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Cuentos de lo sobrenatural

Cuentos de lo sobrenatural

Cuentos de lo sobrenatural

Resumen del libro:

Borges sospechaba que parte de su fama se debía al hecho de «haber ordenado en el lenguaje de nuestro tiempo las cinco o seis metáforas». Dickens suponía que los fantasmas pertenecen a dos o tres familias y realizan dos o tres cosas más o menos típicas de su condición. Y, sin embargo, en los seis cuentos que arman este volumen tenemos goblins, enterradores, asesinatos, aullidos del viento descolgándose por la chimenea, una engañosa luna becqueriana, parajes lúgubres y solitarios, un dedo helado que roza otra helada espina dorsal Nada falta para que el lector experimente esa suerte de delicioso susto que Edith Wharton llamaba «la gracia del escalofrío»

Introducción

Este relato se publicó en el décimo número mensual de Pickwick Papers —enero de 1837—, que, como es sabido, incluía diversas narraciones dentro del argumento principal. Este sistema de cajas chinas (una dentro de otra, y luego otra dentro de la segunda…) era el de Las mil y una noches, y fue usado, de forma más o menos parecida, por Dickens en sus publicaciones. Incluso dentro de alguna de sus novelas mayores, pero sobre todo en Pickwick, y desde luego en aquellas entregas que consistían fundamentalmente en relatos cortos.

La última revisión de este texto corresponde a 1867, fecha de la edición definitiva de los Pickwick Papers, y es la que se ha usado para la presente traducción, también utilizada en Selected Short Fiction de Charles Dickens, de Penguin Books, 1976. Después de cantar al invierno, reunidos los pickwickianos en casa de un amable anfitrión durante una alegre y juguetona Navidad, alguien decide contar una historia de duendes. Ésta es.

Cinco años después, en la Navidad de 1843, aparecería el que ha sido el más célebre de todos los cuentos fantasmales de Dickens, A Christmas Carol, y que no hemos incluido en esta selección por haberse publicado ya en el número 71 de la colección «Tus Libros». El relato de los goblins es, evidentemente, un borrador del otro justamente más famoso. ¿Acaso no parece Gabriel Grub un apunte para Scrooge? Ambos son «un tipo irritable, terco y rudo, un hombre arisco y solitario que no congeniaba con nadie excepto consigo mismo». El enterrador de este relato hace también ostentación de su mal carácter ante las manifestaciones gozosas que produce la Navidad. Disfruta con las desgracias de los niños, e incluso golpea a uno que entonaba una canción festiva.

Hay más parecidos: lo que los goblins muestran a Grub —como en una pantalla de cine o televisión— preludia lo que enseñarían a Scrooge los espectros navideños. Pero en el futuro cuento, el sentimentalismo dickensiano será, por maduro, más complejo. Aquí, sobre todo en «la mañana de verano», todo es más elemental. Más ingenuo o naif, dirían los incondicionales. Más cursi dirán los más críticos.

Lo de la pantalla resulta, en cualquier caso, especialmente divertido. Y muy revelador de la afición dickensiana al tipo de narración que luego sería el comic o el cine. Dickens apreciaba las palabras, trabajaba con ellas, las empleaba incluso a veces en exceso (también, a veces, cobraba por su número), pero estamos absolutamente seguros de que, en otra época, sus melodramas habrían sido escritos para el cine. O para la televisión. Alguno de sus actuales adaptadores se hubiera ahorrado el trabajo. Y hubiese perdido el dinero ganado a su costa.

Juan TÉBAR

Sobre el autor:

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