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Canción de Rachel

Canción de Rachel, una novela de Miguel Barnet

Canción de Rachel, una novela de Miguel Barnet

Resumen del libro:

«Canción de Rachel» cuenta la azarosa existencia de una «vedette» durante los rutilantes años veinte cubanos. La voz de Rachel, su protagonista actriz, bailarina y rumbera, una rompecorazones cuyas piernas hicieron temblar a media Habana, nos acompañará en un recorrido a través de todos los escenarios de su memoria, desde los cochambrosos teatrillos, cabarets y circos en los que debutó hasta el mítico teatro Alhambra en el que triunfaría. Y, junto a su voz, irán surgiendo otras: las de los tramoyistas, periodistas, amigos, enemigos y chismosos que la matizan y completan, aclarando los puntos más oscuros de su trayectoria. Sobre el telón de fondo de acontecimientos políticos de la época el gobierno de Estrada Palma, la dictadura de Machado, las injerencias norteamericanas o la insurrección negra de 1912, esas voces compondrán un verdadero retablo de costumbres de la belle époque cubana.

1

Esta isla es algo muy grande. Aquí han ocurrido las cosas más extrañas y las más trágicas. Y siempre será así. La tierra, como los seres humanos, tiene su destino.

Y el de Cuba es un destino misterioso. Yo no soy bruja, ni gitana, ni cartomántica, ni nada de eso; no sé leer la mano como es debido, pero siempre me he dicho que el que nace en este pedazo de tierra trae su misión, para bien o para mal. Aquí no pasa como en otros países que nacen gentes por toneladas y todos son iguales, se comportan igual, y viven y mueren en el anonimato. No. El que nace en Cuba tiene su estrella asegurada, o su cruz, porque también existe el que viene a darse cabezazos.

Ahora, lo que se llama el media tinta, el que no es ni una cosa ni la otra, el tontucio, ese aquí no se da.

Esta isla está predestinada para que se cumplan en ella los mandatos divinos. Por eso yo siempre la he mirado con respeto. He tratado de vivir en ella lo mejor posible, cuidándome de ella y manteniéndome yo como centro. Para eso lo mejor que hay es trabajar, entretenerse en hacer algo y no darle mucha rienda suelta al cerebro porque es peor. Cuba es mi patria. Aquí nací y me hice mujer y artista. Y aquí es donde quiero morirme, porque si en algún lugar quisiera que me sepultaran es en este rincón. He visto otros países muy bellos, muy modernos, muy gentiles; pueblos de gran cordialidad, pero como el calor de mi patria, nada. Y eso que soy de origen europeo. Mi madre era húngara y mi padre, alemán. Ella húngara y él alemán. Ella bajita y pecosa, muy jaranera. Una mujercita de temple. Mi padre no sé. Lo vi, lo veía cada vez que mamá me enseñaba la fotografía. Parecía buen mozo. Al menos en aquel retrato.

—Era alemán, niña —me decía mamá—. Tú has sacado de él esa cabecita dura.

Mi madre me inculcó una buena educación. Y sobre todo mucho amor al prójimo. Ella tenía esa genuina tendencia a convencer, y convencía. Mamá amaba a la humanidad. Hablaba bien de todo el mundo para que la respetaran. Y no se comprometía con nadie. Ni con los maridos. Al contrario, rehusaba el matrimonio. Para ella yo era su razón, el primer y único objeto de su vida.

A casa subían los amigos de mamá y yo «buenas, qué tal» y nada más, porque en cuanto llegaba uno, la niña para el cuarto, a jugar, y cuidadito si sacaba un filo de nariz.

Mamá sabía ser una mujer recta y dulce a la vez. No había Dios que la desobedeciera. La misma criada le tenía miedo. Una criada que más que una criada era una amiga, una compañera, y sin embargo todo era: «Diga, señora», «Señora, por favor», «Con el permiso de la señora», «Si la señora lo desea», y así, de modo que yo que era su hija, sangre suya, tenía que vivir aterrada a pesar de que mamá era mi único amor, lo único que yo tenía en el mundo.

A veces yo soñaba que mamá venía con una colcha y me abrigaba y nos dormíamos las dos. Me sentía feliz en ese sueño. Otras veces mamá se hinchaba en la cama y yo me caía al suelo, ¡cataplum!, y ahí me despertaba y no pasaba nada porque yo dormía sola, solita. La costumbre de dormir siempre con una lucecita viene de esos años. Y el diablo son las cosas, porque vieja como estoy, serena y madura, y no me la he podido quitar.

Mamá lo hizo todo por mí. Sacrificó su vida por hacerme una carrera decente y lo logró.

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