Resumen del libro:
Los relatos incluidos en ‘Ciberíada’ —protagonizados por dos expertos “constructores” dotados de un profundo conocimiento del cosmos— actualizan el cuento filosófico cultivado por Jonathan Swift y por Voltaire mediante su traslación al mundo de la robótica. Esta serie de fábulas alegóricas, en las que la sátira aparece atemperada por el humor y la ironía, superpone las más imaginativas posibilidades tecnológicas a los esquemas tradicionales del cuento fantástico o la leyenda medieval.
Expedición primera, o La trampa de Garganciano
Cuando el Cosmos no estaba tan desajustado como hoy día y todas las estrellas guardaban un buen orden, de modo que era fácil contarlas de izquierda a derecha o de arriba abajo, reunidas además en un grupo aparte las de mayor tamaño y más azules, y las pequeñas y amarillentas, como cuerpos de segunda categoría, metidas por los rincones; cuando en el espacio no se vislumbraba ni rastro de polvo, suciedad y basura de las nebulosas, en aquellos viejos tiempos, tan buenos, existía la costumbre de que los constructores con Diploma de Omnipotencia Perpetua con nota sobresaliente fueran de vez en cuando de viaje para llevar a pueblos remotos ayuda y buenos consejos.
Ocurrió pues que, de acuerdo con esa tradición, se pusieron en camino Trurl y Clapaucio, a quienes crear y apagar las estrellas no les costaba más que a ti cascar las nueces. Cuando la inmensidad del abismo recorrido hubo borrado en ellos el último recuerdo del cielo patrio, vieron ante sí un planeta, ni demasiado pequeño ni demasiado grande, de tamaño muy apropiado, con un solo continente. Exactamente por el medio corría una línea roja y todo lo que había a un lado era dorado, y todo lo del otro rosado. Los constructores comprendieron enseguida que se trataba en este caso de dos estados vecinos, y decidieron celebrar un consejo antes de aterrizar.
—Puesto que aquí hay dos estados —dijo Trurl—, es de justicia que tú te dirijas a uno y yo al otro. Así nadie saldrá perjudicado.
—Me parece bien —contestó Clapaucio—, pero ¿qué hacemos si nos piden material de guerra? Puede ocurrir.
—Es cierto, pueden exigirnos armamentos, incluso milagrosos —convino Trurl—. Decidamos que se los negaremos en redondo.
—¿Y si insisten con violencia? —objetó Clapaucio—. No sería nada nuevo.
—Vamos a verlo enseguida —dijo Trurl, y conectó la radio, de la cual salió, atronadora, una entusiasta marcha militar.
—Tengo una idea —dijo Clapaucio, apagando la radio—. Podemos aplicar la receta de Garganciano. ¿Qué te parece?
—¡Ah…! ¡La receta de Garganciano! —exclamó Trurl—. No he oído nunca que nadie la usara. Pero podemos ser nosotros los primeros en hacerlo. ¿Por qué no?
—Tú y yo estaremos dispuestos a aplicarla, pero es imprescindible que lo hagamos los dos, si no, todo puede terminar bastante mal.
—¡Oh! Es muy fácil —dijo Trurl. Sacó del bolsillo una cajita de oro y la abrió. Dentro había, sobre un forro de terciopelo, dos bolitas blancas—. Toma una, yo guardaré la otra —dijo—. Mira bien la tuya cada noche; si se pone rosada, significará que apliqué la receta. Entonces tú haces lo mismo.
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