Casa de muñecas
Resumen del libro: "Casa de muñecas" de Henrik Ibsen
La acción de Casa de muñecas tiene como protagonista a Nora, una mujer que simula estúpida frivolidad pero que en verdad es inteligente y aguda. Nora se vio forzada años atrás a recurrir a una artimaña financiera para costear un viaje en salvaguarda de la salud de Helmer, su marido, al tiempo que su padre se hallaba moribundo. A medida que la tensión del conflicto va in crescendo, la monotonía burguesa de la protagonista se va convirtiendo en un nudo corredizo que va dejándola sin aire. Ante su impotencia, observa la imposición de todo un mundo de valores contradictorios que amenazan su idea de felicidad. Casa de muñecas fue la primera obra dramática de Ibsen que causó sensación. En la actualidad es quizá su obra más famosa y su lectura es obligatoria en muchas escuelas y universidades. Cuando Casa de muñecas se publicó generó gran controversia, ya que critica fuertemente las normas matrimoniales del siglo XIX. Aunque Ibsen negó que su obra fuera feminista, es considerada por muchos críticos como la primera verdadera obra teatral feminista.
ACTO PRIMERO
Sala acogedora, amueblada con gusto, pero sin lujo. En el fondo, a la derecha, una puerta conduce a la antesala, y a la izquierda, otra al despacho de Helmer. Entre ambas, un piano. En el centro del lateral izquierdo, otra puerta, y más allá, una ventana. Cerca de la ventana, una mesa redonda, con un sofá y varias sillas alrededor. En el lateral derecho, junto al foro, otra puerta, y en primer término, una estufa de azulejos, con un par de sillones y una mecedora enfrente. Entre la estufa y la puerta lateral, una mesita. Grabados en las paredes. Repisa con figuritas de porcelana y otros menudos objetos de arte. Una pequeña librería con libros encuadernados primorosamente. Alfombra. La estufa está encendida. Día de invierno.
En la antesala suena una campanilla; momentos más tarde, se oye abrir la puerta. Nora entra en la sala tarareando alegremente, vestida de calle y cargada de paquetes, que deja sobre la mesita de la derecha. Por la puerta abierta de la antesala, se ve un Mozo con un árbol de Navidad y un cesto, todo lo cual entrega a la doncella que ha abierto.
NORA.—Esconde bien el árbol, Elena. No deben verlo los niños de ninguna manera hasta esta noche, cuando esté arreglado. (Dirigiéndose al Mozo, mientras saca el portamonedas.) ¿Cuánto es?
EL MOZO.—Cincuenta ore.
NORA.—Tenga: una corona. No, no; quédese con la vuelta. (El Mozo da las gracias y se va. Nora cierra la puerta. Continúa sonriendo mientras se quita el abrigo y el sombrero. Luego saca del bolsillo un cucurucho de almendras y come un par de ellas. Después se acerca cautelosamente a la puerta del despacho de su marido.) Sí, está en casa. (Se pone a tararear otra vez según se dirige a la mesita de la derecha.)
HELMER.—(Desde su despacho.) ¿Es mi alondra la que está gorjeando ahí fuera?
NORA.—(A tiempo que abre unos paquetes.) Sí, es ella.
HELMER.—¿Es mi ardilla la que está enredando?
NORA.—¡Sí!
HELMER.—¿Hace mucho que ha llegado mi ardilla?
NORA.—Ahora mismo. (Guarda el cucurucho en el bolsillo y se limpia la boca.) Ven aquí, mira lo que he comprado.
HELMER.—¡No me interrumpas por el momento! (Al poco rato abre la puerta y se asoma con la pluma en la mano.) ¿Has dicho comprado? ¿Todo eso? ¿Aún se ha atrevido el pajarito cantor a tirar el dinero?
NORA.—Torvaldo, este año podemos excedernos un poco. Es la primera Navidad que no tenemos que andar con apuros.
HELMER.—Sí, sí, aunque tampoco podemos derrochar, ¿sabes?
NORA.—Un poquito sí que podremos, ¿verdad? Un poquitín, nada más. Ahora que vas a tener un buen sueldo, y a ganar muchísimo dinero…
HELMER.—Sí, a partir de Año Nuevo. Pero habrá de pasar un trimestre antes que cobre nada.
NORA.—¿Y qué importa eso? Entre tanto, podemos pedir prestado.
HELMER.—¡Nora! (Se acerca a ella, y bromeando, le tira de una oreja.) ¿Reincides en tu ligereza de siempre?… Suponte que hoy pido prestadas mil coronas, que tú te las gastas durante la semana de Navidad, que la Noche Vieja me cae una teja en la cabeza, y me quedo en el sitio…
NORA.—¡Qué horror! No digas esas cosas.
HELMER.—Bueno; pero suponte que ocurriera. Entonces, ¿qué?
NORA.—Si sucediera semejante cosa, me sería de todo punto igual tener deudas que no tenerlas.
HELMER.—¿Y a los que me hubiesen prestado el dinero?
NORA.—¡Quién piensa en ellos! Son personas extrañas.
HELMER.—¡Nora, Nora! Eres una verdadera mujer. En serio, Nora, ya sabes lo que pienso de todo esto. Nada de deudas, nada de préstamos. En el hogar fundado sobre préstamos y deudas se respira una atmósfera de esclavitud, un no sé qué de inquietante y fatídico que no puede presagiar sino males. Hasta hoy nos hemos sostenido con suficiente entereza. Y así seguiremos el poco tiempo que nos queda de lucha.
NORA.—En fin, como gustes, Torvaldo.
…
Henrik Ibsen. Dramaturgo y poeta noruego. Nació el 20 de marzo de 1828 en Skien, una ciudad costera de Noruega. Su padre era un comerciante que se arruinó cuando Henrik tenía ocho años, lo que provocó una crisis familiar y el traslado a una granja en las afueras. Henrik tuvo una infancia difícil, marcada por la pobreza, la religiosidad de su madre y el aislamiento social. A los 15 años abandonó los estudios y se fue a trabajar como aprendiz de farmacéutico en Grimstad, donde empezó a interesarse por la literatura y a escribir sus primeros poemas y dramas.
En 1850 se mudó a Cristianía (hoy Oslo), la capital del país, con la intención de estudiar medicina, pero pronto se dedicó por completo a su vocación literaria. Publicó su primera obra, Catilina, bajo el seudónimo de Brynjolf Bjarme, pero no tuvo éxito ni crítica ni público. En 1851 consiguió un trabajo como director y dramaturgo del Teatro Nacional de Bergen, donde adquirió experiencia y prestigio. Allí escribió varias obras de tema histórico y nacionalista, como Los pretendientes de la corona o La fiesta en Solhaug.
En 1857 regresó a Cristianía para dirigir el Teatro Noruego, donde continuó su labor teatral y se casó con Suzannah Thoresen, con quien tuvo un hijo, Sigurd. Sin embargo, en 1862 el teatro cerró por problemas económicos y Ibsen decidió marcharse al extranjero. Inició así un largo exilio de 27 años por Italia y Alemania, donde escribió sus obras más famosas y revolucionarias.
En este período, Ibsen abandonó el romanticismo y el nacionalismo de sus primeras obras y se convirtió en el padre del realismo y el naturalismo teatral. Sus dramas reflejaban los conflictos sociales y morales de su época, cuestionando los valores victorianos, la hipocresía burguesa, el papel de la mujer y la libertad individual. Algunas de sus obras más representativas de esta etapa son Brand (1866), Peer Gynt (1867), Casa de muñecas (1879), Espectros (1881), Un enemigo del pueblo (1882), El pato silvestre (1884), Hedda Gabler (1890) o La casa de Rosmer (1886).
En 1891 Ibsen regresó a Noruega, ya consagrado como uno de los grandes maestros del teatro universal. Allí escribió sus últimas obras, que tienen un carácter más simbólico y poético que las anteriores. Entre ellas destacan El maestro constructor (1892), Pequeño Eyolf (1894), Juan Gabriel Borkman (1896) o Cuando despertemos los muertos (1899).
Ibsen murió el 23 de mayo de 1906 en Cristianía, a causa de un derrame cerebral. Fue enterrado con honores de jefe de Estado y su legado sigue vigente hoy en día. Sus obras han sido traducidas a numerosos idiomas y representadas en todo el mundo, influyendo en generaciones de dramaturgos posteriores. Ibsen es considerado el precursor del teatro moderno y un referente de la cultura noruega y universal.