Resumen del libro:
Cánovas es una novela histórica escrita por Benito Pérez Galdós en 1912. Es la última de la quinta serie de los Episodios Nacionales, una colección de novelas que narran la historia de España desde el siglo XIX hasta principios del XX.
La novela se centra en la figura de Antonio Cánovas del Castillo, el político que restauró la monarquía borbónica en España tras el fin de la Primera República. La acción se desarrolla entre 1874 y 1880, y muestra los acontecimientos políticos, sociales y culturales de la época, como el pronunciamiento de Martínez Campos, la guerra carlista, el asesinato del rey Alfonso XII o el pacto del Pardo.
El protagonista es Tito Liviano, un periodista y escritor que se relaciona con personajes históricos y ficticios. Tito es un mujeriego impenitente que vive diversas aventuras amorosas y profesionales. A través de sus ojos, el lector asiste a los entresijos del poder, las intrigas palaciegas, las conspiraciones revolucionarias y los cambios sociales.
La novela tiene un tono crítico con el sistema de la Restauración, que Galdós consideraba una política de inercia, ficciones y fórmulas mentirosas. Al final, el autor deja la voz a Mariclío, la madre de la Historia, que llama a los españoles a ser revolucionarios y rebeldes ante la decadencia nacional.
Benito Pérez Galdós fue un escritor español nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1843 y fallecido en Madrid en 1920. Se le considera uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador capital en la historia de la literatura en lengua española. Fue académico de la Real Academia Española desde 1897 y fue propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912.
Galdós escribió más de cien novelas y obras de teatro, así como crónicas y artículos periodísticos. Su obra más conocida son los Episodios Nacionales, una serie de 46 novelas que abarcan desde la batalla de Trafalgar hasta el reinado de Alfonso XIII. En sus novelas reflejó con maestría la realidad social, política y cultural de su tiempo, así como la psicología de sus personajes.
Galdós también tuvo una gran afición a la política, aunque él mismo no se consideraba un político. Sus ideas fueron evolucionando desde el liberalismo al republicanismo y al socialismo. Fue diputado por varios partidos y defendió causas como el sufragio universal, el divorcio o la educación laica. Su anticlericalismo le granjeó muchos enemigos entre los sectores más conservadores de la sociedad española.
– I –
Los ociosos caballeros y damas aburridas que me han leído o me leyeren, para pasar el rato y aligerar sus horas, verán con gusto que en esta página todavía blanca pego la hebra de mi cuento diciéndoles que al escapar de Cuenca, la ciudad mística y trágica, fuimos a parar a Villalgordo de Júcar, y allí, mi compañero de fatigas Ido del Sagrario y yo, dando descanso a nuestros pobres huesos y algún lastre a nuestros vacíos estómagos, deliberamos sobre la dirección que habíamos de tomar. El desmayo cerebral, por efecto del terror, del hambre y de las constantes sacudidas de nervios en aquellos días pavorosos, dilató nuestro acuerdo. Inclinábame yo a correrme hacia Valencia, impelido por corazonadas o misteriosos barruntos. Di en creer que hallaría en tierras de Levante a mi maestra Mariclío y que por ella tendría conocimiento de la preparación de graves sucesos. Pero a Ido le tiraba hacía Madrid una fuerte querencia: su mujer, sus amigos, su casa de huéspedes. La ley de adherencia en las comunes andanzas aventureras nos apegaba con vínculo estrecho. Desconsolados ambos ante la idea de la separación, cogimos el tren en La Roda y nos plantamos en la Villa y Corte.
Largos días permanecí recluido en mi aposento pupilar de la calle del Amor de Dios. La casa estaba desierta por ausencia de los estudiantes de San Carlos que gozaban ya de la dilatada vagancia veraniega. Prisionero me constituí en mi celda, sin osar poner los pies en la calle, no sólo por aburrimiento, sino por tener mis bolsillos tristemente limpios y mondos de toda clase de numerario. Olvidado me tenía mi excelsa Madre, sin que mi conciencia ni mi razón explicarme supieran la causa de tal abandono, pues nada hice ni pensé que pudiera desagradarla. Cuantas veces acudí a la portería de la Academia de la Historia en busca de los emolumentos que allí, solícita y puntual, me consignaba Doña Mariana, hube de volverme desconsolado y con las manos vacías a mi pobre hospedaje. Por fin, avanzado ya el mes de Agosto, ¡oh inefable dicha!, la portera de la docta casa me entregó con graciosa solemnidad un paquete que contenía suma moderada de los sucios papiros que llamamos billetes de Banco, y una cartita cuyo interesante contenido devoré con mis ojos en el corto trayecto de la calle del León a la del Amor de Dios.
«Perdona, mi buen muñeco —decía la carta—, si tan largo tiempo estuve sin acudir a tus necesidades. Con la presente recibirás ración no muy cumplida del pan de la vida social. Gástalo con tiento, mantente en la justa ponderación de la economía y la prodigalidad… Estoy donde estoy. No me verás tan pronto. Vivo en obscuro escondite, acechando un hecho histórico que tú no has previsto y yo sí. No pocos caballeros españoles y algunas damas alcurniadas quieren engendrar un ser político, que representará la transformación capital de la familia hispana. Es lo que el bueno de Víctor Hugo llamaba un gozne de la Historia… Yo me entretengo mirando a los que ponen sus manos pecadoras en esta labor mecánica. Unos se esfuerzan en engrasar la espiga y el anillo del gozne para que el doblez se efectúe sin aspereza y con silencio decoroso; otros, en su afán de terminar prontito, salga lo que saliere, doblarán la Historia con maniobra violenta, y el chirrido del metal giratorio se oirá hasta en la China… ¿No entiendes esto, historiador travieso y chiquitín?… Vístete bien, ahora que tienes dinerito fresco, y no busques tu sastre entre los de medio pelo. Reanuda y cultiva tus antiguas amistades, y disponte a estrecharlas nuevas relaciones que te salgan al paso. No desdeñes a los hombres de pro… El pro se acerca taconeando recio… La pobretería se aleja pisando con el contrafuerte… Adiós, hijo. En cuanto lleguen las brisas de otoño, que avivan la natural frescura y alegría de los madrileños, diviértete lo que puedas. Si sientes apetito de lecturas, pon a un lado al amigo Saavedra Fajardo, y entretente con el Manual del perfecto caballero en sociedad, consagrando algunos ratos a la Moda elegante».
Confuso me dejó la epístola, que leí cuatro veces, y aunque algo pude descifrar de su sentido recóndito, no llegué al pleno dominio de las ideas expresadas por la Madre en aquellas líneas, escritas con genuino trazo de Iturzaeta… Septiembre se me pasó en renovar mis amistades de Madrid, y en ponerme al habla con sastres y zapateros. Amenguaba ya el calor; pero aún se veían en el Prado grupos de paseantes y tertulias de gente distinguida: formábanlas familias que no habían podido ir a baños y otras que se volvieron antes de tiempo, repatriadas por la escasez de pecunia. En diferentes corros y tertulias mariposeaba yo en las tardes y noches de variado temple. También gustaba de arrimarme a los puestos de agua, frecuentados por parroquianos de distinta marca social, bastos, finos y entrefinos.
Ved ahora la cáfila de amigos que me salieron al encuentro en el Prado y sus aguaduchos: Luis Blanc, Moreno Rodríguez, Serafín de San José, Telesforo del Portillo (Sebo), Patricio Calleja, Mateo Nuevo, Fructuoso Manrique, David Montero, Dorita, Niembro, Emigdio Santamaría, Díaz Quintero, María de la Cabeza, Delfina Gay, y el imponderable don Florestán de Calabria, que se presentó ante mí con flamantes apariencias de limpieza y elegancia. Apartados del grueso de la concurrencia, que paladeaba el agua fresca con azucarillos y aguardiente, echamos un parrafito. Díjome que a femeniles influencias debía un empleíto escribientil en el Círculo Popular Alfonsino, y que desde que se puso en contacto con las personas decentes había empezado a echar buen pelo, como lo demostraba su ropa.
A mis anhelos de conocer el paradero de Leona la Brava, contestó que estaba en París. ¿Fue quizás con el hinchado figurón de los monumentales sombreros? No; el tal no gozaba ya la privanza de la dama de Mula; con su fatuidad chisteriforme habíase retirado, dejando el puesto a un protector nuevo, caballero separado de su mujer, regordete, calvoroto, afeitado el rostro y muy pulido de vestimenta, íntimo amigo de don Francisco Cárdenas, de don Manuel Orovio, y asistente pegajoso a la tertulia del Conde de Cheste. Noté en don Florestán cierto pudor para revelarme el nombre de aquel sujeto; sin duda quería guardar el incógnito de uno de los hombres de pro que le habían protegido. No insistí, seguro de descifrar el acertijo en cuanto Leona volviera de su excursión parisiense. ¡Y que no vendría poco ilustrada en todo género de novelerías y elegancias! Terminó el pendolista sus referencias diciéndome con cierta vanagloria: «Fíjese usted, don Tito; el amigo de doña Leonarda es de los que tienen más metimiento en el palacio Basilewski, donde reside la que fue nuestra Soberana, quien como usted sabe abdicó ya en su hijo don Alfonsito».
Quedé con don Genaro en que me avisaría puntualmente la fecha de la rentrée de La Brava, y ya no volví a verle hasta mediados de Octubre. En tanto, los amigos cuyo trato frecuentaba yo por aquellos días, me confirmaron en la idea de que la sociedad española quería cambiar de postura, como los enfermos largo tiempo encarnados sin encontrar alivio. Notaba yo la lenta pero continua inclinación de las voluntades hacia un ideal que a primera vista deslumbraba, desviándose de los ideales pálidos ya y marchitos. Dábame en la nariz el olor del aceite con que los más sagaces querían engrasar la bisagra histórica, y a mi oído llegaba el crujir de los impacientes y el retemblido del aparato con que se hacen los dobleces de la vida de un pueblo.
…