Resumen del libro:
Los Cuentos judíos de Leopold von Sacher-Masoch muestran la simpatía que el autor sentía por el pueblo judío y su solidaridad ante la persecución de que era objeto. Ambientados en casi todos los países europeos, en especial la región polaca de Galitzia, estos cuentos amables reflejan con nostalgia el mundo perdido de las idílicas comunidades rurales judías —y también algunas urbanas— que el industrialismo de la segunda mitad del siglo XIX había destruido.
BESSURÉ TOWÉ
Galitzia
El Prosteck. Cheder. Chassidim. Masser
A Herz Machel, los chassidim, los celotas que reinaban en Sadagura, lo consideraban un prosteck. No era un hombre que actuara de forma contraria a las leyes, sino uno de esos espíritus limitados que no comprenden nada de este mundo y, por eso mismo, permanecen siempre en la sombra. Sin embargo, los Chassidim lo habían rodeado de muchas solicitudes cuando vino al mundo, y lo habían hecho todo para asegurar su felicidad en la tierra y en el cielo.
Cuando Herz acababa de nacer, el Tsadiq, el rabino sabio y milagrero de los Chassidim, a quien obedecían el cielo y el infierno, dio un billete a su padre. Éste, que había puesto un celo particular en cargar la lulka (pipa) del Tsadiq, tenía derechos sobre este billete destinado a proteger al recién nacido durante los primeros ocho días.
En esta época de la vida, Lillith, la bella diablesa, se cierne alrededor de la casa con su séquito, compuesto por cuatrocientos ochenta espíritus impuros. La tira de pergamino en la que estaban inscritos los nombres de tres ángeles: Senoi, Sansenoi y Sammangelef, clavada en el poste de la puerta, había de defender al pequeño Herz contra aquella vanguardia del ejército infernal.
Pero ahora, como llegaban a millares otros demonios, el padre fue de nuevo a casa del Tsadiq, de donde volvió, esta vez, con un montón de pequeños billetes, que había envuelto cuidadosamente en su pañuelo rojo. En esos billetes estaban escritos los nombres de los patriarcas y de sus mujeres, de los profetas, de los grandes talmudistas y Tsadiqim y, además, diferentes pasajes, llenos de energía, de la santa Escritura y del Talmud.
Se trataba, pues, de disponer hábilmente los billetes. Abraham, Isaac y Jacob fueron colocados a la derecha del niño; Sara, Rebeca, Lía y Raquel, a su izquierda; a Moisés y el gran Bescht (el fundador de los Chassidim) los pusieron bajo la almohada, y a los demás billetes los colocaron de centinelas delante de la chimenea, las ventanas, los ojos de las cerraduras y las pequeñas grietas de la pared.
En la puerta se encontraban los nombres de Jehoel, Miguel y Sangsagael, el melamed (preceptor de Moisés), y también este pasaje del salmo 5: «Él salva mi vida».
Y sin embargo el pequeño Herz no tenía ninguna intención de convertirse en un genio cabalístico. Incluso aprendió con dificultad a leer hebreo en el cheder. Aleph y Beth le parecían dos demonios creados para atormentarle: siempre los confundía, y el melamed (maestro de escuela) le prodigaba inútilmente tesoros de paciencia. Cuando estaba sentado delante del sidur (libro de oraciones), en vano le mostraban sin cesar los carácteres hebreos con el deutel (varita); en vano la bonita Rebetsin (mujer del melamed) prometía al chedriungel (escolar) pasteles y frutas; las gallinas que se paseaban cacareando por la escuela le interesaban más que los jeroglíficos que tenía que descifrar.
Un día el melamed le dijo:
—Escucha, Herz, en cuanto aprendas Aleph y Beth, un ángel, desde el techo, te tirará un groschen (perra chica).
…