Resumen del libro:
El día comienza mal para Adela, joven neoyorquina de ascendencia cubana, cuando recibe la llamada de su madre. Llevan enfadadas más de un año, porque Adela no solo se ha trasladado a Miami, sino que vive con Marcos, un joven habanero recién llegado a Estados Unidos que la ha seducido por completo y al cual, por su origen, su madre rechaza. Marcos le cuenta a Adela historias de su infancia en la isla, arropado por un grupo de amigos de sus padres, llamado el Clan, y le muestra una foto de la última comida en que, siendo él niño, estuvieron juntos veinticinco años atrás. Adela, que presentía que el día se iba a torcer, descubre entre los rostros a alguien familiar. Y un abismo se abre bajo sus pies. Como polvo en el viento es la historia de un grupo de amigos que ha sobrevivido a un destino de exilio y dispersión, en Barcelona, en el extremo noroeste de Estados Unidos, en Madrid, en Puerto Rico, en Buenos Aires… ¿Qué ha hecho la vida con ellos, que se habían querido tanto? ¿Qué ha pasado con los que se fueron y con los que decidieron quedarse? ¿Cómo les ha cambiado el tiempo? ¿Volverá a reunirlos el magnetismo del sentimiento de pertenencia, la fuerza de los afectos? ¿O sus vidas son ya polvo en el viento? En el trauma de la diáspora y la desintegración de los vínculos, esta novela es también un canto a la amistad, a los invisibles y poderosos hilos del amor y las viejas lealtades. Una novela deslumbrante, un retrato humano conmovedor, otra obra cumbre de Leonardo Padura. Los secretos que guarda la isla solo los desvelará el exilio.
Adela Fitzberg escuchó el toque de trompetas que hacía de alarma para las llamadas familiares y leyó la palabra Madre en la pantalla del iPhone. Sin darse tiempo para pensar, pues la experiencia le advertía que resultaba más saludable no hacerlo, la muchacha deslizó el tembloroso auricular verde.
—¿Loreta? —preguntó, como si pudiera ser otra persona y no su madre quien la llamaba.
Solo tres horas antes, mientras desayunaba con su habitual desgano matinal el falso yogur griego, quizás realmente light, reforzado con cereales y frutas, y respiraba el aroma del café revitalizador que cada día Marcos se encargaba de colar, la joven había sentido la tentación de manipular su teléfono.
Siguiendo aquel impulso inusual en ella, había revisado el registro de llamadas y constatado que Madre no la había procurado ni una sola vez en los últimos dieciséis meses: en todo ese tiempo, según la memoria telefónica, siempre había sido ella, luego de combatir contra sus aprensiones, quien había establecido la comunicación con Loreta, a un ritmo promedio de dos veces por mes. Tal vez por el precedente de haber realizado una búsqueda tan inhabitual, que de pronto comenzaba a adquirir un sentido telepático, Adela no se había sorprendido demasiado. Quizás solo se concretaba una caprichosa casualidad. Por eso, sin permitirse pensar, había saltado al vacío. Si sobrevivía, ya vería qué había en el fondo.
—Ay, Cosi, ¿cómo tú estás?
La voz grave, propia de una persona adicta al tabaco y al alcohol —aun cuando su madre juraba que jamás había fumado y su hija nunca la había visto beber algo más fuerte que un Bloody Mary o un par de copas de vino tinto—, el uso del enfático tú del cual la mujer no había conseguido desprenderse cuando hablaba en español y el mote de Cosi con el cual la llamaba desde que era una bebé —solo cuando estaba muy molesta con ella le decía Adela, y Adela Fitzberg, con nombre y apellido subrayados, si llegaba a estar muy muy molesta— ratificaron lo evidente. Además, pronto añadirían la convicción de que el resultado de la comunicación abierta por Loreta, luego de tantos meses, sería joderle el día. ¿Para eso había quedado su madre?
—Me alegro por ti… Yo estoy fatal…
…