Resumen del libro:
Se ofrece aquí una selección de artículos y ensayos de H. P. Lovecraft sobre filosofía, ciencia, política y literatura. Aparecidos en periódicos, revistas amateur y cartas, e inéditos en nuestro idioma, nos presentan una faceta totalmente desconocida —y acaso silenciada— de este influyente genio del imaginario literario del terror y la fantasía.
CONFESIONES DE UN INCRÉDULO
Como ponente en el encuentro organizado por el Liberal, en el que se invita a los aficionados a exponer su concepción global del universo, debo empezar por confesar honradamente que mis consideraciones no constituyen, necesariamente, una visión permanente. El buscador independiente de la verdad, no hallándose encadenado a ningún sistema convencional, va dando forma a sus opiniones filosóficas basándose en las que considera las mejores evidencias disponibles. Sus cambios de juicio, por lo tanto, son posibles en todo momento y ocurren cuandoquiera que evidencias nuevas o revaluadas los avalan desde el punto de vista lógico.
Siendo como soy escéptico y analítico por naturaleza, era inevitable que mi actual actitud de cínico materialista se manifestase tempranamente, ajustándose posteriormente en lo relativo a los detalles y el grado más que a sus fundamentos. El ambiente en que nací era el de la típica burguesía americana urbana y protestante, en teoría ortodoxa pero en la práctica muy liberal, para la cual la moral, más que la fe, constituía el verdadero principio. A la edad de dos años fui iniciado en los mitos de la Biblia y Papá Noel, demostrando en ambos casos una pasiva aceptación que no sobresalía ni por su agudeza crítica ni por su entusiasta comprensión. Durante los años siguientes, añadí a mi bagaje sobrenatural los cuentos de hadas de los Hermanos Grimm y Las mil y una noches (se comprenderá que, a mis cinco años, no tuve demasiadas opciones entre este cúmulo de quimeras en lo que a la realidad respectaba, aunque por su atractivo prefería esta última obra). Hubo una época en la que reuní una colección juvenil de cerámica y objetos de arte orientales, me declaré devoto musulmán y adopté el seudónimo de «Abdul Alhazred». Mi primera manifestación positiva de naturaleza escéptica tuvo lugar, probablemente, antes de mi quinto cumpleaños, cuando me dijeron lo que en realidad ya sabía; esto es, que Papá Noel es un mito. Esta revelación me llevó a preguntar por qué Dios no era igualmente un mito. No mucho después, me apuntaron a la «clase infantil» de la escuela dominical dependiente de la venerable Primera Iglesia Bautista —una construcción que data de 1775—; si me quedaba algún vestigio de teísmo, allí me deshice de él. La absurdidad de los mitos que debía aceptar, y la sombría grisura de aquella doctrina en comparación con la magnificencia oriental del islam me convirtieron definitivamente en agnóstico; convirtiéndome asimismo en un preguntón tan pestífero que fui invitado a no volver más por allí. El caso es que ninguna de las explicaciones de la bondadosa y maternal catequista respondía en absoluto a las dudas que tan honesta y explícitamente expresaba. Así fue como, debido a mi actitud escéptica e iconoclasta, me gané el sambenito de elemento indeseable. Sin duda me consideraban un corruptor de la sencilla fe de los demás infantes.
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