protagonistas en las Tierras Altas, con su pureza de tradiciones y apego a lo propio. La Escocia que muestra Scott en sus relatos es una región convulsa, dividida entre las viejas costumbres y la modernidad práctica, entre sus leyendas de trasgos y doncellas en peligro y el nuevo racionalismo que rompen el aislamiento secular, obligándolos a aceptar su retraso frente a los astutos mercaderes y terratenientes ingleses. Una Escocia, en definitiva, reacia a aceptar a sus nuevos señores y nostálgica de sus tradiciones rurales, en las que el apoyo mutuo lo era todo.
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