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Ciencia cristiana

Ciencia cristiana

Resumen del libro:

A finales del siglo XIX, en un mundo cada vez más tecnologizado pero vacío de sentido, surgieron diversas sectas espirituales en Estados Unidos. Entre ellas, la «Primera Iglesia de Cristo, Científico», fundada por Mary Baker Eddy, prometía la sanación sin medicinas, únicamente a través de la oración y la mentalización del paciente. En poco más de veinte años, esta iglesia se había extendido a más de un continente y contaba con cientos de miles de miembros. Su confianza absoluta en el Espíritu y el desdén por la materia los convirtió en uno de los primeros grupos en rechazar las vacunas y en hacer presión política para legalizar excepciones por motivos religiosos.

Mark Twain, el escritor más ácido e irónico de la época, no solo se fijó en los métodos fantásticos de este credo, sino también en el explosivo enriquecimiento de su fundadora. En «Ciencia Cristiana», Twain comienza a escudriñar esta doctrina, leyendo sus documentos y entrevistando a sus adherentes, para desmenuzar sus ritos y estatutos. Este libro es una selección de las columnas que Twain publicó en contra de Mary Baker Eddy, desarticulando desde la sátira una creencia que, como tantas otras, detrás del telón no tenía nada.

Mark Twain, cuyo nombre real era Samuel Langhorne Clemens, es uno de los escritores más influyentes y célebres de la literatura estadounidense. Conocido por su ingenio mordaz y su capacidad para criticar la sociedad de su tiempo, Twain utilizó su talento para desmontar fraudes y exponer la hipocresía de sus contemporáneos. Su estilo inconfundible, lleno de humor y sarcasmo, le permitió abordar temas serios de una manera accesible y entretenida, lo que lo convirtió en un cronista excepcional de la condición humana.

En «Ciencia Cristiana», Twain despliega todo su arsenal de ironía y sátira para cuestionar y ridiculizar las pretensiones de la iglesia fundada por Eddy. Con un enfoque crítico y un tono irreverente, Twain no solo desvela las inconsistencias y absurdos de la doctrina, sino que también pone en evidencia el aprovechamiento económico detrás de su difusión. Este libro es una muestra clara del talento de Twain para combinar el humor con la crítica social, ofreciendo una lectura amena y reveladora sobre una de las sectas más controvertidas de su tiempo.

La obra de Twain sigue siendo relevante hoy en día, ya que su capacidad para observar y criticar las debilidades humanas y las estructuras de poder sigue resonando con fuerza. «Ciencia Cristiana» no solo es una denuncia de un sistema de creencias específico, sino también una reflexión más amplia sobre la credulidad y la manipulación, temas que continúan siendo pertinentes en nuestra sociedad moderna.

Mark Twain, un creyente incrédulo

Prólogo por René Olivares Jara

«De mi lectura del libro de la Sra. Eddy, Ciencia y Salud, deduzco que la Ciencia Cristiana, per se, no es ni ciencia ni cristiana». Anónimo, publicado en The North American Review (1914).

CIENCIA CRISTIANA es un libro curioso. Además de contener narraciones, reflexiones filosóficas, teológicas, políticas y textos que podrían catalogarse de periodismo investigativo, ya desde su título combina dos conceptos que parecen excluyentes y que han copado la discusión sobre el conocimiento y el poder, por lo menos desde el renacimiento.

No son pocos los ejemplos en que la fe ha sido un límite para el desarrollo de la ciencia. Después de todo, ¿no fue en nombre del cristianismo que Galileo tuvo que retractarse de sus descubrimientos y recluirse de por vida? ¿Y no fue en nombre de esa religión que durante el siglo XIX se ridiculizaría a Darwin por su teoría evolutiva? Sin embargo, hubo un momento en que una mujer en EE. UU, quiso combinar ambos conceptos en una forma de sanación a través de la fe. Esta iglesia sui generis, junto con su carismática fundadora, dio pie a una discusión pública sobre aspectos filosóficos, religiosos y médicos cuestionables, como la negación de la realidad material, la validez de un Cristo «científico», los tratamientos en base sólo a la oración y el rechazo al uso de medicamentos. El devenir polémico de esta nueva fe llegó a la justicia y a la prensa y Mark Twain no pudo restarse.

El autor tenía una inclinación natural por los adelantos científicos y tecnológicos. Su libro La vida en el Mississippi (1883) fue el primer texto redactado directamente en una máquina de escribir, en vez del tradicional «manuscrito». Su interés por el trabajo de Nikola Tesla se tradujo en una amistad duradera entre ambos. El mismo Twain fue un inventor, con un registro de tres patentes a su nombre: una «Mejora de las correas ajustables y desmontables para las prendas de vestir» (1871), un «Álbum autoadhesivo para recortes» (1873) y un juego de trivial sobre historia con el nombre comercial de «Constructor de Memoria de Mark Twain» (1885). De ellos, el más popular fue el álbum autoadhesivo, que tuvo una venta de unos 25 000 ejemplares. Pero el primero de ellos, aunque se pensó para reemplazar a los suspensores, es el sistema de elástico y trabas que actualmente casi todos los sujetadores femeninos usan para cerrarse. Este interés en la ciencia y en la tecnología es rastreable también en algunos de sus textos. El viaje a través del tiempo en Un yankee en la corte del Rey Arturo o la presencia de nuevas formas de investigación forense, como las huellas digitales, en La vida en el Mississippi y especialmente en Pudd’nhead Wilson (1894). Incluso, fuera de la ficción, el entusiasmo lo llevó a hacer algunas inversiones que finalmente dilapidaron su fortuna. Me refiero a «la máquina de escribir Paige», un tipo de imprenta bastante avanzada y compleja que debió deslumbrar a Twain, quien había trabajado en una imprenta siendo joven. En una carta a su hermano Orion le cuenta las pruebas con este aparato: «Querido Orion, a las 12:20 de esta tarde una línea de tipos móviles fue espaciada y justificada por la máquina, ¡por primera vez en la historia del mundo! Y yo estaba ahí para verlo. Fue hecha automáticamente, instantáneamente, perfectamente» (5 de enero de 1889). Pero —⁠cosas del progreso científico⁠— pronto quedó superada por la linotipia, más barata y menos compleja, y nuestro autor perdió hasta la herencia de su esposa en esta mala inversión.

El otro tema de su interés —⁠y quizás en un grado mucho más profundo⁠— era la religión. Se ha especulado mucho sobre su creencia en Dios. Tal vez sus dos obras más conocidas al respecto sean Cartas desde la Tierra y El forastero misterioso, ambas publicadas de manera póstuma. Ellas han contribuido en formar una imagen oscura y tal vez cínica de Twain respecto a lo religioso. El forastero misterioso lamentablemente fue manipulada por los editores de su primera publicación (1916), quienes agregaron pasajes para terminar la historia, que había quedado inconclusa, y así hacerla publicable; además acentuaron la crítica a la religión. Esto permaneció sin ser detectado hasta que en los años 60 del siglo XX, estudiosos de la obra de Twain se dieron cuenta de esta situación al tener acceso a los originales. Actualmente, gracias a la publicación progresiva de manuscritos y cartas mucho tiempo guardadas, sabemos que la concepción religiosa de Twain era profundamente compleja y que, si bien la muerte de su esposa Olivia en 1904 le llevó a escribir tal vez sus líneas más amargas sobre Dios, no fue sino una profundización de tendencias largamente reflexionadas durante su vida.

Mark Twain fue un hombre profundamente religioso, pero no en el sentido institucional que se le da al término. Fue criado en el presbiterianismo y se identificó como tal —⁠por lo que sabemos⁠— hasta el final de su vida. No son pocos los pasajes de sus textos en que es palpable el conocimiento que tiene de la Biblia, ya sea por las menciones constantes de pasajes o por subtextos presentes en la trama de sus obras. Como menciona Jean Campbell Reesman en su artículo «Mark Twain vs. God: The Story of a Relationship»: «La relación de Twain con Dios generó sus mejores obras, de ficción y no ficción, precisamente por su lucha». Así mismo, mucha de su imagen negativa sobre el ser humano, como condenado e irremediablemente pecador, o la de Dios alejado e indiferente de los sufrimientos humanos, se explican desde las convicciones calvinistas del presbiterianismo. Y es esta misma concepción «cada vez más oscura», la que según Campbell Reesman se ha ido instalando a medida que se han ido conociendo los textos «censurados» de Twain, en particular los capítulos excluidos de su Autobiografía y de Cartas desde la Tierra. Pero como la misma investigadora estadounidense indica:

Twain se involucró en una lucha de amor-odio de toda la vida con Dios y la fe, no con la religión como una abstracción ni finalmente con la iglesia terrenal, sino en una lucha uno a uno con Dios mismo. (…) Él estaba claramente en un conflicto constante sobre Dios y la fe, y nunca pudo dejarlo ir y seguir adelante. Quería a Dios, pero quería un Dios mejor. Quería que Dios hiciera algo mejor con el mundo que lo que existía.

En otra carta a su hermano Orion (19-20 de octubre de 1865) explica cómo tuvo dos ambiciones en la vida: «Una fue ser un piloto y la otra un predicador del Evangelio». Y aunque logró la primera de ellas, manejando un barco de vapor por el Mississippi, la segunda le fue negada por no haber sentido «el llamado». Si bien no le acompañó la vocación, sí mantuvo el interés en el tema. Esta tendencia religiosa explica también el rol que se propone Twain como autor. No se trata de entretener simplemente, sino de resaltar los errores que él ve en el mundo, sobre todo los de orden moral:

Soy el único hombre vivo que entiende la naturaleza humana. Dios me ha puesto en el cargo de esta sucursal. Cuando me retire no habrá nadie que ocupe mi lugar. Seguiré cumpliendo con mi deber, porque cuando pase al otro lado, utilizaré mi influencia para que la raza humana se ahogue de nuevo, y esta vez se ahogue bien, sin omisiones, sin Arca (Citado por Campbell Reesman).

«Ciencia cristiana» de Mark Twain

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