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Cantares gallegos

Resumen del libro:

Cuando el Romanticismo europeo volvió los ojos hacia las costumbres populares y sacó del fondo de los siglos la conciencia de los pueblos, Rosalía de Castro se sumó en su primer libro, “Cantares gallegos,” a esa corriente para convertir la alborada poética de un pueblo en el inicio oficial del rexurdimento. Sin el triunfo decisivo de este libro sería impensable el triunfo posterior de la literatura gallega.

INTRODUCCIÓN

LA POESÍA DE ROSALÍA DE CASTRO

En 1884, un año antes de morir, Rosalía de Castro publica En las orillas del Sar, con lo que cierra una obra poética formada por cinco poemarios a los que debe sumarse una treintena de poemas sueltos. Los dos primeros títulos, La Flor y A mi madre (de 1857 y 1863 respectivamente), apenas han merecido la atención de la crítica, ni siquiera como referencia para una mejor comprensión de los libros posteriores. Sin embargo, en la última fecha citada, y con el pie de la imprenta viguesa de J. Compañel, aparece CANTARES GALLEGOS, obra que supone una ruptura total con la poesía anterior, tanto por el empleo de la lengua gallega como por la temática y su desarrollo. Escasa es, por lo tanto, la relación existente entre ese antes y ese después de 1863, como se señala de forma determinante en el Cuadro cronológico (véase al final de la obra).

Nada más llegar a Madrid en 1856, de la pluma de Rosalía brota el fruto de su aprendizaje compostelano, todo el recuelo del movimiento romántico según los cánones más pomposos: La Flor. Esbozo, más que obra cabal, escrito por una joven de veinte años, recoge la influencia de un ambiente romántico superficial, los ecos de la sonora lírica esproncediana y de su representante gallego —si es que podemos denominarlo así—, Aurelio Aguirre. En plena juventud —por tanto en periodo maleable—, Rosalía se halla inmersa en un ámbito de exaltación de la sentimentalidad romántica y participa en los actos que ese clima propiciaba en Santiago de Compostela: las veladas poéticas del Liceo de San Agustín, los dramas melancólicos e historicistas que allí se representaban siguiendo la dictadura que el tópico puesto de moda ejercía —ella misma se burlará, en la novela El caballero de las botas azules, de las modas literarias, hechas de sonoro cascajo—. No aparece en La Flor una de las facetas determinantes en libros posteriores: el gusto por el color local, presente, en cambio, en los poemas de su primer «maestro», Aguirre.

Tras La Flor, la poeta se hunde en un largo silencio, sólo roto por una «anécdota biográfica» resuelta en un poema-libro, A mi madre, donde da rienda suelta a la efusión de sentimientos personales arrancados por la muerte de su madre, Teresa de Castro, ocurrida el 24 de julio de 1862; resuena ahí el mismo registro lírico que en La Flor, aunque ahora el fallecimiento materno preste una trama de realidad dolorida a lo que en el primer libro eran tópicos literarios.

Pero ese largo silencio no lo era del todo: poco antes, en el número del 24 de noviembre de 1861 de la revista madrileña El Museo Universal aparece publicado un poema firmado por Rosalía de Castro: «Adiós ríos, adiós fontes», de rasgos absolutamente distintos a lo que hasta entonces escribiera ella y el resto de los poetas españoles: en primer lugar, por la lengua empleada, la gallega, hecho que no se producía desde hacía tres siglos —si dejamos a un lado algunos intentos protagonizados a partir de 1848 por Francisco Añón y J. M. Pintos (A gaita gallega, 1853), entre otros nombres que, pese al escaso valor poético de sus composiciones, suponen el inicio del rexurdimento—. Además de la lengua hay un segundo rasgo distintivo: ese poema, y otros dos que no tardaron en ver la luz, se apoyan en cantares populares que Rosalía glosa, borrándose éstos en gran parte para expresar unos sentimientos seleccionados, en el correr del tiempo, por la tradición.

Cantares gallegos – Rosalía de Castro

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