Cabo de Hornos
Resumen del libro: "Cabo de Hornos" de Francisco Coloane
Cabo de Hornos es una obra maestra de la literatura chilena y universal, escrita por Francisco Coloane en 1941. Se trata de una colección de catorce cuentos que retratan la vida de los hombres y mujeres que habitan el extremo sur del continente americano, enfrentados a la naturaleza salvaje y hostil de la Patagonia, el Cabo de Hornos y los canales australes.
Los relatos de Coloane son una mezcla de aventura, realismo y fantasía, donde los personajes se ven sometidos a pruebas de valor, resistencia y supervivencia, pero también de amor, solidaridad y esperanza. El autor nos muestra la diversidad y riqueza cultural de la región, con sus cazadores de lobos marinos, fareros, buscadores de oro, ovejeros, prófugos, indígenas y extranjeros.
Coloane ha sido comparado con Jack London por su capacidad de crear atmósferas fascinantes y conmovedoras, que nos transportan a un mundo desconocido y mágico. Su estilo es sencillo y directo, pero lleno de belleza y poesía. Cabo de Hornos es un libro imprescindible para los amantes de la buena literatura y de las historias que nos hacen soñar.
Cabo de Hornos
Las costas occidentales de la Tierra del Fuego se desgranan en numerosas islas, entre las cuales culebrean canales misteriosos que van a perderse allá en el fin del mundo, en La Sepultura del Diablo.
Los marinos de todas las latitudes aseguran que allí, a una milla de ese trágico promontorio, que apadrina el duelo constante de los dos océanos más grandes del mundo, en el Cabo de Hornos, el Diablo está fondeado con un par de toneladas de cadenas, que él arrastra, haciendo crujir sus grilletes en el fondo del mar, durante las noches tempestuosas y horrendas, cuando las aguas y las oscuras sombras parecen subir y bajar del cielo a esos abismos.
Hasta hace pocos años, solo se aventuraban por esas regiones audaces nutrieros y cazadores de lobos, gentes de distintas razas, hombres corajudos, que tenían el corazón nada más que como otro puño cerrado.
Algunos de estos hombres han quedado engarzados para toda la vida en esas islas. Otros, desconocidos, acorralados por el látigo del hambre que parece arrearlos de Oriente a Occidente, llegan de tarde en tarde a esas tierras inhospitalarias, donde pronto el viento y la nieve les machetean el alma, dejándoles solo los filos con dureza de carámbano.
Al final de los canales existe un lugar de tenebroso renombre: el presidio de Ushuaia. De las sangrientas evasiones de presidiarios también han quedado regados por las islas, entre los indios, a veces, hombres que han conquistado su libertad a tiro limpio y que no podrán asomar la cabeza por donde haya una luz de justicia.
Nada debe extrañar al hombre de esas tierras: que un barquichuelo se haga a la mar con cuatro marineros y regrese con tres; que un cúter haya desaparecido con toda su tripulación, etcétera. Nada debe extrañarle cuando las pieles y el oro son repartidos proporcionalmente entre los tripulantes…
Al final de esos canales, cercana al Cabo de Hornos, está situada la isla Sunstar.
Los dos únicos habitantes de la isla, Jackie y Peter, están sentados en el umbral del rancho en un inacabable anochecer de diciembre. El rancho es una construcción de dos piezas formadas con troncos rústicos, sobre cuyo techo los líquenes y musgos verdeamarillentos crecen, como una tiesa sonrisa de esa naturaleza agreste, hacia el cielo que, cargado de desgracias, deja caer sus nieves durante la mayor parte del año.
Los cazadores dicen que son hermanos, pero nadie sabe nada; ellos nunca lo han manifestado, como que no abren la boca, sino para la violencia y para engullir.
Jackie tiene la faz impersonal y vaga de un recién nacido. De regular estatura, con un chispeante reflejo en los ojos sumidos en párpados sin pestañas, enrojecidos y tumefactos, parece a veces un gran feto o foca rubia.
Peter es más interesante con sus rasgos de zorro, de felino hipócrita y cansado. A primera vista tiene una actitud apacible, pero en la cabeza de estopa asoleada hay unos mechones turbios, más oscuros, que advierten, sin saberse por qué, de algo sórdido y agresivo que se esconde en su aparente mansedumbre.
Comentan que tienen algunas libras esterlinas guardadas y que están juntando más para irse a sus tierras… ¿A qué tierras? ¿De dónde han venido…?
Nadie sabe el origen de muchos hombres de esos lugares; nadie sabe adónde van a ir a parar. Parecen emergidos de la tierra misma, de esas aguas raras y perdidas en el extremo del orbe.
Hablan una mezcla de español e inglés gutural. Su trato con los indios y la soledad les ha hecho perder el don de hilvanar pensamientos y frases largas. Son entrecortados en su decir y difíciles de entender para los hombre un poco más civilizados que bajan desde Magallanes a buscar las codiciadas pieles.
Después de haber comido un poco de pescado, se han sentado a la puerta a descansar, en medio de la tarde que ya va cayendo con los más extraños reflejos del crepúsculo austral.
Al frente, las aguas del canal están tranquilas y profundas; en el fondo de las ensenadas, circundadas de robles, tienen un color más oscuro, y parecen vagar sobre la tersa superficie vahos de negruras inquietantes.
El silencio es completo, estático y frío.
Jackie lanza un bostezo desde sus quijadas de foca, apoya la cabeza en la mano y mira una nevada montaña, a lo lejos, por detener los ojos en algo. Esa curiosidad no la produce, tan solo, un leve instinto de gozar la belleza.
De pronto, hace un movimiento inquieto y para la oreja en dirección de un ruido que advierte venir de la playa cercana. Primero es un chapoteo como el de una nutria que sale del mar, trepando por los acantilados; después es un suave y tierno despegar de remos en el agua.
Por costumbre de cazador, va a buscar un Winchester al interior de la choza y aguarda en medio de la puerta. Peter también se ha levantado en actitud de espera.
Al cabo de un rato, el mojado ruido cesa, y a poco se oye un abrir de malezas en el robledal que circunda, en parte, al rancho, y ya no les cabe duda: alguien avanza entre los robles bajos y tupidos.
Entre hombre y hombre, nadie allí usa armas. Jackie, con desgano, deja el rifle detrás de la puerta.
Nadie usa armas, porque un cartucho vale una piel de lobo o de nutria; y cuando alguien quiere evitar el molesto reparto de los cueros, se elimina al socio abandonándolo en un peñasco solitario en medio del mar, o basta con un pequeño empujón junto a la borda del celoso cúter, en una noche tranquila, mientras se navega.
Una mancha parda apareció entre el verde del ramaje, y un hombre echado hacia adelante, con la ropa desgarrada y empapada, avanzó al pequeño claro de pampa, como un animal apaleado surgido de una charca.
Los hermanos se miraron; el hombre de detuvo a unos pasos de ellos; alto, magro y noble, a pesar de que en él todo estaba desvalido; renegridos los poblados bigotes y la barba. Levantó la cabeza, y con una extraña mirada de súplica, como si todo él se hubiera azotado contra el suelo, dijo:
—¡Un poco de comida! ¡Vengo arrancando de Ushuaia!
La voz salió rara, como si en todos los días de peripecias no la hubiera usado y ahora no tuviera timbre.
Peter, el de los mechones oscuros en la cabellera de lampazo, movió la cabeza negativamente y, con la mano levantada, indicando el camino por donde el hombre había llegado, dijo tropezando en las palabras:
—¡Vamos! ¡Andando! ¡Lárgate!
El hombre no rogó, sabía que estaba de más; y ya se disponía a volverse, cuando su vista se detuvo fijamente en un montón de cueros de lobeznos, estaqueados junto a las paredes de la choza.
Las pieles más codiciadas por los cazadores son las de lobos de dos pelos; pero los industriales europeos han imitado muy bien esta fina piel con los cueros de los lobitos de un pelo, muertos dentro de los ocho días de su nacimiento y descuerados antes de las veinticuatro horas de haberlos sacrificado.
Esas pieles se conocen con el nombre de popis, y los compradores en Magallanes pagan a razón de cuarenta a cincuenta peniques por cada una.
La abundancia de lobos de un pelo en las regiones antárticas es enorme. La dificultad está en los inaccesibles lugares en que paren las lobas y la duración de la caza, que debe ser, como dijimos, dentro de los ocho días del nacimiento.
—¡Ustedes cazan popis!… —dijo el prófugo con algo en la cara que no alcanzó a ser sonrisa, y continuó—: Yo conozco una caverna, una enorme lobería, donde abundan más popis de lo que se puede cazar.
La cara de Peter se ensanchó, y en los labios apareció una sonrisa, como el oscuro pantano que, en alguna noche plateada, se ilumina igual que la fuente.
—¡Pero, antes, un poco de comer!… ¡Estoy que caigo de hambre! —siguió el prófugo.
—Primero, dinos ¿dónde está la lobería? —exclamó uno.
—¿Han oído ustedes hablar de La Pajarera?…
—¡Sí! Vaya una novedad, ya sabemos que en su interior hay una lobería y que nadie ha podido entrar en esa isla endiablada, porque la boca de la caverna está en pleno océano, llena de peñascos y rompientes.
—¡Eso es!… —dijo el prófugo—. ¡Nadie ha entrado por ahí, pero donde hay pájaros hay lobos, y donde hay lobos, peces!… ¡Antes de salir mar afuera, en el recodo que tiene la isla en la mitad, allí donde nadan y juguetean las manadas de focas, hay una entrada oculta!…
…
Francisco Coloane. Fue un escritor chileno que se destacó por sus novelas y cuentos ambientados en el sur de Chile y la Antártida. Nació en Quemchi, una pequeña localidad de la isla de Chiloé, el 19 de julio de 1910. Su padre era capitán de barcos balleneros y mercantes, y su madre era una campesina. Desde niño, Coloane sintió una gran atracción por el mar y las aventuras que se vivían en las tierras australes.
Su formación escolar fue interrumpida por la muerte de su madre, lo que lo obligó a trabajar desde temprana edad en diversas ocupaciones, como marinero, pastor, lobero y escribiente. En 1931 se enroló en la Armada de Chile y participó en una expedición al buque escuela General Baquedano, que le sirvió de inspiración para su primera novela, El último grumete de la Baquedano, publicada en 1941.
Su obra literaria se caracteriza por retratar la vida de los habitantes del extremo sur de América, sus costumbres, sus leyendas, sus conflictos y sus sueños. Sus personajes son hombres y mujeres que luchan contra la naturaleza hostil y contra sus propios demonios interiores. Su estilo es sencillo, directo y lleno de imágenes poéticas. Algunos de sus cuentos más famosos son Cabo de Hornos, Golfo de penas y Tierra del fuego.
Coloane recibió el Premio Nacional de Literatura en 1964, así como otros reconocimientos nacionales e internacionales. También fue periodista, cronista y viajero incansable. Visitó la Unión Soviética, China, Europa y África. Murió en Santiago el 5 de agosto de 2002, a los 92 años de edad.