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Cacería interplanetaria

Portada del libro Cacería interplanetaria, por Arthur K. Barnes

Resumen del libro:

Un nuevo día en Venus… ciento setenta horas de soportar un calor húmedo y sofocante. Un interminable periodo de monotonía, en las nieblas eternas, que forman constantes remolinos, pegajosos y húmedos, enervantes, cargados de miasmas, vibrando con los secretos murmullos de las mefíticas formas de vida del planeta. Gerry Carlyle y Tomy Strike, con la tripulación de “El Arca” trabajan para el Zoo Interplanetario de Londres, viajando de planeta en planeta, capturando extraños seres y trayéndolos vivos a la Tierra. Usted visitará leyendo CACERIAS INTERPLANETARlAS, Venus, Neptuno, Saturno y Júpiter, con sus diversos satélites y conocerá extraordinarias bestias, tales como el murri, los escarabajos voladores, el hocico de pala, el fantástico felpudo, el gora, el fabuloso caco y docenas de otros raros animales, muchos de los cuales vera Vd. reproducidos en las ilustraciones de este libro.

VENUS

EL LÁTIGO

Este monstruo alcanza una altura de casi cincuenta pies en posición erecta, sobre dos enormes patas macizas. Dos cortas patas delanteras, provistas de garras, y una cabeza larga y estrecha, que recuerda a un lobo terrestre, con dos grandes colmillos y pequeñas orejas, describen al más temible y maligno animal de Venus. Tiene una lengua fina y estrecha de cincuenta pies de longitud afilada como una navaja de afeitar.

ROTIFERO (Comúnmente llamado el busardo de Venus)

Es un animal de color gris, redondo en forma de bola, recubierto por docenas de sólidas cerdas, que le sirven para desplazarse a paso rápido. La boca, semioculta, recoge cualquier cosa con la que toma contacto. Puede decirse que es el basurero del planeta, el recolector de carroña de Venus.

ESCARABAJO ZUMBADOR

Los menudos escarabajos voladores y de estructura blindada de Venus, son tremendamente rápidos en el vuelo, con absoluto desprecio a cualquier objeto con que tropiecen a su paso. Les atrae particularmente el olor del humo del tabaco, y muchas veces, un cazador ha resultado muerto por fumar fuera de un local cerrado.

MURRI (El seudosimio Murri)

Denominados así por el gran explorador, pionero en Venus, Sidney Murray. El murri tiene un cierto parecido con el mono proboscídeo de la Tierra, es de color marrón grisáceo, con escasos pelos en la espalda. Tiene unos grandes ojos pardos y constantemente murmura: «murri… murri… murri».

HOCICO DE PALA

Este monstruo tiene una envergadura de cincuenta pies de largo por veinte de anchura, está provisto de tres pares de cortas y poderosas patas que terminan en unos discos enormemente espatulados. Está recubierto de una piel ruda y espesa. La cabeza forma casi en su totalidad un enorme hocico aplastado cuya abertura mide varios pies de un extremo a otro. De naturaleza herbívora, usa la trompa como una pala para hocicar y remover el terreno en las ciénagas y marismas de Venus, donde se procura su alimento.

* * *

Un nuevo día venusiano… siento setenta horas de soportar un calor húmedo y sofocante. Un interminable período de monotonía, viviendo en las nieblas eternas, que forman remolinos constantes, pegajosos y húmedos, enervantes, cargados de miasmas, vibrando con los secretos murmullos de las mefíticas formas de vida del planeta. Aquello era el acontecer diario de la plúmbea existencia de un comerciante en Venus, seguro solamente bajo el refugio de su puesto de comercio, erigido con zancudos soportes a veinte pies de altura sobre la esponjosa superficie del terreno; pero aburrido hasta el borde de la locura.

Tommy Strike salió de debajo de la ducha antiséptica, principal defensa de los terrestres contra las miríadas de bacterias infecciosas que pululan en el invernadero, que es el planeta Venus.

* * *

Echó mano de una toalla, cambió el dispositivo de refrigeración que había de preservarles durante los cálidos días del planeta, por el sistema de calefacción nocturno, y gritó:

—¡Roy! ¡Despierta! ¡Hoy es el gran día! ¡Los ingleses vienen! ¡Prepárate para el acontecimiento!

Roy Ramson, el ayudante de Strike, apareció tambaleándose y restregándose los ojos.

—¿Ingleses? —farfulló—. ¿Qué ingleses?

—¡Vaya! ¡Gerry Carlyle! El gran Carlyle viene hoy. Y en su navío especial con su tripulación especializada, directamente desde el Zoo Interplanetario de Londres. ¡El famoso «Cógelos-vivos» Carlyle está en marcha y nosotros somos los tipos afortunados elegidos para servirles de guía en su expedición a Venus!

Ramson se rascó una pierna gruesa y peluda y se dirigió bajo la ducha con expresión avinagrada.

—¿Es ésa la gran noticia? —preguntó.

—No pareces mirar con agrado al señor Carlyle —comentó Strike con una risita entre dientes.

—No, desde luego que no. Ya he oído de él todo cuanto tenía que oír. El capturar animales de diferentes planetas y llevarlos al Zoo de Londres, me parece muy bien. Me gustaría a mí mismo semejante ocupación. Pero un individuo que calcula y utiliza tal repugnante cantidad de publicidad en sus negocios, tiene necesariamente que tener mucho de falso en su actuación. —Y se dirigió hacia la radio de onda corta instalada en un rincón de la salita de estar—. Estando tan cerca del Sol, tendremos suerte si captamos un par de programas de la Tierra por día, a través de la interferencias. Y creo que cada uno de ellos traerá algo relacionado con ese condenado Carlyle. «Carlyle se alimenta con cubitos Vita durante su expedición»… «Carlyle fuma cigarrillos sin gérmenes de la marca Suaves»… «Gerry Carlyle bebe el maravilloso y refrescante Alka-lager»… ¡Puaff! Y ahora, se nos ordena trabajar de firme por todo este condenado y chorreante planeta, haciendo todo el trabajo de recoger un buen puñado de ejemplares vivientes de fantásticos animales, para que ellos vuelvan con toda la gloria a casa…

Tommy Strike, se puso a reír de buena gana.

—¡Bah, Roy, mucho ladrar y poco morder! Estoy seguro de que te alegrarás tanto como yo de que algo venga a interrumpir esta espantosa monotonía.

Strike se acabó de vestir con las ropas de día, camiseta y pantalones de un fino material engomado y las inevitables botas de amplia suela para atravesar los traicioneros lugares fangosos y movedizos de la superficie de Venus.

—¿Sí, eh? —replicó Ransom—. Te diré algo sobre esta visita… y tendremos jaleo, ya lo verás. Tan seguro como que has nacido, Tommy, estos tipos vienen aquí para tratar de conseguir dos o tres murris, o así se lo figuran, por lo menos… Y ya sabes lo que eso quiere decir.

A Strike se lo nublaron los ojos. En la advertencia de Ransom se encerraba una gran verdad. La cacería de aquellas extrañas criaturas, llamadas murris, nunca había proporcionado, sino grandes inconvenientes, desde los días de Sidney Murray, el jefe adjunto de la gran expedición Cecil Stanhope-Sidney-Murray, el primero en descubrir aquellos pequeños y extraordinarios animales venusianos.

—Bien —repuso encogiéndose de hombros—, podemos aguantar hasta que esté dispuesto a marcharse y tengamos entonces algo para divertirnos. Puede ser que entonces razone debidamente.

Ransom sacudió la cabeza con disgusto sin pronunciar palabra, ante tan fantástica esperanza.

—De cualquier forma —insistió Strike, determinado a ver las cosas por el lado más amable—, aún en el caso de que haya alguna complicación seria, todo estará terminado en pocos días. Voy al campo de aterrizaje. Estarán al llegar.

Tommy se dirigió al exterior, surgiendo a la irrespirable y tórrida atmósfera, que cegaba la visión de los contornos de las cosas, saturada con el hedor de la putrefacción de aquella hirviente vida vegetal y animal. Los ojos humanos, no podían penetrar más allá de cien pies de distancia en aquella eterna mortaja de niebla, incluso en el caso de que una corriente de aire, la barriera temporalmente, convirtiéndola en celajes blanquecinos de color lechoso. Strike hizo una mueca de desagrado y sin reflexionarlo, llenó y encendió la pipa.

Treinta segundos más tarde, el aire se hallaba poblado con el zumbido agudo de docenas de los fabulosos escarabajos voladores, que estrellaban ciegamente sus pequeños caparazones contra las planchas metálicas de la estación comerciales de los terrestres, atraídos por el olor del tabaco. Strike comprendió su error y se apresuró a apagar y guardar la pipa. No era posible para un hombre, ni disfrutar del placer de fumar, en aquel maldito planeta. Su vida corría un grave riesgo por la terrorífica velocidad del vuelo de aquellos insectos alados, disparados como saetas.

Avanzó algunos pasos más y se puso en seguridad, en la parte posterior de la estación, donde los abandonados tanques de carbonato cálcico, surgían relucientes como gigantes metálicos en la niebla. Hubo una época, en que había sido preciso bombear y esparcir toda aquella substancia en el aeropuerto espacial en miniatura, rodeándolo de una cierta seguridad para que cualquier espacio-nave pudiera tomar contacto con el suelo venusiano Allí, a una gran altura en el aire, existían esparcidos, miles de diminutos inyectores que por su gran afinidad con el agua, creaban un túnel vertical a través de la niebla, que podía localizar el piloto de la nave espacial. Ahora, los modernos adelantos en materia telescópica, habían convertido aquella instalación en algo anticuado.

Strike, paseó deliberadamente a lo largo del sendero paralelo a la antigua tubería principal —los habitantes de la Tierra habían aprendido pronto a no apartarse mucho de los lugares conocidos en semejante atmósfera— y antes de que hubiera cubierto la mitad del camino, sus sensibles oídos captaron el potente silbido de una espacio-nave entrando en la atmósfera del planeta venusiano.

El ruido fue en aumento, hasta hacerse intolerable a través de la niebla, después disminuyó hasta producirse un completo silencio. Se oyó el chocar de metales y unas voces humanas más tarde. Gerry Carlyle y su gente, acababan de llegar a Venus.

Strike aceleró el paso y enseguida franqueó el claro que servía de aeropuerto espacial. Se detuvo para permitir a sus ojos maravillados, recorrer el terreno circundante, sobre aquella visión tan poco frecuente. La espacio-nave famosa de Carlyle, era un increíble monstruo de metal brillante, que ocupaba casi la totalidad del pequeño aeropuerto, elevándose en el aire más allá de donde sus ojos podían ver con claridad en la espesa atmósfera venusiana. Sus claraboyas de cristal verde, brillaban fantásticamente con la luz interior del navío espacial. Éste, era algo inmenso, aproximándose en tamaño a los navíos gigantes que viajaban hasta los límites del sistema solar. Strike no había visto nunca antes tan cerca, una espacio-nave de semejantes proporciones. Sonrió a la vista del nombre pintado en grandes letras: El Arca.

El Arca, desde luego, era uno de los modernísimos elementos de vuelo espaciales, basados en el aprovechamiento de la fuerza centrífuga. En su interior, se hallaba instalado un centrifugador de increíble poder, con millones de diminutos rotores que funcionaban en explosiones de aire comprimido, generando suficiente energía para impulsar aquella gigantesca nave del espacio a tremendas velocidades. El equipo de El Arca, además, era algo de lo que se había hablado por todo el sistema.

Carlyle, apoyado por los enormes recursos del Zoo Interplanetario, había convertido la espacio-nave en un laboratorio flotante, con compartimientos adecuados para las especies capturadas, teniendo cada una, un exacto duplicado de las condiciones de vida de sus planetas de origen. Las invenciones científicas más modernas, se hallaban incluidas en aquella fabulosa instalación, los rayos paralizantes, el telescopio electrónico, la antigravedad y una serie de cosas más de las que Strike sólo tenía una vaga noción de oídas.

Sus cavilaciones se vieron interrumpidas por la aproximación de un hombre brillantemente uniformado, que saludó sonriendo.

—¿Es usted el señor Strike? —preguntó—. Soy el subpiloto Barrows de El Arca y estoy encantado de saludarle. Gerry Carlyle desea verle inmediatamente. Deseamos comenzar el trabajo enseguida.

El día, por lo visto, debía estar lleno de sorpresas para Tommy Strike, y quizá la mayor de todas, fue la que recibió cuando saltó a la escotilla de acceso a la espacio-nave, brillantemente iluminada en su interior. Porque aguardándole allí, con una fría sonrisa en los labios, aparecía la chica más bonita que Tommy hubiese visto jamás en su vida.

—El señor Strike —dijo Barrows a modo de presentación—. La señorita Gerry Carlyle.

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