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Cinco cerditos

Cinco cerditos, una novela de Agatha Christie

Cinco cerditos, una novela de Agatha Christie

Resumen del libro:

Una joven acude a Hércules Poirot en busca de ayuda. Su padre, Amyas Crale, un famoso pintor, fue envenenado hace muchos años, y su madre, juzgada y condenada por este crimen murió en la cárcel. La muchacha fue enviada entonces a Canadá con unos parientes, quienes la educaron y cambiaron el nombre…

Introducción

Hércules Poirot miró con interés y aprobación a la joven que entraba en aquel momento en la habitación.

Nada había habido en su carta que la distinguiera de tantas otras. Se había limitado a solicitar una entrevista, sin dar la menor idea siquiera de lo que se ocultaba tras la petición. Había sido breve y desprovista de toda palabrería inútil y sólo la firmeza de la escritura había indicado respecto a Carla Lemarchant que era una mujer joven.

Y ahora allí estaba en persona. Una mujer alta, esbelta, de veintitantos años. Una de esas jóvenes a las que uno se ve obligado a mirar más de una vez. Vestía ropa de calidad: chaqueta y falda de corte impecable y lujosas pieles. Cabeza bien equilibrada sobre los hombros, frente cuadrada, nariz de corte sensitivo, barbilla que expresaba determinación. Una muchacha pletórica de vida. Era su vitalidad, más que su belleza, la que daba la nota predominante.

Antes de su entrada, Hércules Poirot se había sentido viejo. Ahora se sentía rejuvenecido, lleno de vida, agudo como nunca.

Al adelantarse para saludarla, se dio cuenta de que los ojos color gris oscuro le observaban atentamente, le escudriñaban con intensidad.

La joven se sentó y aceptó el cigarrillo que él le ofrecía. Después de encenderlo, permaneció inmóvil, fumando, mirándole aún con queda mirada intensa y pensativa.

Poirot preguntó con dulzura:

—Sí, ha de decidirse, ¿no es verdad?

Ella se sobresaltó,

—Usted perdone.

La voz era atractiva, leve y agradablemente ronca.

—Intenta usted decidir, ¿verdad?, si soy un simple charlatán o el hombre que necesita.

La joven sonrió. Dijo:

—Pues… sí… algo así. Es que, monsieur Poirot, no… no es usted exactamente como yo me lo había imaginado.

—Y soy viejo, ¿verdad? Más viejo de lo que usted se figuraba.

—Sí, eso también —vaciló—. Verá usted que soy sincera. Quiero… es preciso que obtenga… lo mejor.

—Tranquilícese —respondió Hércules Poirot—. Soy lo mejor.

Carla dijo:

—No es usted modesto… No obstante, me inclino a creer lo que usted dice.

Poirot aseguró con placidez:

—Uno, ¿sabe?, no emplea los músculos simplemente. Y no necesito inclinarme y medir las huellas de pisadas ni recoger las colillas, ni examinar las hojas de hierba aplastadas. Me basta con retreparme en mi asiento y pensar. Es esto —se golpeó la ovalada cabeza—, esto lo que funciona.

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