Cartas a una amiga inventada
Resumen del libro: "Cartas a una amiga inventada" de Antoine de Saint-Exupéry
Cartas a una amiga inventada de Antoine de Saint-Exupéry es una obra que desvela facetas inéditas del célebre autor de El Principito. En esta colección de cartas, Saint-Exupéry nos invita a sumergirnos en su mundo íntimo y poético, revelando pensamientos y reflexiones que van más allá de su conocida narrativa infantil.
Saint-Exupéry, reconocido mundialmente por su profunda sensibilidad y capacidad de observación, utiliza este formato epistolar para explorar su vida interior. Cada carta es un reflejo de sus anhelos, miedos y esperanzas, escrita con una sinceridad y emotividad que cautivan al lector. La correspondencia, dirigida a una amiga imaginaria, se convierte en un vehículo perfecto para que el autor exprese sus más profundos sentimientos y cuestionamientos sobre la vida, la soledad y la humanidad.
El valor poético y humano de estas cartas es innegable. Saint-Exupéry se desnuda emocionalmente, ofreciéndonos una visión privilegiada de su alma. Sus palabras fluyen con una cadencia que envuelve y conmueve, logrando que el lector se sienta partícipe de sus confidencias. Además, la prosa del autor mantiene su característica belleza lírica, enriqueciendo cada página con metáforas y descripciones sublimes que evocan imágenes poderosas.
El trasfondo de estas cartas no es menos fascinante. Saint-Exupéry, aviador en las primeras décadas del siglo XX, comparte sus experiencias y aventuras en el aire, proporcionando un contexto único a sus reflexiones. Las descripciones de sus vuelos, llenas de peligros y maravillas, añaden una dimensión épica y romántica al relato, subrayando el riesgo constante que acompañaba su profesión.
Saint-Exupéry no solo escribe sobre su vida como aviador, sino que también medita sobre el papel del ser humano en un mundo en constante cambio. Su visión de la humanidad, a menudo melancólica pero siempre esperanzada, se convierte en un hilo conductor que une todas las cartas. La preocupación por la ética, la belleza y la fragilidad de la vida son temas recurrentes que enriquecen el contenido de la obra.
Antoine de Saint-Exupéry, nacido en 1900, fue un escritor y aviador francés cuya obra ha dejado una huella imborrable en la literatura universal. Su capacidad para combinar lo cotidiano con lo trascendental, lo sencillo con lo profundo, lo convierte en una figura única y venerada. Cartas a una amiga inventada no solo complementa su legado, sino que lo enriquece, ofreciendo a los lectores una ventana íntima a su mundo interior y a su inigualable visión del universo.
En resumen, Cartas a una amiga inventada es un documento de incalculable valor literario y humano. Es una lectura imprescindible para quienes deseen comprender mejor a Saint-Exupéry y sumergirse en una obra que destila poesía, emoción y humanidad en cada palabra.
Introducción
Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944) es una de las figuras literarias más conocidas y populares de este siglo. Obras como Vuelo de noche, Tierra de hombres, Piloto de guerra y, sobre todo, El principito, han conocido una gran difusión en todo el mundo. La imagen de Saint-Exupéry como intelectual aventurero, piloto arriesgado y hombre de acción —figura no rara en la Francia de su tiempo— está rodeada de una aureola mítica que, por lo que pueda tener de cliché, corre el peligro de deformar su verdadera y compleja personalidad/span> es una de las figuras literarias más conocidas y populares de este siglo. Obras como Vuelo de noche, Tierra de hombres, Piloto de guerra y, sobre todo, El principito, han conocido una gran difusión en todo el mundo. La imagen de Saint-Exupéry como intelectual aventurero, piloto arriesgado y hombre de acción —figura no rara en la Francia de su tiempo— está rodeada de una aureola mítica que, por lo que pueda tener de cliché, corre el peligro de deformar su verdadera y compleja personalidad.
Estas Cartas a una amiga inventada, ilustradas con dibujos del autor, recogen un aspecto inédito de «Saint-Ex». Dirigidas a Renée de Saussine, con la que le unía una vieja amistad, contienen multitud de facetas —filosóficas, humorísticas, sentimentales…— que completan y enriquecen la imagen del gran autor, al tiempo que forman un documento literario del mayor interés, de intenso contenido poético y gran fuerza expresiva.
A LA MEMORIA DE RENÉ WITTMANN
PRÓLOGO
Diez años de juventud y de amistades. Entre los veinte y los treinta años. Es una época de sensibilidad ultrasónica, de bromas, de luchas a menudo patéticas. Más tarde, Antoine, aviador, escritor ilustre, habrá encontrado su unidad, su camino, su gloria —otro patetismo.
Hojeando estas cartas veo florecer mil tonalidades de recuerdos que van de la impresión, siempre sorprendente, a la intensa emoción… Recuerdo uno de sus gestos, el que le era más propio quizá:
Cogía un cigarrillo entre el índice izquierdo y el dedo corazón sosteniendo al mismo tiempo la caja de cerillas. Frotada con la mano derecha, de una de ellas brotaba la luz que lo iluminaba desde abajo, languidecía, moría. Su cuerpo de atleta, su capa del Gilles de Watteau surgían y se desvanecían en la penumbra.
Era muy lento para empezar una frase o un soneto, para defender una postura, violentamente aunque en voz sorda, demasiado conciso para terminar. Por otra parte nunca terminábamos, nadie era de la misma opinión. Y el tiovivo de Antoine volvía a empezar, el cenicero desbordante de cerillas que formaban un minúsculo brasero bajo el cigarrillo intacto.
En mi familia había diversidad de opiniones sobre él:
—¡Qué magnífico muchacho! —decía mi padre.
Pero mi madre y mis hermanas mayores se extrañaban de su mutismo.
Nosotros, los más jóvenes, le encontrábamos fácilmente tras su muralla de silencio, que tan sencillamente elevan o franquean los niños. Como él, nosotros permanecíamos niños.
Antoine iba al mismo colegio que mi hermano: La École Bossuet que conducía después al Lycée Saint-Louis. Sus compañeros decían: ¡Qué tipo! Vive a base de cafés con leche para poderse comprar un sextante. Durante los estudios escribe cuentos. Se hará un nombre con el tiempo.
Entre ellos, jóvenes y alegres, preparaba el ingreso a la Escuela Naval adoptando, según palabras de uno de sus profesores, «los métodos más perfeccionados para perder el tiempo».
Un día en que había huelga de transportes, Bertrand, mi hermano —llamado B.B., llamado B2— retuvo a comer a dos de entre ellos. Desde las siete de la mañana reemplazaban en los autobuses a los huelguistas. ¿Antoine y Bertrand controlaban los billetes? Ya no me acuerdo. El tercero en discordia conducía la máquina (le llamaremos Eusebio ya que el género teatral de Musset le pega). Aquel día una vendedora de naranjas pagó las consecuencias, al menos su carro; las naranjas pavimentaron el bulevar Saint-Germain.
Sabíamos que Antoine escribía. Por la tarde nos leyó un drama poético compuesto por él. Príncipes bandoleros evolucionaban en un reino al que deslumbraban, aterrorizaban… El autor declamaba con un mechón de pelo negro tapándole el ojo y el cortapapeles en la mano. ¡Qué puñal! Me hizo olvidar el asunto de las naranjas.
Dos años más tarde Antoine suspendió el examen de entrada a la Escuela Naval. ¿Qué carrera seguir, entonces? A menudo lo discutíamos en el pequeño grupo de amigos que era el suyo. Era durante el verano de París. Si las matemáticas se habían resentido del calor, éste favorecía ahora las largas charlas en las terrazas de los cafés. Saint Germain-des-Prés figuraba ya como nuestro cuartel general y en los recuerdos parisinos de Antoine sus cervecerías ocupan un lugar de honor:
—¿Te acuerdas de aquel camarero de chez Lipp? ¿El que se dibujaba cabellos a lápiz en la calvicie? De las cajetillas vacías de Graven o de Lucky que nos pedía para su nietecita —para que jugara con ellas y le dejara dormir, por las mañanas…
O bien en casa, calle Saint-Guillaume, las sesiones de música tenían en él un auditor absorto, apasionado. A veces empuñaba mi violín e improvisaba, al estilo demiurgo, para decir luego bruscamente:
—Vamos al cine.
Recuerdo al Charlie Chaplin comentado por él en El Peregrino. ¡Qué descubrimiento!
Porque sus discursos, cuando se dignaba hablar, despertaban eco. Aún ahora recuerdo cierto soneto… Fijando su visión de poeta sobre el agudo perfil de una ciudad.
Un solo pájaro podría posarse en ella
Escandía Antoine, tan sensible a la cadencia que se arriesgaba a dar este peligroso consejo:
—¡Más vale una falta de francés que una falta de ritmo!
Y recomenzaban las discusiones en las que él se hacía el abogado del diablo ante el incorruptible Eusebio. Éste sería siempre su mejor amigo pero había entre ellos eternas discusiones. Yo, tranquilizada respecto a la literatura, me arriesgué un día a pedirle consejo. Conseguí algo más. Tras una amistosa muestra de simpatía obtuve una respuesta escrita, una profesión de fe.
Fue la primera carta que recibí de Antoine.
…
Antoine de Saint-Exupéry. Nace en Lyón el 29 de junio de 1900 en el seno de una antigua familia aristocrática. Tras recibir educación en diversos colegios religiosos, al término de sus estudios secundarios intenta entrar en la Escuela Naval, pero no aprueba los exámenes de ingreso. En 1920 cumple el servicio militar en la Fuerza Aérea, y a partir de entonces la aviación se convierte en la gran pasión de su vida.
Su primer cuento ve la luz en 1926, el mismo año en que comienza su carrera de piloto en la compañía Latécoére. Poco después es destinado a Cabo Juby, donde escribe su primera novela, Correo sur (1928). De África se traslada a Sudamérica con el encargo de establecer nuevas líneas comerciales. Allí concluye Vuelo nocturno, que se publica en 1931 con enorme éxito y obtiene el premio Fémina.
A partir de 1935, Saint-Exupéry trabaja como corresponsal de los periódicos Intransigeant y Paris Soir en Rusia y España, y con su avión Simoun participa en diversos raids como el París-Saigón y el Nueva York-Tierra del Fuego. Todos estos recuerdos, acumulados en diez años de vida aventurera, los vuelca en su novela Tierra de hombres (1939).
A los pocos meses, desatada la Segunda Guerra Mundial, combate como piloto de reconocimiento y, tras la caída de Francia, se instala en Nueva York. En la gran ciudad norteamericana escribe Piloto de guerra (1942), fruto de sus experiencias durante la contienda, y El Principito (1943), cuento infantil de gran originalidad que lo hizo universalmente famoso y que se ha convertido en uno de los fenómenos literarios más importantes de este siglo. Muy pronto se reincorpora al servicio activo en el norte de África, donde escribe una obra de reflexiones filosóficas y políticas titulada Cindadela, que sería publicada postumamente (1948).
El 31 de julio de 1944, Antoine de Saint-Exupéry despega de un campo de aviación de Córcega para cumplir una misión de la que no regresaría jamás.