Resumen del libro:
Blake, precursor de Byron o Keats, se anticipó en el rechazo a lo neoclásico y si algo puede definirlo es su defensa de la imaginación frente a la razón. Consideraba que las formas ideales debían construirse no a partir de la observación de la naturaleza sino de las visiones interiores. Sus poemas más voluntariosos, fragantes, directos y elocuentes aparecieron en Canciones de inocencia, texto publicado en un año que es todo un símbolo, 1789. Pero pronto Blake perdió la fe en el ser humano. En 1794 publicó Canciones de experiencia, una obra del mismo estilo lírico, una vuelta de tuerca sobre muchos de los temas y lemas de su libro anterior. Lo normal ahora es publicar ambas series como un texto conjunto debido a las analogías formales que presentan las mismas. Pero en realidad inocencia y experiencia siempre han sido distintas, inocencia y experiencia se complementan como «los dos estados opuestos del alma humana». La inocencia de la niñez (cúanto recuerda a las ideas de Leopardi) frente al camino pertubador hacia la nada de la vida adulta. La corrupción necesaria, la transgresión del conocimiento. La verdadera inocencia que resulta imposible sin la experiencia, transformada por la fuerza creativa de la imaginación humana.
Introducción
Soplaba mi flautín por valles silvestres,
tocaba canciones de júbilo afable,
en una nube distinguí a un niño,
que con risas me dijo:
«¡Sopla un cantar que hable del
Cordero!»
Y lo toqué con ánimo risueño.
«Flautista, sopla de nuevo ese cantar».
Volví a hacerlo: lloró al escucharlo.
«Suelta tu flautín, tu flautín dichoso;
canta tus canciones de acento feliz»;
y otra vez entoné lo mismo,
mientras regocijado él lloraba al oírlo.
«Flautista, siéntate y escribe
en un libro que todos puedan leer».
luego se esfumó de mi vista.
Y arranqué un junco hueco.
Hice una pluma rústica
y teñí el agua límpida
y escribí mis felices cantares
que todo niño disfrutará al oírlos.
I – El prado resonante
Se eleva el sol
y los cielos se vuelven dichosos;
resuenan alegres las campanas
como bienvenida para la primavera;
la alondra y el zorzal,
las aves de los arbustos,
trinan estrepitosamente
ante el sonido jovial de las campanas,
mientras nuestros juegos son vistos
sobre el Prado Resonante.
El viejo Juan, de cabellos blancos,
ríe y aparta sus preocupaciones,
sentado bajo el roble,
entre los demás ancianos.
Se ríen de nuestros juegos
y poco después todos dicen:
«Así, así se disfrutaba
cuando nosotros, niñas y muchachos,
en nuestra juventud éramos vistos
sobre el Prado Resonante».
Hasta que los pequeños, ya exhaustos,
no pueden seguir la diversión;
el sol va descendiendo,
y nuestros juegos se acaban.
En torno al regazo de sus madres
muchas hermanas y hermanos,
como pajaritos en su nido, se disponen al reposo,
y dejan de verse los juegos,
en el Prado oscurecido.
II. El cordero
¿Quién te hizo, Corderito?
¿Conoces a quien te creó?
¿Quién te dio la vida y te irguió
junto al arroyo y sobre el prado;
te dio un abrigo delicioso,
manto suave, lanoso, brillante;
te dio una voz tan tierna,
que causa regocijo en los valles?
¿Quién te hizo, Corderito?
¿Conoces a quien te creó?
Yo te lo diré, Corderito;
yo te lo diré, Corderito:
es llamado con tu nombre
pues a sí mismo se llama Cordero.
Es manso, y es sutil;
se volvió un niño pequeño.
Yo un niño, y tú un cordero,
nos llaman con el mismo nombre.
¡Que Dios te bendiga, Corderito!
¡Que Dios te bendiga, Corderito!
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