Cuentos de la Patrulla Pesquera
Resumen del libro: "Cuentos de la Patrulla Pesquera" de Jack London
Son siete relatos breves cuyo argumento extrae el autor de su particular experiencia como miembro de la Patrulla Pesquera de California, narrando y relatando el trabajo de los patrulleros en la Bahía de San Francisco durante los primeros años del siglo XX en contra de los pescadores furtivos, sus persecuciones, cómo se escondían, cómo eran cazados, y las penurias y dureza de aquellos tiempos en alta mar.
Se considera una serie de relatos muy biográfica, pues narra mucho de lo que aconteció al propio Jack London, aunque introduce mucho del género aventurero para no crear un monólogo aburrido de anécdotas solo, sino toda una epopeya de aventuras, interconectando varios relatos con un lazo común: la furia desatada del mar y cómo allí también hay delincuencia y patrulleros que lo dan todo por sus trabajos respectivos.
1. Blanco y amarillo
La bahía de San Francisco es tan vasta que a menudo sus tempestades se revelan más desastrosas para los grandes navíos que las que desencadena el propio océano. Sus aguas contienen toda clase de peces, por lo que su superficie se ve continuamente cruzada por toda clase de barcos de pesca pilotados por toda clase de pescadores. Para proteger a la fauna marina contra una población flotante tan abigarrada se han promulgado unas leyes llenas de sabiduría, y una Patrulla Pesquera vela por su cumplimiento.
La vida de los patrulleros no carece ciertamente de emociones: muchos de ellos han encontrado la muerte en el cumplimiento de su deber, y un número más considerable todavía de pescadores, cogidos en delito flagrante, han caído bajo las balas de los defensores de la ley.
Los pescadores chinos de gambas se encuentran entre los más intrépidos de estos delincuentes. Las gambas viven en grandes colonias y se arrastran sobre los bancos de fango. Cuando se encuentran con el agua dulce en la desembocadura de un río, dan media vuelta para volver al agua salada. En estos sitios, cuando el agua se extiende y se retira con cada marea, los chinos sumergen grandes buitrones: las gambas son atrapadas para ser seguidamente transferidas a la marmita.
En sí misma, esta clase de pesca no tendría nada de reprensible, si no fuera por la finura de las mallas de las redes empleadas; la red es tan apretada que las gambas más pequeñas, las que acaban de nacer y que ni tan siquiera miden un centímetro de largo, no pueden escapar. Las magníficas playas de los cabos San Pablo y San Pedro, donde hay pueblos enteros de pescadores de gambas, están infestadas por la peste que producen los desechos de la pesca. El papel de los patrulleros consiste en impedir esta destrucción inútil.
A los dieciséis años, yo ya era un buen marino y navegaba por toda la bahía de San Francisco a bordo del «Reindeer», un balandro de la Comisión de Pesca, ya que entonces yo pertenecía a la famosa patrulla.
Después de un trabajo agotador entre los pescadores griegos de la parte superior de la bahía, donde demasiado a menudo el destello de un puñal resplandecía al comienzo de una trifulca, y donde los contraventores de la ley no se dejan arrastrar más que con el revólver bajo la nariz, acogimos con gozo la orden de dirigimos un poco más hacia el sur para dar caza a los pescadores chinos de gambas.
Éramos seis, en dos barcos, y, con el fin de no despertar ninguna sospecha, esperamos al crepúsculo antes de ponernos en ruta. Lanzamos el ancla al abrigo de un promontorio conocido bajo el nombre de cabo Pinole. Cuando los primeros resplandores del alba palidecían en Oriente, emprendimos de nuevo nuestro viaje, y ciñendo estrechamente el viento de tierra, atravesamos oblicuamente la bahía hacia el cabo San Pedro. La bruma matinal, espesa por encima del agua, nos impedía ver cualquier cosa, pero nos calentábamos tomando café hirviendo. Debimos igualmente entregarnos a la ingrata tarea de achicar el agua de nuestro barco; en efecto, se había abierto una vía a bordo del «Reindeer». Aún ahora no me explico cómo se había producido, pero pasamos la mitad de la noche desplazando lastre y explorando las juntas, sin hacer ningún progreso. El agua continuaba entrando, tuvimos que doblar la guardia en la cabina y continuamos echándola por la borda.
Después del café, tres de nuestros hombres subieron a la otra embarcación, una barca para la pesca del salmón, y sólo nos quedamos dos en el «Reindeer». Los dos barcos navegaron juntos hasta que el sol apareció en el horizonte dispersando la bruma: la flotilla de pescadores de gambas se desplegaba en forma de media luna, cuyas puntas distaban cinco kilómetros una de otra. Cada junco estaba amarrado a la boya de una red para gambas. Pero nada se movía y no se distinguía ningún signo de vida.
Pronto adivinamos lo que se preparaba. En espera de que hubiera mar plana para sacar del agua las redes llenas de peces, los chinos dormían en el fondo de sus embarcaciones. Alegremente, trazamos en seguida un plan de batalla.
—Que cada uno de tus dos hombres ataque uno de los juncos —me susurró Le Grant desde el otro barco—. Tú mismo salta sobre un tercero. Nosotros haremos lo mismo y nada nos impedirá coger por lo menos seis juncos a la vez.
Nos separamos. Puse al «Reindeer» de la otra amura y corrí a sotavento de un junco. Al acercarme, oculté la vela mayor, disminuí la velocidad y conseguí deslizarme bajo la popa del junco, tan lentamente y tan cerca que uno de mis hombres saltó a bordo. Después, me dejé llevar, la vela mayor se hinchó y me dirigí hacia un segundo junco.
Hasta aquí, todo había sucedido muy silenciosamente, pero del primer junco capturado por el barco de mis compañeros surgió una gresca: gritos agudos en lengua oriental, un tiro y nuevos aullidos.
—La mecha se ha encendido. Están avisando a sus camaradas —me dijo Georges, el otro patrullero que se encontraba a mi lado en la caseta del timón.
…
Jack London. El apasionante novelista y cuentista estadounidense nacido como John Griffith Chaney en 1876, dejó una huella indeleble en la literatura con obras atemporales. Su seudónimo, Jack London, es sinónimo de aventura, supervivencia y una profunda conexión con la naturaleza.
En su periplo hacia la fama literaria, London se lanzó a una búsqueda de oro en Alaska en 1897. Aunque el oro resultó esquivo, las experiencias vividas durante esta odisea fueron el crisol que forjó su futuro como escritor. La convalecencia de su regreso, marcada por la enfermedad y el fracaso, fue el catalizador que lo impulsó hacia la literatura.
Su obra cumbre, "La llamada de la selva" (1903), personifica la aventura romántica y la narración realista. London, no solo un testigo de la naturaleza, se convirtió en su intérprete, llevando al lector a enfrentarse dramáticamente a la supervivencia humana en ambientes extremos.
La influencia literaria de London se nutrió de lecturas heterodoxas que abarcaron desde Kipling y Spencer hasta Darwin, Malthus, y Nietzsche. Este cóctel intelectual le otorgó una perspectiva única, fusionando el socialismo con el espíritu aventurero y, de manera controvertida, defendiendo la "raza anglosajona".
El epicentro de su cosmovisión literaria yace en la implacable lucha por la vida en la frontera de Alaska. Sus relatos capturan la crueldad de la selección natural, la esencia del ser humano librado a sus instintos casi salvajes. A través de títulos como "El silencio blanco", London transporta al lector a entornos donde la naturaleza y el hombre convergen en una danza feroz.
No obstante, London no se limita a los confines helados de Alaska. Su pluma también danza en las cálidas islas de los Mares del Sur, explorando la diversidad de la naturaleza humana en un lienzo tropical. Jack London, un visionario literario, deja tras de sí un legado que trasciende las páginas, convirtiéndolo en un eterno compañero de aquellos que buscan la esencia de la vida en las palabras de un maestro de la aventura literaria.