Cuentos de brujas de escritoras victorianas
Resumen del libro: "Cuentos de brujas de escritoras victorianas" de AA.VV.
En Gran Bretaña, en la época victoriana, las mujeres de las clases más acomodadas se reunían en «círculos» en los que se dedicaban a diferentes actividades. El interés por la brujería aglutinó muchas de esas reuniones, donde se contaban noticias, cuentos, tradiciones, y se inspiraban nuevas obras de creación. En Cuentos de brujas de escritoras victorianas (1839-1920) Peter Haining ha querido reflejar esa variedad: la antología incluye crónicas históricas y legendarias tanto como ficciones escritas por mujeres que en su día no gozaron de mucho prestigio y que hoy en su mayoría han sido bastante olvidadas pero que sin duda ha valido la pena recuperar.
LA BRUJERÍA EN INGLATERRA
E. LYNN LINTON
Eliza Lynn Linton (1822-1898) ocupa con todo merecimiento el primer lugar en esta colección, pues su libro Witch Stories [Historias de brujas] es sin duda alguna la obra más destacada sobre el tema de la brujería escrita por una dama victoriana. Eliza Lynn Linton, que fue esposa del excepcional grabador William James Linton, era hija de un vicario de Cumberland y empezó a interesarse por la literatura a los once años. Publicó su primera novela, Azeth, the Egyptian [Azeth, el egipcio], a los veintitrés. Sin embargo, durante estos primeros años se dedicó principalmente al periodismo, y en 1851 empezó a colaborar con varios periódicos y revistas, reivindicando así el título de primera mujer periodista. Algunos de sus artículos, como «The Shrieking Sisterhood» [La menguante hermandad de mujeres] y «Mature Sirens» [Sirenas maduras], se convirtieron en temas de conversación populares en las sobremesas de todo el país y dieron a conocer su nombre entre el público. No obstante, fue su interés en lo sobrenatural lo que consolidó su fama con la publicación de Witch Stories en 1861. Fruto de un exhaustivo trabajo de investigación, el libro describe la mayoría de los casos importantes de brujería en Inglaterra y Escocia, y los dos extractos que siguen suponen una muestra representativa de ambos países. En el prólogo, Eliza Lynn Linton nos brinda unas directrices que bien podrían tenerse en cuenta al leer cada pieza de esta antología: «En general, creo que podríamos hablar de cuatro circunstancias para cada caso recogido en este volumen; en qué proporción, le corresponde al lector decidirlo por sí mismo. Quienes defienden la existencia de una relación directa y personal entre el hombre y el mundo espiritual seguramente darán crédito a todas las historias con la fe incondicional propia de los siglos XVI y XVII; quienes confían en el funcionamiento tranquilo y uniforme de la naturaleza sostendrán en su mayoría que se trata de un fraude; quienes estén familiarizados con enfermedades y con esa extraña doctrina llamada “mesmerismo” o “sensibilidad” reconocerán la presencia de un grave trastorno nervioso, mezclado con grandes cantidades de engaño flagrante, que encontraba en la insensata credulidad y la extraordinaria ignorancia de la época un caldo de cultivo propicio; y, por último, quienes están acostumbrados a cribar pruebas e interrogar a testigos quedarán profundamente insatisfechos con la vaguedad de los testimonios y la burda tergiversación de todos los casos recogidos».
«Cualquier mujer anciana con el rostro arrugado, vello en el labio, un diente prominente, ojos estrábicos, voz chillona, lengua viperina, un abrigo harapiento en la espalda, un gorro en la cabeza, un espetón en la mano y un perro o un gato a su lado no solo es sospechosa de ser una bruja, sino acusada como tal», dice John Gaule, autor de Select Cases of Conscience [Casos escogidos de conciencia] (1646); mientras que Reginald Scot, en su libro Discovery of Witchcraft [Descubrimiento de la brujería] (1584), relata su propia experiencia: «Aquellas a las que se tacha de brujas son mujeres por lo general viejas, cojas, de ojos legañosos, pálidas, malolientes y llenas de arrugas; pobres, hurañas, supersticiosas y papistas, cuando no reniegan de toda religión; mujeres en cuya razón adormecida ha encontrado el diablo un cómodo aposento, de tal modo que, sea cual sea el daño, infortunio, calamidad o masacre que sobrevenga, se convencen sin dificultad de que es obra suya, lo cual alimenta en su cabeza una fantasía ardiente y pertinaz».
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