Resumen del libro:
Cuarenta y ocho cartas y dieciséis poemas de amor dan testimonio del secreto y sublime romance entre el poeta portugués y la joven Ophélia de Queirós. Una correspondencia forjada en los años decisivos de la producción literaria de Fernando Pessoa. El prólogo de Antonio Tabucchi reflexiona sobre este curioso epistolario al que el gran artista plástico Antonio Seguí ha dedicado una serie de exquisitas estampas.
Un fausto en gabardina
«Con tanto poder como tienes sobre mí:
vamos, transfórmame en un hombre capaz
de lo obvio».
KAFKA, en una carta a Felice
Inscrita entre la parodia de la declaración de Hamlet a Ofelia, en pequeñas notas ocultas en cajitas de caramelos, y un final en forma de cantilena nonsense, la historia de este amor secretísimo y casto, de tan optimista puerilidad y a la vez tan carente de esperanza, podría parecer ridícula acaso, si no participara, exactamente como los auténticos grandes amores, de lo ridículo y lo sublime.
Tenemos aquí a un Fausto en gabardina, propenso a la amigdalitis y empleado en empresas lisboetas de exportación e importación, obligado a canjear a su frágil Margarita, inteligente y algo desorientada, por un Mefistófeles implacable y totalitario, agazapado en el Proyecto de una Obra («Por lo demás, mi vida gira en torno a mi obra literaria, buena o mala que sea, o pueda ser. Todo el resto en mi vida tiene un interés secundario…»). Resulta imposible no pensar en una carta de Kafka a Felice Bauer de 1912:
«Mi vida consiste y ha consistido, en el fondo, desde siempre, en tentativas de escribir… Mi tenor de vida está organizado únicamente en función de la escritura, y si experimenta cambios, los experimenta para que corresponda mejor, si es posible, al escritor, dado que el tiempo es breve, las fuerzas exiguas, la oficina un espanto, la habitación muy ruidosa y es necesario apañárselas con artificios, cuando no resulta posible hacerlo con una buena vida recta».
Y es imposible no imaginarse esa decisión como un obvio y acaso algo trivial Ersatz: Pessoa escogió la literatura simplemente porque no podía escoger el amor.
Pero como cualquier lector de Pessoa sabe, lo obvio y lo trivial son categorías poco adecuadas para un personaje que vivió una vida de oficinista como si fuera un oficinista, se trató a si mismo como si fuera otro, escribió poemas propios como si fueran ajenos. El sentimentalismo más ínfimo, de tan impecable mal gusto y tan inapelablemente «normal», confiere a estas cartas una obviedad demasiado obvia para ser obvia de verdad. Es la primera sospecha que estas cartas nos transmiten, y con ella el primer malestar. Como si en estas misivas de sosería inocua discurriera subterráneo algo indescifrablemente nocivo y pecaminoso. En estas cartas no está la obviedad, sino lo Obvio mayúsculo y platónico, su estructura profunda, la fenomenología en forma epistolar de un paradigma: el código amenazadoramente estúpido del Amor.
Tengo la impresión de que a Stendhal no le habría gustado este amor, demasiado pobre de connotaciones históricas y de implicaciones sociales como para ser digno de figurar en su tratado. Pero si estas cartas hubieran acabado siendo vistas por Bouvard y Pécuchet, tal vez los dos metafísicos de la Bétise habrían emitido con satisfacción su sentencia preferida: «¿Y qué hacemos con todo esto? ¡Nada de reflexiones! ¡Copiemos!». Con Flaubert, por lo demás, Pessoa da muestras de una gran afinidad electiva. Él también, como el ex idiot de la famille, encerrado para espiar el mundo detrás de las ventanas, hubiera podido declarar legítimamente que la vida «parece tolerable sólo si conseguimos esquivarla»; y su obra, especialmente las más conmovedoras composiciones de Alvaro de Campos (Passagem das horas y Tabacaria) son la mejor confirmación de ello. He ahí la razón por la que el silabario de estas cartas nos proporciona el malestar de un pecado doloroso e inútil: como el de alguien que aspira a vivir con extrema convicción algo de lo que no está convencido; al igual que ciertas maquinarias ingeniosas y perfectas que no sirven para nada. Porque nos inducen a pensar que Pessoa delegó en otro, que era él mismo, la tarea de vivir una historia de amor y de escribirle cartas de amor a la señorita Ophélia Queiroz, empleada asimismo en empresas de exportación e importación de la Lisboa de los años veinte. Y que él se quedó mirando ese Bouvard y Pécuchet suyo, que era él mismo, mientras copiaba sus propias cartas. Todo Pessoa es «como si», ha escrito Luciana Stegagno Picchio. A su manera, también estas cartas son un «como si».
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