Cuentos de un soñador
Resumen del libro: "Cuentos de un soñador" de Lord Dunsany
El presente volumen reúne cinco de estas colecciones: «Los dioses de Pegãna» (1905), «El tiempo y los dioses» (1906), «Cuentos de un soñador» (1910), «El libro de los prodigios» (1912) y «El postrer libro de los prodigios» (1916). «Inventor de una nueva mitología, Lord Dunsany se consagró a un extraño mundo de fantástica belleza. Su punto de vista es el más auténticamente cósmico de cuantos se puedan encontrar en la literatura de cualquier época. Nos habla de Hlo-Hlo, el gigantesco ídolo araña, que no siempre se queda en casa, de los gibelinos antropófagos que habitan una torre maligna y guardan un tesoro, y de los ojos que vigilan en los Abismos Inferiores. Dunsany es una llave que abre magníficas reservas de ensueños y recuerdos a los lectores verdaderamente imaginativos». («El horror sobrenatural en la literatura», H.P. Lovecraft)
Poltarnees, la que mira al mar
Toldees, Mondath, Arizim, éstas son las Tierras Interiores, las tierras cuyos centinelas, puestos en los confines, no ven el Mar. Más allá, por el Este, hay un desierto que jamás turbaron los hombres, y es amarillo, manchado está por la sombra de las piedras, y la muerte yace en él como leopardo tendido al sol. Están cerradas sus fronteras; al Sur, por la magia; al Oeste, por una montaña, y al Norte, por el grito y la cólera del viento Polar. Semejante a una gran muralla es la montaña del Oeste. Viene desde muy lejos y se pierde muy lejos también, y es su nombre Poltarnees, la que mira al Mar. Hacia el Norte, rojos peñascos, tersos y limpios de tierra y sin mota de musgo o hierba, se escalonan hasta los labios mismos del viento Polar, y nada hay allí sino el rumor de su cólera. Muy apacibles son las Tierras Interiores, y muy hermosas sus ciudades, y no mantienen guerra entre sí, mas quietud y holgura. Y otro enemigo no tienen sino los años, pues la sed y la fiebre se asolean tendidas en mitad del desierto, y no rondan jamás por las Tierras Interiores. Y a vampiros y fantasmas, cuyo camino real es la noche, las fronteras de la magia los contienen al Sur. Y muy chicas son todas sus gratas ciudades, y en ellas los hombres todos tienen trato entre sí, y se bendicen unos a otros en las calles, saludándose por sus nombres. Y existe en cada ciudad una vía amplia y verde, que viene de un valle o bosque o loma, y entra en la ciudad y sale de ella por entre las casas y cruzando las calles; y nunca pasean por ella las gentes; mas todos los años, en el tiempo oportuno, entra por allí la Primavera desde las tierras florecientes, abriendo anémonas en la vía verde, y todos los goces de los bosques repuestos o de los valles apartados, profundos, o de las triunfantes lomas, cuyas cabezas se yerguen tan altivas en la distancia, lejos de las ciudades.
A veces entran carreros o pastores por aquella vía, de los que vienen a la ciudad desde las serranías nebulosas; y los ciudadanos no se lo impiden, porque hay un paso que mancilla la hierba y un paso que no la mancilla, y todo hombre sabe en los adentros del corazón cómo es su paso. Y en los claros soleados del bosque y en sus umbrías, lejos de la música de las ciudades y de la danza de las ciudades, conciertan la música de los lugares campestres y danzan las danzas campestres. Amable, próximo y amistoso se les muestra a estos hombres el Sol, y les es propicio y cuida de sus tiernos vinedos; y ellos, en cambio, se muestran benévolos para con los menudos seres de los bosques y atentos a todo rumor de hadas o leyendas antiguas. Y cuando la luz de alguna pequeña ciudad distante pone un leve rubor en el confín del firmamento y las felices ventanas de oro de las mansiones solariegas abren los ojos brillantes en la oscuridad, entonces la vieja y sagrada figura de la Fábula, velada hasta el rostro, baja de las colinas boscosas y manda alzarse y danzar a las sombras oscuras, y saca de ronda a las criaturas del bosque, y enciende al instante la lámpara del gusano de luz en su enramada de hierba, e impone silencio a las tierras grises, y de ellas suscita desmayadamente en las colinas lejanas la voz de un laúd. No hay en el mundo tierras más prósperas y felices que Toldees, Mondath y Arizim.
De estos tres pequeños reinos llamados las Tierras Interiores huían constantemente los mozos. Ibanse uno tras otro, sin que supiera nadie por qué, sino tan sólo que tenían un anhelo de ver el Mar. Poco hablaban de aquel anhelo; pero un mozo guardaba silencio unos días, y luego, una mañana, muy temprano, se escabullía trepando poco a poco por la dificultosa pendiente de Poltarnees, y, llegado a la cumbre, pasábala y no volvía nunca. Algunos se quedaron atrás, en las Tierras Interiores, y envejecieron; pero, desde los tiempos más primitivos, ninguno de los que subieron a lo alto de Poltarnees regresó jamás. Muchos dirigiéronse a Poltarnees jurando que volverían. Hubo un rey que envió a todos sus cortesanos, uno por uno, para que le revelaran el misterio, y después él mismo se fue allá; ninguno volvió.
Ahora bien, el pueblo de las Tierras Interiores guardaba el culto de los rumores y las leyendas del Mar, y todo cuanto del Mar pudieron saber sus profetas escrito estaba en un libro sagrado que los sacerdotes leían en los templos con devoción profunda en las festividades o en los días de aflicción. Y abríanse todos los templos hacia Poniente, sostenidos por columnas, para que la brisa del mar entrara en ellos; y abríanse hacia Levante, sostenidos por columnas, para que la brisa del Mar no se detuviera, sino que entrara en ellos, dondequiera que estuviese el Mar. Y ésta es la leyenda que tenían del Mar nunca visto por ser alguno de las Tierras Interiores. Decían que el Mar es un río que corre hacia Hércules, y decían que llega hasta el confín del mundo y que Poltarnees lo domina. Decían que todos los mundos celestes corren, entrechocándose, por aquel río, y la corriente los arrastra, y que aquella Infinitud es una intrincada espesura de selvas donde el río precipita su curso arrebatando todos los mundos celestes. Por entre los colosales troncos de aquellos árboles oscuros, en las más breves frondas, en cuyas ramas muchas noches se reconcentran, andan los dioses. Y cuando su sed, resplandeciente en el espacio como un magno sol, cae sobre los animales, el tigre de los dioses se desliza hasta el río para beber. Y el tigre de los dioses bebe ruidosamente hasta hartarse, destruyendo mundos; y el nivel del río se sume dentro de sus riberas, mientras la sed del animal va saciándose y dejando de resplandecer como un sol. Y multitud de mundos se amontonan entonces, secos, en la orilla, y ya no vuelven a andar por ahí los dioses, porque les lastiman los pies. Son aquellos los mundos sin destino, cuyas gentes carecen de dioses, y el río fluye sin parar. Y el nombre del río es Oriathon, pero los hombres le llaman Océano. Tal es la Creencia Inferior de las Tierras Interiores. Y hay una Creencia Superior, de que nunca se habla. Según la Creencia Superior de las Tierras Interiores, el río Oriathon corre por las selvas de la Infinitud y de pronto cae rugiendo sobre un confín, desde donde el tiempo llamaba antiguamente a sus horas para que pelearan en la guerra contra los dioses; y cae apagado por el resplandor de las noches y los días, con millas de olas no medidas nunca, en las profundidades de la nada.
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Lord Dunsany. Fue un escritor y dramaturgo anglo-irlandés que nació en Londres el 24 de julio de 1878 y murió en Dublín el 25 de octubre de 1957. Su nombre real era Edward John Moreton Drax Plunkett, y era el XVIII Barón de Dunsany, un título nobiliario que heredó de su padre en 1899. Se educó en el Eton College y la Real Academia Militar de Sandhurst, y participó como militar en la Guerra Bóer y la Primera Guerra Mundial. También fue un apasionado de la caza y el ajedrez, e inventó un juego de mesa llamado Dunsany's chess.
Dunsany es considerado uno de los pioneros del género de la fantasía heroica, y sus cuentos fantásticos influyeron en autores como H. P. Lovecraft, J. R. R. Tolkien, Jorge Luis Borges y Arthur C. Clarke. Entre sus obras más conocidas se encuentran La hija del rey del país de los elfos (1924), una novela de fantasía que narra el romance entre una princesa élfica y un mortal; Los dioses de Pegāna (1905), una colección de relatos que crean un panteón ficticio; y La espada de Welleran (1908), otra colección de relatos de espada y brujería ambientados en un mundo imaginario.
Dunsany fue también un prolífico autor teatral, que escribió más de sesenta obras para el escenario, muchas de ellas con elementos fantásticos o humorísticos. Algunas de sus piezas más famosas son El sueño del rey (1916), una sátira sobre la guerra; La gloria del mundo (1919), una comedia sobre la vanidad humana; y El dios del marfil (1925), una fábula sobre el colonialismo.
Dunsany publicó también poesía, ensayos y tres volúmenes autobiográficos: Patches of Sunlight (1938), While the Sirens Slept (1944) y The Sirens Wake (1954). En ellos relata sus experiencias vitales, sus viajes por el mundo, sus opiniones sobre diversos temas y sus recuerdos de otros escritores irlandeses como W. B. Yeats y Lady Gregory, con quienes colaboró en el apoyo al Abbey Theatre.
Dunsany murió a causa de una apendicitis a los 79 años, dejando tras de sí una obra vasta y original que le ha valido el reconocimiento como uno de los maestros de la literatura fantástica del siglo XX.