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Cabal

Resumen del libro:

En “Cabal”, Clive Barker teje una narrativa oscura e intrigante que sumerge a los lectores en un mundo tenebroso donde lo macabro y lo fantástico se entrelazan de manera magistral. El protagonista, Boone, se encuentra atrapado en una red de engaños tejida por el retorcido doctor Decker, quien lo persuade de haber cometido horribles crímenes. En un giro fascinante, el personaje se embarca en un viaje de autodescubrimiento hacia Midian, un cementerio subterráneo poblado por seres extraordinarios, liderados por el enigmático dios de la Muerte, Baphomet.

La trama se desenvuelve con maestría, mezclando la intriga psicológica con elementos sobrenaturales que mantienen al lector en vilo. Barker utiliza su distintivo estilo, fusionando lo grotesco con lo sublime, para crear un ambiente único e inmersivo. La presencia de personajes como Narcisse, un muerto viviente que guía a Boone hacia Midian, agrega capas de complejidad a la historia, mientras que la relación entre Boone y su amante, Lori, proporciona un toque de humanidad en medio de lo sobrenatural.

La dualidad entre el bien y el mal se manifiesta de manera vibrante a medida que Decker, el antagonista, conspira para destruir tanto a Boone como a Midian. Este enfrentamiento culmina en un encuentro con Baphomet, quien, en un acto simbólico, transforma a Boone en Cabal y lo encarga con la tarea de restaurar lo que ha sido devastado.

Barker, reconocido maestro del horror y la fantasía, despliega su genio creativo en “Cabal”. Su capacidad para explorar lo más oscuro de la psique humana mientras da vida a mundos fantásticos y seres extraordinarios demuestra por qué es una figura central en el género. Con “Cabal”, Barker invita a los lectores a adentrarse en un viaje sobrenatural lleno de misterio, emoción y una profunda reflexión sobre la dualidad inherente en la condición humana. Una obra maestra que desafía las convenciones y deja una huella indeleble en el corazón de quienes se aventuran en sus páginas.

A Annie

“Todos somos animales imaginarios…”
DOMINGO D’YBARRONDO
A Bestiary of the Soul

Primera parte

LOCO

Nací viva. ¿Acaso no es castigo suficiente?
MARY HENDRIKSON,
en su juicio por parricidio.

I. LA VERDAD

Boone sabía ahora que de todas las precipitadas promesas hechas a medianoche en nombre del amor, ninguna era más fácil de romper que: «Nunca te abandonaré.»

Lo que el tiempo no nos roba ante nuestras narices, lo roban las circunstancias. Era inútil esperar otra cosa, inútil esperar que de algún modo, el mundo te deparase algo bueno. Cualquier cosa de valor, cualquier cosa a la que te aferrases por tu salud, se consumiría o te sería arrebatada a largo plazo, y el abismo se abriría tras de ti, como se había abierto ahora para Boone, y de pronto, con una explicación que no duraría más que un abrir y cerrar de ojos, te habrías ido. Al infierno o peor, con las declaraciones de amor y todo lo demás.

Su perspectiva no había sido siempre tan pesimista. Había habido un tiempo —no hacía tanto— en que había sentido cómo el peso de su angustia mental se disipaba. Había menos episodios psicopáticos, menos días en que él sentía como si se le partieran las muñecas en vez de soportar las horas hasta su próxima medicación. Entonces parecía que existiera una posibilidad de ser feliz.

Era esa perspectiva la que había obtenido su declaración de amor, aquel «Nunca te abandonaré» susurrado al oído de Lori cuando yacían en aquel angosto lecho donde él nunca hubiera pensado que cabrían. Las palabras no habían surgido del clímax de la pasión. Su vida amorosa, como muchas otras cosas entre ellos, estaba cargada de problemas. Pero donde otras mujeres habían renunciado, sin poder perdonarle su fracaso, ella perseveró: le dijo que tenían mucho tiempo de mejorarlo, todo el tiempo del mundo. Su paciencia parecía decir: Estaré contigo mientras tú quieras que esté.

Nadie le había ofrecido un compromiso como aquél y él quería ofrecerle algo a su vez. Y fueron aquellas palabras: «Nunca te abandonaré.»

El recuerdo de ellas y del cutis de ella, casi luminoso en la oscuridad de su habitación, y el sonido de su respiración cuando al fin cayó dormida junto a él, todo aquello aún tenía el poder de sobrecoger su corazón y estrujárselo hasta hacerle daño.

El ansiaba liberarse del recuerdo y de las palabras, ahora que las circunstancias le habían arrebatado de las manos cualquier esperanza de realización. Pero no los olvidaría. Permanecerían para atormentarle por su flaqueza. Su leve consuelo era que ella —sabiendo lo que ahora sabría de él—, se estaría esforzando por borrar su recuerdo y que con el tiempo lo lograría. Él sólo esperaba que ella comprendiera que cuando hizo su promesa él no se conocía Nunca se hubiera arriesgado a sufrir aquel dolor si hubiera dudado siquiera que la salud estaba al alcance de su mano.

¡Soñar!

Decker había puesto bruscamente fin a sus ilusiones el día en que cerró la puerta de la oficina, echó las persianas sobre el sol primaveral de Alberta y dijo, en una voz apenas más alta que un susurro:

—Boone, creo que tú y yo tenemos un problema terrible.

Boone vio que Decker estaba temblando, circunstancia difícil de ocultar en un cuerpo tan grande. Decker tenía el aspecto físico de un hombre que se librara de toda la angustia del día sudando en un gimnasio. Ni siquiera sus trajes sastre, siempre color carbón, podían ocultar su volumen. Al principio de trabajar juntos, a Boone le ponía nervioso, le intimidaba la autoridad física y mental del doctor. Ahora temió la falibilidad de su fuerza. Decker era una Roca; era la Razón; era Calmado. Aquella ansiedad chocó contra todo lo que sabía de aquel hombre.

—¿Qué pasa? —le preguntó Boone.

—Siéntate, ¿quieres? Siéntate y te lo explicaré.

Boone hizo lo que se le pedía. En su oficina, Decker era el que mandaba. El doctor se recostó en la butaca de cuero y respiró por la nariz, con los labios curvados hacia abajo.

—Dime… —dijo Boone.

—No sé por dónde empezar.

—Empieza por cualquier parte.

—Pensaba que estabas mejor —dijo Decker—. De verdad. Los dos lo pensábamos.

—Yo aún lo pienso —dijo Boone.

Decker movió levemente la cabeza. Era un hombre de un intelecto notable, pero sus rasgos llenos y apretados apenas lo mostraban, excepto quizá sus ojos, que ahora no miraban a su paciente sino a la mesa que había entre ambos.

—Tú empezaste a hablar en las sesiones —dijo Decker—, de crímenes que creías haber cometido. ¿Recuerdas algo de eso?

—Ya sabes que no —los trances en los que Decker le sumía eran demasiado profundos como para recordar—. Sólo me acuerdo cuando pasas la cinta otra vez.

—No voy a poner ninguna de esas cintas —dijo Decker—. Las he borrado.

—¿Por qué?

—Porque tengo miedo, Boone, tengo miedo por ti —hizo una pausa—. Quizá por los dos.

La grieta se había abierto en la Roca y Decker no podía hacer nada para disimularlo.

—¿Qué crímenes son? —preguntó Boone con tono vacilante.

—Asesinatos. Hablas de ellos obsesivamente. Al principio, creí que se trataba de crímenes soñados. Tú siempre sostienes una violenta lucha en tu interior.

—¿Y ahora?

—Ahora temo que los hayas cometido realmente.

Hubo un largo silencio mientras Boone observaba a Decker, más desconcertado que furioso. Las persianas no estaban del todo echadas. Un rayo de sol se filtraba y caía sobre él y sobre la mesa que les separaba. Encima de la superficie acristalada había una botella de agua inmóvil, dos vasos y un sobre grande. Decker se inclinó hacia delante y lo cogió.

Cabal: Clive Barker

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