Resumen del libro:
Léa de Lonval, una atractiva cortesana, ha dedicado los últimos seis años de su vida a la educación amorosa de Fred Peloux, un joven apuesto, ensimismado y consentido a quien ha apodado Chéri. Cuando éste le confiesa que planea casarse por conveniencia, deciden poner fin a la relación. Sin embargo, Léa no había previsto cuán profundo es el deseo que la une a su amante, ni cuánto sacrificará al renunciar a él. En esta novela, una de las más dmiradas de la autora, Colette explora las crueles trampas de los juegos de seducción, dinamita los estereotipos sobre lo femenino y lo masculino, y retrata con gran sagacidad e ironía la alta sociedad francesa de principios del siglo XX.
—¡Léa! ¡Dame el collar de perlas! ¿Me oyes, Léa? ¡Dame el collar!
No llegó respuesta alguna desde la enorme cama de hierro forjado y cobre cincelado que brillaba en la penumbra como una armadura.
—¿Por qué no me quieres dar el collar? Me queda tan bien como a ti. ¡Y hasta mejor!
Al oírse el chasquido del cierre, las blondas de la cama se agitaron y bajo la sábana asomaron dos magníficos brazos desnudos, de muñecas finas, cuyas delicadas manos se alzaron, perezosas, en el aire.
—Déjalo, Chéri, ya has jugado bastante con el collar.
—Me divierte… ¿Tienes miedo de que te lo robe?
Su silueta se recortaba en las cortinas rosadas de la ventana, por las que se filtraba la luz del sol, lo que le hacía parecer un elegante diablillo danzando entre las llamas del infierno. Sin embargo, cuando volvió pavoneándose a la cama vestido con el pijama de seda y las babuchas de ante, todo él volvió a ser blanco.
—No tengo miedo—respondió desde la cama una voz dulce y suave—, pero puedes romper el hilo del collar. Las perlas pesan.
—Y que lo digas—dijo Chéri, con consideración—. Quien te las haya regalado no te tomó el pelo.
De pie frente al espejo alargado que había entre las ventanas, contemplaba su reflejo: un hombre joven y apuesto, ni muy alto ni muy bajo y de cabello endrino, como el plumaje de un mirlo, le devolvía la mirada. Se desabrochó la camisa del pijama y descubrió su pecho, robusto y tupido, abombado como un escudo; el mismo fulgor rosado se apreciaba en sus dientes, en el blanco de sus oscuros ojos y en las perlas del collar.
—Quítate el collar—insistió la voz de mujer—. ¿No me oyes?
Inmóvil ante su reflejo, el muchacho reía por lo bajo:
—Que sí, mujer. ¡Sé perfectamente que tienes miedo de que me lo lleve!
—No es eso. Pero si te lo ofreciera, serías capaz de aceptarlo.
El joven corrió a abalanzarse sobre la cama:
—¡Por supuesto! Estoy por encima de los convencionalismos. Me parece una estupidez que un hombre acepte con gusto que una mujer le regale una perla en un pasador, o dos para los gemelos, y en cambio considere inaceptable que sean cincuenta…
—Cuarenta y nueve.
—Cuarenta y nueve, ya lo sé. Atrévete a decir que me queda mal. Di que soy feo.
Le dedicaba a la mujer de la cama una risa provocativa que dejaba al descubierto sus pequeños dientes y el reverso húmedo de sus labios. Léa se sentó en la cama:
…