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Consideraciones sobre la Revolución francesa

Consideraciones sobre la Revolución francesa - Madame de Staël

Consideraciones sobre la Revolución francesa - Madame de Staël

Resumen del libro:

Madame de Staël fue una de las grandes cabezas políticas de su tiempo y ejerció una influencia decisiva sobre más de medio siglo de vida cultural y política de Francia y Europa. Profunda defensora de las libertades políticas, se enfrentó sin contemplaciones tanto al terror jacobino como al autoritarismo de Napoleón. Estas Consideraciones sobre la Revolución francesa, centradas en la lucha por establecer las libertades civiles y un equilibrio de poderes que evitara cualquier dictadura, ya fuera de un hombre o de una clase, constituyen la primera gran obra en ofrecer una reflexión de conjunto sobre los sucesos revolucionarios y sus consecuencias. Haber tratado personalmente a los protagonistas de aquellos años de hierro le permite, junto con su sentido psicológico de novelista, trazar impagables semblanzas de un sinfín de hombres y mujeres ilustres. Por las páginas de este libro desfilan grandes personajes de la historia, desde su venerado padre, el ministro Necker, a Mirabeau, de Luis XVI a María Antonieta, de Marat a Robespierre, del general Lafayette a Bonaparte, de Benjamín Constant a Chateaubriand…

Capítulo I: Reflexiones generales

La Revolución de Francia constituye uno de los grandes periodos en la historia del orden social. Quienes lo consideran un acontecimiento accidental, no han dirigido su mirada ni al pasado ni al futuro. Han tomado a los actores por la obra y, con el fin de satisfacer sus pasiones, han atribuido a los hombres del momento lo que los siglos anteriores venían preparando.

Con todo, bastaba con echar un vistazo sobre las principales crisis de la historia para convencerse de que todas ellas han resultado inevitables cuando se han relacionado de algún modo con el desarrollo de ideas, y que, tras una lucha y unos sufrimientos más o menos prolongados, el triunfo de las luces ha resultado siempre favorable a la grandeza y al perfeccionamiento de la especie humana.

Desearía hablar del tiempo que hemos vivido como si ya estuviera lejos de nosotros. Los hombres ilustrados, que siempre son contemporáneos de los siglos futuros por su pensamiento, juzgarán si he sabido elevarme al grado de imparcialidad que he intentado alcanzar.

En este capítulo me limitaré a recoger unas consideraciones generales sobre la marcha política de la civilización europea pero solo en relación con la Revolución de Francia, puesto que es solamente este tema, ya amplio de por sí, el objeto de análisis de este libro.

Los dos pueblos de la antigüedad cuyas literatura e historia constituyen hoy todavía nuestro principal tesoro intelectual han debido su admirable superioridad únicamente al hecho de disponer de una patria libre. Pero en ellos existía la esclavitud y, en consecuencia, los derechos y los motivos de emulación que deben ser comunes a todos los hombres pertenecían exclusivamente a un reducido número de ciudadanos. Las naciones griega y romana han desaparecido del mundo a causa de lo que había de bárbaro, es decir, de injusto, en sus instituciones. Las vastas regiones de Asia se han echado a perder por culpa del despotismo, y, tras muchos siglos, lo que allí resta de civilización no ha evolucionado. Así pues, la gran Revolución histórica cuyos resultados pueden aplicarse al destino actual de las naciones modernas, data de la invasión de los pueblos del norte, puesto que el derecho público de la mayoría de los Estados europeos se justifica todavía hoy por el código de conquista.

Con todo, el número de hombres a los que se permitía considerarse como tales se extendió durante el régimen feudal. La condición de siervos era menos dura que la de los esclavos y muy pronto se abrieron diversas vías para dejarla atrás. Poco a poco, una serie de clases han empezado gradualmente a liberarse del destino de los vencidos. Es sobre la ampliación de este círculo que procede reflexionar.

El gobierno absoluto de uno solo es el peor de los sistemas políticos. Es mejor la aristocracia, porque al menos en ella el poder reside en varios individuos y la dignidad moral del hombre se encarna en las relaciones de los grandes señores con su jefe. El orden social que parte de la igualdad de todos nuestros semejantes ante la ley (como ante Dios) está tan de acuerdo con la religión cristiana como con la auténtica libertad y, aunque en esferas diferentes, una y otra deben seguir los mismos principios.

Cuando las naciones del norte y los germanos hubieron dado cuenta del imperio de Occidente, las leyes que aportaron fueron modificándose sucesivamente, porque el tiempo, como dice Bacon, es el mayor de los innovadores. Es difícil fijar con precisión las fechas de los diversos cambios que han tenido lugar, porque, al examinar los hechos principales, observamos que unos se solapan con otros, pero pienso que la atención puede centrarse en cuatro épocas en las que los cambios, anunciados con anterioridad, se han manifestado brillantemente.

Consideraciones sobre la Revolución francesa – Madame de Staël

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