Colegiala

Resumen del libro: "Colegiala" de

Osamu Dazai, uno de los escritores modernos más venerados en Japón, es conocido por su habilidad para capturar las complejidades del alma humana. Su obra refleja una vida privada tumultuosa y llena de desencuentros, lo que le ha valido el apodo de «el Dostoievski nipón». Dazai es un maestro de las distancias cortas, y su habilidad para narrar historias breves pero intensas lo distingue como un autor excepcional en la literatura japonesa.

En «Colegiala», Dazai nos presenta un conjunto de relatos que exploran el universo femenino con una delicadeza y exquisitez inigualables. Cada historia se sumerge en las emociones y pensamientos de mujeres de diferentes edades y circunstancias, revelando sus contradicciones y vulnerabilidades. Una chica joven, de familia pobre, se ve obligada a cometer un robo por amor, encapsulando la desesperación y el sacrificio en una situación límite. Otra historia presenta a una mujer mayor que confiesa una atracción intensa hacia un hombre que apenas conocía, evocando el poder y la fugacidad del deseo.

Dazai también aborda la infidelidad con la historia de un ama de casa que sufre al descubrir la traición de su esposo, exponiendo el dolor y la desilusión en la vida cotidiana. Además, una muchacha narra cómo su vida empeoró tras recibir un premio literario, destacando la ironía del éxito y la presión social.

Estos relatos, incluidos en «Colegiala», abordan con tremenda delicadeza y profundidad temas como la vergüenza, el amor no correspondido, la incomprensión ante la muerte de un ser querido, la felicidad extrema, y los pensamientos que pasan por la mente de una adolescente japonesa de posguerra. Dazai, con su estilo inimitable, nos ofrece una mirada íntima y sincera a las vidas de estas mujeres, haciendo de «Colegiala» una obra imprescindible para comprender el universo femenino y sus complejidades en la sociedad japonesa.

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LINTERNA

Digan lo que digan, la gente cada vez cree menos en mí. Cuando alguien se cruza conmigo inevitablemente me trata con desconfianza. Voy a visitar a alguien a quien echo de menos y tengo ganas de ver y me recibe con una mirada hostil, como si no quisiese que fuese a verlo. Es una situación realmente dolorosa.

Ya no me apetece ir a ningún sitio. Aunque solamente sea para acercarme a los baños públicos que están al lado de casa, elijo momentos como el anochecer. No me apetece que nadie me mire a la cara. Incluso en pleno verano, siento como si el blanco de mi yukata[1] resaltase más de lo normal en la oscuridad del atardecer, como si llamase demasiado la atención. Me paso el día muerta de la vergüenza. Últimamente ha estado haciendo mucho más fresco, y ya va siendo época de abrigarse, así que sacaré el kimono de otoño, hecho de tela oscura. Pronto llegará el otoño, luego vendrá el invierno, la primavera y de nuevo estaremos en verano, y entonces tendré que volver a ponerme el yukata de color blanco, el mismo que llevo encima ahora. Si mi situación no ha cambiado para entonces, no sé si seré capaz de seguir adelante. Al menos, el verano que viene espero poder permitirme el lujo de salir a la calle con este yukata de flores de campanilla moradas sin tener que pasar vergüenza. Me gustaría poder pasear ligeramente maquillada entre la multitud que acude a los festivales de verano. Solo con imaginarme, con prever la alegría de esos momentos, se me llena el corazón de auténtica esperanza.

He de confesar algo. He cometido un robo. Soy consciente de que está mal y de que me he equivocado. Pero…, no, mejor lo contaré desde el principio. Le suplico a Dios que me escuche. No necesito a nadie que me ayude en estos momentos. Los que quieran creerme, que me crean.

Soy hija única de una familia que se dedica a la fabricación de geta[2]. Ayer por la tarde, mientras cortaba cebolletas sentada en la cocina, escuché como un niño llamaba a su hermana llorando desde la parcela que hay detrás de casa. Me quedé quieta y pensé que si yo también hubiese tenido un hermanito o una hermanita pequeña como aquel niño, que me siguiese y me llamase llorando, puede que no me hubiese visto envuelta en una situación tan miserable. Pensando en ello, me brotó una lágrima tibia debido al escozor que me producían las cebolletas. Cuando me las quise quitar con el dorso de la mano, fue peor, y los ojos me empezaron a escocer todavía más; no podía parar de llorar, y no supe qué hacer.

Fue justo este año, en la época en la que salían las hojas verdes entre las flores de cerezo y se empezaban a vender claveles y lirios en los puestos de las ferias nocturnas, cuando empezó a circular el rumor entre las mujeres que iban a la peluquería de que había una joven caprichosa que había perdido la cabeza por un chico. Recuerdo con nostalgia aquellos días. Cada noche, cuando caía el sol, Mizuno venía a buscarme. Solía prepararme con antelación y, antes de que se pusiese el sol, ya estaba toda vestida y maquillada. Recuerdo que salía y entraba de casa sin parar para ver si había venido. Al cabo de un tiempo me enteré de que los vecinos murmuraban sobre mí, riéndose, y me señalaban intentando disimular: «Mira, Sakiko, la hija del fabricante de geta, se está volviendo loca». Mis padres también se dieron cuenta de ello, pero no me dijeron nada.

Este año cumplo veinticuatro años, pero aun sigo soltera. La principal razón es que somos una familia pobre, pero también influye el hecho de que mi madre fuese en tiempos la amante de un terrateniente famoso en la ciudad, al que abandonó tras enamorarse de mi padre, a pesar de todo lo que él había hecho por ella. Poco después nací yo y, como mi rostro no se parecía ni al del terrateniente ni al de mi padre, el estatus social de mi familia disminuyó todavía más, incluso hubo una época en la que a mis padres se les trató como a auténticos marginados. Viniendo de una familia así, es normal que tenga problemas para encontrar pareja. De todos modos, aunque hubiese nacido en el seno de una familia adinerada y noble, al ser así de fea tampoco habría tenido mucha suerte que se diga con los hombres. Aun así, no guardo rencor a mis padres. A pesar de lo que digan, sé que soy hija de mi padre. Ellos me quieren y yo les trato con todo el cariño que puedo. Ambos son personas débiles. Incluso a mí, que soy su hija, me ocultan ciertas cosas, supongo que por vergüenza. Creo que entre todos deberíamos empezar a tratar con ternura y delicadeza a las personas débiles e inseguras como mis padres. Estaba convencida de que sería capaz de aguantar cualquier tipo de sufrimiento o soledad por su bien. Pero cuando conocí a Mizuno, dejé a mi familia de lado.

Me da vergüenza incluso referirme a ello. Mizuno tiene cinco años menos que yo, lo cual es bastante. Es alumno de secundaria en una escuela de comercio. Me recrimino cada día haberme enamorado de alguien tan joven. Nos conocimos esta primavera. Cogí una infección en el ojo izquierdo y tuve que ir al oftalmólogo. Lo vi en la sala de espera de la clínica. Soy de las que se enamoran a primera vista. Mizuno tenía un parche blanco en el ojo izquierdo, igualito que yo. Arrugaba el entrecejo mientras consultaba un pequeño diccionario; vi que pasaba páginas, una tras otra, y parecía muy concentrado pero también muy triste. Verlo así, tan maltrecho, me dio mucha lástima. Yo también me deprimía por tener que llevar el parche. Mientras contemplaba las hojas frescas de los árboles por la ventana de la sala de espera, me parecía como si esas hojas estuviesen ardiendo entre llamas azules. Todo se veía como si perteneciese a otro mundo, como si fuese un paisaje del país de las hadas. Quizá fuese a causa de la magia de aquel parche que el rostro de Mizuno me pareció tan hermoso, como si tampoco él perteneciese a este mundo.

Pronto supe que Mizuno era huérfano. No tenía a nadie que lo tratase con cariño. Provenía de una familia de mayoristas de medicamentos a los que el negocio les iba bastante bien, pero su madre falleció cuando él todavía era un bebé y más tarde, cuando tenía doce años, su padre también murió. El negocio empezó a ir mal y sus hermanos mayores, dos chicos y una chica, tuvieron que irse a vivir fuera, cada uno por su lado, a casas de familiares lejanos, y dejaron a Mizuno al cargo del gerente de la tienda. Cuando lo conocí, le ayudaba para que pudiese asistir a la escuela de comercio, pero parecía que se sentía bastante incómodo con la situación y vivía casi en soledad, recluido en sí mismo. Una vez me comentó en tono muy serio que los únicos momentos en los que se sentía verdaderamente alegre era cuando salíamos a pasear juntos. Me dio la impresión de que tampoco disfrutaba de ciertos elementos que los demás consideramos básicos para la vida cotidiana. Una tarde me contó que había quedado con sus amigos para ir a la playa en verano, pero no estaba contento, es más, parecía hasta deprimido por la situación. Fue aquella tarde cuando cometí el robo. Robé un bañador de hombre.

«Colegiala» de Osamu Dazai

Osamu Dazai. Fue un reconocido escritor japonés nacido el 19 de junio de 1909 en Kanagi, prefectura de Aomori, Japón. Su verdadero nombre era Shūji Tsushima, pero adoptó el seudónimo de Osamu Dazai en 1933, cuando publicó su primera obra literaria, "El despertar de un hombre durmiente".

Dazai creció en una familia acomodada, pero tuvo una infancia difícil debido a la tensa relación entre sus padres y la muerte de su hermana mayor cuando él tenía solo cuatro años. Estudió literatura francesa en la Universidad de Tokio, pero abandonó sus estudios antes de graduarse para dedicarse por completo a la escritura.

A lo largo de su carrera literaria, Dazai escribió numerosas novelas, cuentos y ensayos, y se convirtió en uno de los escritores más importantes y reconocidos de Japón en la primera mitad del siglo XX. Sus obras se caracterizan por su estilo realista y autobiográfico, y exploran temas como la alienación, la soledad, la depresión y la desesperación.

Entre sus obras más destacadas se encuentran "La oveja negra", "El ocaso", "No Longer Human" y "El camino estrecho al norte profundo", todas ellas consideradas clásicos de la literatura japonesa.

Sin embargo, la vida personal de Dazai estuvo marcada por la tragedia y el sufrimiento. Tuvo una vida tumultuosa, marcada por su adicción al alcohol y las drogas, y por una serie de relaciones tumultuosas con mujeres. En 1948, Dazai intentó suicidarse junto con su amante en el río Tamagawa, pero sobrevivió. Dos años después, en 1950, finalmente se quitó la vida junto con su última amante en un hotel de Tokio.

A pesar de su vida corta y trágica, Osamu Dazai dejó un legado literario perdurable y ha sido reconocido como uno de los escritores más importantes de Japón.