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Blade Runner: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Blade Runner: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Blade Runner: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

Resumen del libro:

En un mundo devastado por la guerra, lleno de restos tecnológicos y bloques de apartamentos vacíos, Rick Deckard es un cazador mercenario, un cazarrecompensas, cuya tarea consiste en retirar de la circulación a los androides rebeldes. Sin embargo, los Nexus-6 son androides con características muy especiales, casi humanas, y no va a ser tarea fácil identificarlos. ‘Blade Runner’ (o ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’) es sin duda una de las mejores obras y la más leída de Philip K. Dick y uno de los puntos de referencia ineludibles de todo el cyberpunk posterior.

CAPÍTULO I

Una alegre y suave oleada eléctrica silbada por el despertador automático del órgano de ánimos que tenía junto a la cama despertó a Rick Deckard. Sorprendido —siempre le sorprendía encontrarse despierto sin aviso previo—, emergió de la cama, se puso en pie con su pijama multicolor, y se desperezó. En el lecho, su esposa Iran abrió sus ojos grises nada alegres, parpadeó, gimió y volvió a cerrarlos.

—Has puesto tu Penfield demasiado bajo —le dijo él—. Lo ajustaré y cuando te despiertes…

—No toques mis controles. —Su voz tenía amarga dureza—. No quiero estar despierta.

Él se sentó a su lado, se inclinó sobre ella y le explicó suavemente:

—Precisamente de eso se trata. Si le das bastante volumen te sentirás contenta de estar despierta. En C sobrepasa el umbral que apaga la conciencia.

Amistosamente, porque estaba bien dispuesto hacia todo el mundo —su dial estaba en D—, acarició el hombro pálido y desnudo de Iran.

—Aparta tu grosera mano de policía —dijo ella.

—No soy un policía. —Se sentía irritable, aunque no lo había discado.

—Eres peor —agregó su mujer, con los ojos todavía cerrados—. Un asesino contratado por la policía.

—En la vida he matado a un ser humano.

Su irritación había aumentado, y ya era franca hostilidad.

—Sólo a esos pobres andrillos —repuso Iran.

—He observado que jamás vacilas en gastar las bonificaciones que traigo a casa en cualquier cosa que atraiga momentáneamente tu atención. —Se puso de pie y se dirigió a la consola de su órgano de ánimos—. No ahorras para que podamos comprar una oveja de verdad, en lugar de esa falsa que tenemos arriba. Un mero animal eléctrico, cuando yo gano ahora lo que me ha costado años conseguir. —En la consola vaciló entre marcar un inhibidor talámico (que suprimiría su furia), o un estimulante talámico (que la incrementaría lo suficiente para triunfar en una discusión).

—Si aumentas el volumen de la ira —dijo Iran atenta, con los ojos abiertos— haré lo mismo. Pondré el máximo, y tendremos una pelea que reducirá a la nada todas las discusiones que hemos tenido hasta ahora. ¿Quieres verlo? Marca… haz la prueba —se irguió velozmente y se inclinó sobre la consola de su propio órgano de ánimos mientras lo miraba vivamente, aguardando.

Él suspiró, derrotado por la amenaza.

—Marcaré lo que tengo programado para hoy. —Examinó su agenda del 3 de enero de 1992: preveía una concienzuda actitud profesional—. Si me atengo al programa —dijo cautelosamente—, ¿harás tú lo mismo? —Esperó; no estaba dispuesto a comprometerse tontamente mientras su esposa no hubiese aceptado imitarlo.

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