Resumen del libro:
«Socorro, siento que la Vida se acerca.»
Marilyn Monroe era puro fuego, sexualidad a flor de piel, romances turbulentos, pero también era una mujer frágil, asustada y repleta de inseguridades que buscaba en otros -en el Ex Deportista, en el Dramaturgo o en el Presidente- ese amor que ella misma se negaba. Una artista superdotada cargada de conflictos, temores y pasiones desatadas; una niña que no dejó de huir hacia delante y que llegó a burlar a la propia muerte para convertirse en leyenda. Tras una exhaustiva documentación, Joyce Carol Oates redibuja la vida interior de Norma Jeane Baker -la pequeña sin padre, la mujer dependiente de tranquilizantes y estimulantes, la actriz y amante malograda- y a su «Amiga Mágica del Espejo», la rubia idolatrada a la que el mundo llegó a conocer como Marilyn Monroe.
Nota de la autora
Blonde es una «vida» radicalmente destilada en forma de ficción y, a pesar de su longitud, el principio de apropiación es la sinécdoque. Por ejemplo, en lugar de los múltiples hogares de acogida en los que vivió Norma Jeane de pequeña, Blonde explora solamente uno, y éste es ficticio; de sus numerosos amantes, crisis médicas, abortos, tentativas de suicidio e interpretaciones cinematográficas, Blonde muestra un grupo selecto y simbólico.
La verdadera Marilyn Monroe llevó una especie de diario y escribió poemas, o fragmentos de poemas. De ellos sólo he incluido dos versos en el último capítulo (¡Socorro! ¡Socorro!…); los demás son falsos. Algunos comentarios del capítulo «Obras completas de Marilyn Monroe» proceden de entrevistas; otros son ficticios. Las últimas líneas de ese capítulo son la conclusión de El origen de las especies, de Charles Darwin. El lector que desee conocer datos biográficos fidedignos de Marilyn Monroe no debería buscarlos en Blonde, que no pretende ser un documento histórico, sino en biografías autorizadas. (La autora ha consultado Legend: The Life and Death of Marilyn Monroe, de Fred Guiles, 1985; Las vidas secretas de Marilyn Monroe, de Anthony Summers, 1986, y Marilyn Monroe: A Life of the Actress, de Carl E. Rollyson Jr., 1986. Otros libros más subjetivos sobre Marilyn como figura mítica son Marilyn Monroe, de Graham McCann, 1987, y Marilyn, de Norman Mailer, 1973.) De los libros consultados sobre política estadounidense, específicamente sobre Hollywood en los años cuarenta y cincuenta, el más útil fue Naming Names, de Victor Navasky. De las obras sobre actuación citadas o aludidas, son verdaderas The Thinking Body, de Mabel Todd; To the Actor, de Michael Chekhov; Un actor se prepara y Mi vida en el arte, de Konstantin Stanislavski, mientras que El manual del actor y la vida del actor y La paradoja de la interpretación son imaginarias. En los capítulos «El colibrí» y «Todos nos hemos ido al reino de la luz» se cita el párrafo final de La máquina del tiempo, de H. G. Wells. Aparecen versos de Emily Dickinson en los capítulos titulados «El baño», «La huérfana» y «Hora de casarse». En «La muerte de Rumpelstiltskin» se incluye un pasaje de El mundo como voluntad y representación, de Arthur Schopenhauer. En «El Francotirador» se parafrasea un párrafo de El malestar en la cultura, de Sigmund Freud. En «Roslyn, 1961» se reproducen párrafos de los Pensamientos, de Blaise Pascal.
Prólogo
3 de Agosto de 1962
Entrega en mano
Ahí venía la Muerte, avanzando presurosa por el bulevar, bajo la mortecina luz sepia.
Ahí venía la Muerte, volando sobre una vulgar y pesada bicicleta de mensajero, como en los dibujos animados.
Ahí venía la Muerte; infalible. Una Muerte imposible de disuadir. Una Muerte con prisas. Una Muerte que pedaleaba frenéticamente. La Muerte, que llevaba un paquete con la inscripción ENTREGA EN MANO, FRÁGIL en un rústico cesto situado detrás del asiento.
Ahí venía la Muerte, abriéndose paso diestramente con su vulgar bicicleta entre el tráfico del cruce de Wilshire y La Brea, donde, debido a reparaciones en la calle, los dos carriles con dirección oeste de Wilshire se habían fundido en uno.
¡Qué Muerte tan rápida! Haciendo morisquetas a los conductores maduros que le tocaban la bocina.
La Muerte burlándose: ¡Vete a la mierda! Y tú también. Como Bugs Bunny adelantando a toda velocidad a los resplandecientes automóviles de último modelo.
Ahí venía la Muerte, sin amilanarse ante el aire enrarecido y contaminado de Los Ángeles; ante el cálido aire radiactivo del sur de California, donde la Muerte había nacido.
Sí, he visto a la Muerte. Soñé con ella la noche pasada y muchas noches antes. No tenía miedo.
Ahí venía la Muerte, tan resuelta. Ahí venía la Muerte, inclinada sobre el herrumbroso manillar de una bicicleta destartalada pero imparable. Ahí venía la Muerte, luciendo una camiseta del Instituto Tecnológico de California, pantalones cortos limpios pero sin planchar, zapatillas de deporte sin calcetines. La Muerte con musculosas pantorrillas cubiertas de vello oscuro. Con una espalda curva como un hueso de codillo. Con la cara llena de granos e imperfecciones de adolescente. La Muerte llena de valor, deslumbrada por la luz del sol que se reflejaba como cimitarras en los parabrisas y la pintura cromada de los coches.
Más bocinazos tras la estela ampulosa de la Muerte. La Muerte con el pelo cortado a cepillo. La Muerte mascando chicle.
La Muerte con su rutina; cinco días a la semana, más sábados y domingos por una tarifa especial. El Servicio de Mensajería de Hollywood. La Muerte que entrega en mano sus paquetes especiales.
¡Ahí venía la Muerte, inesperadamente en Brentwood! La Muerte volando por las estrechas calles residenciales de un Brentwood casi desierto en agosto. Aquí, en Brentwood, la conmovedora futilidad de jardines cuidados al detalle, a cuyo lado pasa la Muerte pedaleando con rapidez. Como un autómata. Alta Vista, Campo, Jacumba, Brideman, Los Olivos. Hacia Fifth Helena Drive, una calle sin salida. Palmeras, buganvillas, rosas rojas trepadoras. El olor a flores podridas. A la hierba agostada por el sol. Jardines vallados; glicinas. Circulares senderos privados. Ventanas con las cortinas echadas para que no entre el sol.
La Muerte que lleva un regalo sin remite para
M. M., OCUPANTE DEL
12305 FIFTH HELENA DRIVE
BRENTWOOD, CALIFORNIA
EE. UU.
LA TIERRA
Una vez en Fifth Helena, la Muerte empezó a pedalear más despacio. Escrutaba los números de la calle. No le había echado un segundo vistazo a la extraña dirección del paquete, curiosamente envuelto en papel de regalo de rayas, como un bastón de caramelo, que parecía haber sido usado antes. Adornado con un lazo de seda blanco pegado a la caja con celo.
El paquete medía dieciséis por dieciséis centímetros y pesaba poco. ¿Como si estuviera vacío? ¿Como si sólo contuviera papel de seda?
No. Al sacudirlo, uno comprobaba que había algo dentro. Quizá un objeto blando, de tela.
Ahí venía la Muerte, a primera hora de la noche del 3 de agosto de 1962, para llamar al timbre del 12305 de Fifth Helena Drive. La Muerte enjugándose su sudorosa frente con la visera de la gorra de béisbol. La Muerte mascando chicle frenéticamente, con impaciencia. Oye pasos en el interior, pero no puede dejar el maldito paquete en la puerta porque necesita una firma. Oye el zumbido de un aparato de aire acondicionado instalado en la ventana. ¿Y acaso una radio dentro? Es una pequeña casa de estilo colonial, una «hacienda» de una sola planta. Paredes de falso adobe, refulgente techo de tejas anaranjadas, ventanas con persianas venecianas cerradas y aspecto polvoriento. Pequeña como una casa de muñecas; nada especial para el barrio de Brentwood. La Muerte llamó por segunda vez, pulsando el timbre con insistencia. Y en esta ocasión abrieron la puerta.
De manos de la Muerte acepté el regalo. Creo que sabía qué era y de quién procedía. Al ver el nombre y la dirección, reí y firmé el recibo sin vacilar.
…