Resumen del libro:
Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra es una divertida y amarga sátira política sobre la corrupción en forma de novela de misterio. En una Nigeria imaginaria, pero muy parecida a la real, un grupo de pícaros, predicadores, emprendedores y políticos se ve inmerso en una trama sobre tráfico de miembros humanos robados de un hospital. El médico que desvela ese turbio negocio se lo cuenta a su íntimo amigo, el hombre de moda en el país, que está a punto de incorporarse a un puesto importante en las Naciones Unidas. Pero alguien parece dispuesto a defender el secreto y pronto queda claro que el enemigo es poderoso, y puede estar en cualquier lado.
A la vez festín narrativo, historia de intriga y denuncia mordaz de la corrupción, esta novela, la primera de Soyinka en casi cincuenta años, es también un llamamiento conmovedor a movilizarse contra el abuso de poder.
1. Oke Konran-Imoran
Papa Davina, conocido también como Teribogo, prefería crear sus propias perlas de sabiduría. Como, por ejemplo, su famosa «La perspectiva lo es todo».
La madrugadora Suplicante, su primera y única clienta de aquel día, y de hecho una sesión muy especial, entregadísima, levantó la vista y asintió.
—Vete a aquella ventana. Descorre la cortina y mira —le indicó Papa D.
La sala de audiencias estaba un poco en penumbra, y a la Suplicante le llevó un rato tantear los amplios pliegues hasta encontrar la separación de en medio. Agarró las pesadas cortinas con las dos manos y esperó. Papa Davina le hizo señas para que terminara el gesto, siguiendo con su tono tranquilizador, casi meditativo:
—Cuando te metes en estos terrenos, es primordial que te olvides de lo que eres, de quién eres. Piensa en ti misma solo como la Suplicante. Yo seré tu guía. No soy un vulgar mercader de la misión profética. Los días de los grandes profetas se terminaron. Estoy contigo solo como Presciencia. Solo Dios Todopoderoso, Alá el Inescrutable, es presencia en sí, y ¿quién se atreve a entrar en presencia del Uno y Único? ¡Imposible! Pero sí podemos entrar en Su Presciencia los que somos como yo. Somos pocos. Somos los elegidos. Nos esforzamos por leer sus planes. Tú eres la Suplicante. Yo soy el Guía. Nuestros pensamientos nos dirigen solamente a la revelación. Por favor, descorre la cortina. Del todo.
La Suplicante siguió con la otra mitad de la cortina. La luz del día inundó la habitación. La voz de Papa D. la persiguió.
—Sí, mira y dime lo que ves.
La Suplicante había subido por la pendiente contraria, que era la miseria total, absoluta. En aquella cara de la colina, sin embargo, lo que saltó de inmediato ante su vista fue un batiburrillo mucho más ecléctico. Mucho más abajo había vetas dispersas de planchas de hierro, arcilla y tejados oxidados de chapa ondulada, salpicados aquí y allá, sin embargo, por algunas hileras aisladas aunque ordenadas de edificios altísimos y ultramodernos. Enhebradas entre aquellas zonas de contrastes había filas rugientes de vehículos a motor de toda clase de fabricación. Y la ciudad solo estaba arrancando su ritmo matinal, por eso había colmenas palpitantes de humanidad, trabajadores sentados atrás en los mototaxis que serpenteaban entre los charcos formados por la lluvia nocturna y las alcantarillas desbordadas. Una extensión de la laguna centelleaba a lo lejos. La Suplicante se volvió y describió sus hallazgos al apóstol.
—Ahora quiero que mires más cerca de la altura a la que estamos en esta habitación. Deja que tu mirada se eleve desde esa ciudad en la que se encona, acércala a nuestra altura. Entre donde estás y ese cuadro frenético, ¿qué más hay?
La Suplicante no dudó:
—Basura. Montañas de desechos. Justo igual que el otro camino; era una pista con obstáculos ensartados por todo el camino hasta aquí. Puros montículos de los vertederos de la ciudad.
Davina pareció satisfecho.
—Sí, un estercolero. Lo atravesaste. Pero ahora estás aquí, ¿y dirías que estás en un estercolero?
…