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Barrayar

Resumen del libro:

“Barrayar” es una novela de ciencia ficción que forma parte de la serie de Miles Vorkosigan, escrita por Lois McMaster Bujold. Ambientada poco después de los eventos de “Fragmentos de honor”, la historia sigue a Cordelia y Aral Vorkosigan mientras esperan a su primer hijo. Aral se convierte en regente del príncipe Gregor tras la muerte del Emperador Ezar Vorbarra, y su vida se ve trastornada por la necesidad de establecer medidas de seguridad en medio de las amenazas políticas.

Aral se enfrenta a intentos de asesinato, incluido uno que resulta en la muerte de un amigo cercano y en el que su esposa Cordelia se ve afectada. Ella enfrenta una situación complicada durante su embarazo debido a los efectos teratogénicos de un antídoto, pero un método experimental de transferencia in vitro permite que su hijo Miles sobreviva, aunque con huesos frágiles y crecimiento anormal.

El libro aborda las dificultades políticas y personales de Aral y Cordelia mientras luchan por proteger a su familia y mantener la estabilidad en el mundo de Barrayar, enfrentando conspiraciones, golpes de estado y desafíos sociales relacionados con la discriminación hacia las diferencias genéticas y físicas. La historia culmina en un acto audaz de Cordelia para derrotar al líder de un golpe de estado y asegurar la paz en Barrayar, lo que también influye en el futuro de su hijo Miles y su papel en la sociedad. El libro explora temas de identidad, lealtad, superación y la lucha contra prejuicios arraigados. Ganadora del Premio Hugo y nominada al Premio Nébula, “Barrayar” ofrece una mezcla intrigante de ciencia ficción, política y drama personal en el contexto de un vasto universo de ópera espacial.

1

Tengo miedo. La mano de Cordelia apartó la cortina de la sala, en el tercer piso de la Residencia Vorkosigan. Sus ojos se posaron sobre la calle bañada por el sol. Un gran vehículo plateado se acercaba por la calzada que desembocaba en el pórtico principal, pasó ante la reja de seguridad y los arbustos importados de la Tierra. Un coche oficial. La puerta del compartimiento para pasajeros se elevó, y de allí emergió un hombre con un uniforme verde. A pesar de la distancia, Cordelia reconoció al comandante Illyan, como de costumbre sin una gorra que cubriera sus cabellos castaños. Illyan desapareció de la vista bajo el pórtico.

Supongo que no tendré que preocuparme hasta que Seguridad Imperial venga a buscarnos en plena noche. Pero un resto de temor permaneció agazapado en su estómago. ¿Por qué tuve que venir a Barrayar? ¿Qué he hecho conmigo misma, con mi vida?

Unas botas retumbaron en el corredor y la puerta de la sala se abrió con un crujido. El sargento Bothari asomó la cabeza y emitió un sonido de satisfacción al encontrarla.

—Es hora de irnos, señora.

—Gracias, sargento. —Cordelia dejó caer la cortina y se volvió para examinarse por última vez en el espejo colocado sobre la arcaica chimenea. Resultaba difícil creer que la gente del lugar siguiese quemando materia vegetal sólo para liberar calor.

Cordelia alzó el mentón sobre el cuello de encaje blanco de la blusa, acomodó las mangas de su chaqueta color canela y distraídamente rozó con la rodilla la amplia y larga falda que utilizaban todas las mujeres Vor, color canela para hacer juego con la chaqueta. El tono la consolaba, ya que era casi el mismo de su viejo mono de Estudios Astronómicos Betaneses. Cordelia se pasó la mano por los cabellos rojizos, peinados con raya al medio y retirados del rostro con dos peinetas esmaltadas, y los echó hacia atrás sobre los hombros dejándolos sueltos sobre la espalda. Sus ojos grises la observaron desde el rostro pálido del espejo. La nariz era un poco aguileña y el mentón un poco demasiado largo, pero en general era un rostro adecuado, útil para cualquier propósito.

Bueno, si lo que quería era verse exquisita, no tenía más que colocarse junto al sargento Bothari. A su lado él ofrecía un aspecto lamentable con sus dos metros de altura. Cordelia se consideraba una mujer alta, pero su cabeza sólo llegaba al hombro de aquel sargento con rostro circunspecto e introvertido que recordaba el de una gárgola, de nariz ganchuda y rasgos exagerados como los de un criminal, acentuados por su cabello cortado al estilo militar. Ni el elegante uniforme color café del conde Vorkosigan, con los distintivos de la casa bordados en plata, lograban disimular la asombrosa fealdad de Bothari.

Pero es un rostro excelente, sin duda, útil para cualquier propósito.

Un sirviente uniformado. Vaya un concepto. ¿Y a qué servía?

A nuestras vidas, nuestras suertes y nuestro honor, para empezar. Cordelia lo saludó con amabilidad por el espejo con un movimiento de cabeza, y dio media vuelta para seguirlo por el laberinto que era la Residencia Vorkosigan.

Debía aprender a moverse por esa enorme mansión lo antes posible. Era una vergüenza perderse en su propia casa y tener que preguntarle el camino a algún guardia que pasaba o a un criado. En plena noche, envuelta sólo en una toalla.

Yo fui tripulante de una nave. Vamos. Si había podido arreglárselas con cinco dimensiones allá arriba, sin duda sería capaz de entenderse con tres aquí abajo.

Llegaron a una gran escalera curva que descendía tres pisos hasta un vestíbulo pavimentado en blanco y negro. Cordelia siguió los pasos rítmicos de Bothari con un andar ligero. La falda le hacía sentir que estaba flotando, cayendo inexorablemente en paracaídas por la espiral.

Al pie de la escalera, un hombre alto y delgado, apoyado en un bastón, alzó la vista cuando oyó sus pasos. El rostro de Koudelka era tan agradable y simétrico como el de Bothari extraño y estrecho, y esbozó una amplia sonrisa al ver a Cordelia. Ni las arrugas de los ojos y de la boca lograban avejentarlo. Vestía el uniforme verde imperial, idéntico al del comandante de seguridad Illyan, excepto por las insignias. Las mangas largas y el cuello de su chaqueta ocultaban la tracería de finas cicatrices rojas que cubrían la mitad de su cuerpo, pero Cordelia se las imaginó. Desnudo, Koudelka podía servir de modelo en una clase sobre la estructura del sistema nervioso humano, ya que en él cada cicatriz representaba un nervio muerto, extirpado y sustituido por un hilo artificial. El teniente Koudelka todavía no se había acostumbrado del todo a su nuevo sistema nervioso.

Di la verdad. Los cirujanos de aquí son unos carniceros torpes e ignorantes. Sin duda el trabajo no estaba a la altura de los niveles betaneses. Cordelia no permitió que ninguno de sus pensamientos se reflejase en su rostro.

Koudelka se volvió con dificultad hacia Bothari.

—Hola, sargento. Buenos días, señora Vorkosigan.

A Cordelia aún le sonaba extraño su nuevo nombre, ajeno. Le devolvió la sonrisa.

—Buenos días, Kou. ¿Dónde está Aral?

—Él y el comandante Illyan fueron a la biblioteca para decidir el sitio donde se instalará la nueva consola de seguridad. No creo que tarden. Ah. —Asintió con un gesto al oír unos pasos que se aproximaban por el pasillo. Cordelia siguió la dirección de su mirada. Era Illyan, delgado, imperturbable y amable, flanqueado (más bien eclipsado) por un hombre de cuarenta y cuatro años, resplandeciente en su uniforme verde de etiqueta. La razón que la había traído a Barrayar.

El almirante lord Aral Vorkosigan, retirado. Ex retirado, hasta el día anterior. Era indudable que sus vidas habían sufrido un vuelco el día anterior.

Pero puedes apostar a que, de alguna manera, caeremos de pie. El cuerpo de Vorkosigan era robusto y fornido, y su cabellera oscura estaba salpicada de gris. En la mandíbula tenía una vieja cicatriz con forma de L. Avanzaba con energía contenida y sus ojos grises mostraban una expresión de profunda concentración, hasta que finalmente se posaron en Cordelia.

—Te doy los buenos días, señora —le dijo, cogiéndole la mano. El sentimiento era absolutamente franco en sus ojos brillantes como espejos.

En estos espejos parezco hermosa, notó Cordelia con emoción. En ellos me veo mucho mejor que en el de la sala. Debería utilizarlos para verme. La mano fuerte de Aral estaba caliente sobre sus dedos frescos y delgados. Mi esposo. Eso sonaba correcto, se ajustaba con tanta firmeza y suavidad como su mano en la de él, aunque su nuevo nombre, lady Vorkosigan, le seguía pareciendo ajeno.

Por unos instantes, Cordelia observó a Bothari, a Koudelka y a Vorkosigan.

Uno, dos, tres heridos. Y yo, la auxiliar. Los supervivientes. Kou en su cuerpo, Bothari en su mente y Vorkosigan en su espíritu, todos habían sufrido heridas casi mortales en la última guerra con Escobar. La vida continúa. Hay que marchar o morir. ¿Estaremos empezando a recuperarnos, por fin? Ella esperaba que sí.

—¿Lista para partir, mi querida capitana? —le preguntó Vorkosigan. Su voz era la de un barítono, y su acento barrayarés sonaba cálido y ronco.

—Tanto como me es posible, supongo.

Illyan y el teniente Koudelka marcharon adelante. El andar de Koudelka parecía lento y dificultoso comparado con los pasos rápidos de Illyan, y Cordelia frunció el ceño con incertidumbre. Entonces tomó el brazo de Vorkosigan y partió junto a él, dejando a Bothari con sus quehaceres.

—¿Cuál es el programa para los próximos días? —preguntó.

—Bueno, primero está la audiencia, por supuesto —respondió Vorkosigan—. Después veré a algunas personas. El conde Vortala se ocupará de todos los detalles. Dentro de unos días, la Asamblea de Consejos emitirá su voto de consentimiento, y luego seré investido bajo juramento. No hemos tenido un regente desde hace ciento veinte años; Dios sabe qué protocolo habrán de desenterrar y desempolvar.

Koudelka se sentó en el compartimiento del vehículo terrestre, junto al conductor uniformado. El comandante Illyan se acomodó frente a Cordelia y Vorkosigan, en el compartimiento trasero.

Este coche está blindado, comprendió Cordelia por el grosor de la cubierta transparente que se cerraba sobre ellos. Ante una señal de Illyan, el conductor comenzó a avanzar lentamente hacia la calle. Casi ningún sonido lograba penetrar del exterior.

—Regente consorte. —Cordelia saboreó la frase—. ¿Ése será mi título oficial?

—Sí, señora —respondió Illyan.

—¿Y hay deberes oficiales que lo acompañen?

Illyan miró a Vorkosigan, quien dijo:

—Pues, sí y no. Habrá que asistir a muchas ceremonias. Empezando por el funeral del emperador, que será agotador para todos los afectados… excepto tal vez para el mismo emperador Ezar. Todo eso comenzará cuando exhale su último suspiro. No sé si él tiene programado el momento en que ocurrirá, pero no me extrañaría viniendo de su parte.

»El aspecto social de tus deberes dependerá de ti. Conferencias y ceremonias, bodas importantes, onomásticas y funerales, recibir delegaciones de los distritos… relaciones públicas en general. Todo lo que la princesa Kareen cumple con tanto estilo. —Al ver la expresión consternada de Cordelia, Vorkosigan se detuvo y agregó—: O, si lo prefieres, puedes llevar una vida absolutamente reservada. En este momento tienes la excusa perfecta para hacerlo… —Su mano, que la tenía rodeada por la cintura, acarició disimuladamente el vientre todavía plano de Cordelia—. A decir verdad, yo preferiría que no te cansaras en exceso.

»El aspecto político es más importante; me resultaría de gran ayuda si fueras mi vínculo con la princesa viuda y con… con el pequeño emperador. Entabla amistad con ella, si puedes; es una mujer extremadamente reservada. La educación del niño es vital. No debemos repetir los errores de Ezar Vorbarra.

—Lo intentaré —suspiró ella—. Ya veo que será toda una tarea pasar por una Vor barrayaresa.

—No te lo tomes demasiado a pecho. No me gustaría verte forzada. Además, hay otra cuestión.

—¿Por qué será que eso no me sorprende? Adelante.

Él se detuvo, eligiendo las palabras.

—Cuando Serg, el difunto príncipe heredero, llamó al conde Vortala un farsante progresista, no fue del todo un disparate. Los insultos que hieren siempre tienen algo de verdad. El conde Vortala ha intentado formar su partido progresista sólo en las clases superiores. Entre la gente que importa, como diría él. ¿Notas la pequeña discontinuidad en su forma de pensar?

—Sí, es tan pequeña como el cañón Hogarth, allá en casa.

—Tú eres una mujer betanesa de renombre en toda la galaxia.

—Oh, vamos.

—Así es como te ven aquí. Creo que tú no eres muy consciente de ello. En realidad, es muy halagador para mí.

—Esperaba ser invisible. Pero no creo que sea tan querida después de lo que hicimos a vuestro bando en Escobar.

—Es nuestra cultura. Mi gente le perdona casi cualquier cosa a un soldado valiente. Y en tu persona se reúnen las dos facciones opuestas: la aristocracia militar y los plebeyos pro galácticos. Realmente, creo que a través de ti podría ganarme a una buena parte de la Liga de Defensa Popular, si estuvieras dispuesta a jugar mis cartas.

—Por Dios, Aral. ¿Desde cuándo estás pensando en esto?

—En el problema, desde hace mucho. En ti como parte de la solución, hoy mismo.

—¿Qué, en proponerme como falso caudillo para alguna clase de partido constitucional?

—No, no. Eso es justamente lo que debo tratar de evitar, según el juramento que estoy a punto de prestar. Faltaría al espíritu de mis votos si entregara al príncipe Gregor un imperio vacío de poder. Lo ideal… lo ideal sería encontrar alguna manera de reclutar a los mejores hombres de cada clase, grupo idiomático y partido al servicio del emperador. Los Vor no cuentan con la capacidad suficiente. Hay que hacer que el Gobierno sea como lo mejor de las fuerzas armadas, valorando la capacidad sin preocuparse por los antecedentes. El emperador Ezar trató de hacer algo similar, fortaleciendo los ministerios a expensas de los condes, pero llegó demasiado lejos. Los condes han perdido poder y los ministerios están corrompidos. Debe haber alguna forma de lograr un equilibrio.

Cordelia suspiró.

—Por lo que veo, no tendremos más remedio que reconocerlo: discrepamos en lo que se refiere a constituciones. A mí nadie me ha designado regente de Barrayar. Sin embargo, te lo advierto… trataré de hacerte cambiar de idea.

Illyan alzó las cejas ante sus palabras. Cordelia se reclinó contra el respaldo con languidez y observó cómo la capital de Barrayar, Vorbarr Sultana, pasaba frente a sus ojos. Ella no se había desposado con el regente de Barrayar, cuatro meses atrás. Se había casado con un simple soldado retirado. Sí, se suponía que los hombres cambiaban después del matrimonio, por lo general para peor, ¿pero tanto? ¿Tan pronto?

Mis votos no me comprometían a esto, señor.

—Ayer el emperador Ezar dio una muestra de gran confianza al designarte regente. No me parece un pragmático tan despiadado como tú me habías hecho creer —observó.

—Bueno, es una muestra de confianza, pero movida por la necesidad. Tus palabras evidencian que no has comprendido lo que significa la asignación del capitán Negri a la Residencia Imperial.

—No, ¿significa algo?

—Desde luego, el mensaje es muy claro. Negri continuará en su antiguo puesto como jefe de Seguridad Imperial. Por supuesto que no presentará sus informes a un niño de cuatro años, sino a mí. De hecho, el comandante Illyan sólo será su asistente. —Vorkosigan e Illyan intercambiaron una mirada levemente irónica—. Pero en caso de que yo enloqueciera y quisiera apoderarme del poder imperial, sin lugar a dudas Negri se mantendría leal al emperador. Si eso llegara a ocurrir, tiene órdenes secretas de eliminarme.

—Oh. Bueno, te garantizo que no tengo ningún deseo de convertirme en emperatriz de Barrayar. Te digo esto por si tenías alguna duda.

—No la tenía.

El vehículo se detuvo ante una reja en un muro de piedra. Cuatro guardias los inspeccionaron minuciosamente, revisaron los pases de Illyan y les permitieron entrar. Todos esos guardias allí, y en la Residencia Vorkosigan… ¿contra qué los protegían? Contra otros barrayareses, seguramente, en ese panorama político tan fraccionado. El viejo conde había empleado una frase muy barrayaresa que a ella le había parecido graciosa, pero ahora la recordó con inquietud. Con todo este estiércol, debe de haber un poni en alguna parte. Los caballos eran prácticamente desconocidos en Colonia Beta, con excepción de unos pocos ejemplares en los zoológicos.

Con todos estos guardias… Pero si yo no soy enemiga de nadie, ¿cómo es posible que alguien me quiera mal?

Illyan, quien parecía algo nervioso, se dirigió a ellos.

—Señor —dijo a Vorkosigan en forma vacilante—, yo sugeriría… incluso le rogaría que reconsiderara la posibilidad de instalarse aquí, en la Residencia Imperial. Los problemas de seguridad… mis problemas —esbozó una sonrisa tensa con la cual sus facciones planas adoptaron un aspecto de cachorro— serían mucho más fáciles de controlar aquí.

—¿En qué habitaciones ha pensado? —preguntó Vorkosigan.

—Bueno, cuando… cuando Gregor asuma el título, él y su madre se mudarán a las habitaciones del emperador. Entonces las de Kareen quedarán vacías.

—Las del príncipe Serg, quiere decir. —Vorkosigan frunció el ceño—. Preferiría fijar mi domicilio oficial en la Residencia Vorkosigan. Mi padre pasa cada vez más tiempo en la casa de campo Vorkosigan Surleau, y no creo que le moleste verse desplazado.

—Lo siento señor, pero no puedo apoyar esta idea. Mi punto de vista se basa estrictamente en cuestiones de seguridad. Se encuentra en la parte antigua de la ciudad. Las calles están llenas de madrigueras. En la zona hay al menos tres redes de viejos túneles, y hay demasiados edificios altos desde los cuales se puede vigilar toda el área. Para lograr una protección superficial necesitaré al menos seis patrullas en servicio permanente.

—¿Tiene los hombres?

—Bueno, sí.

—Entonces nos quedaremos en la Residencia Vorkosigan. —Al ver la expresión decepcionada de Illyan, el almirante lo consoló—. Tal vez no sea un buen sitio para la seguridad, pero es excelente para las relaciones públicas. Con ello la nueva regencia tendrá un aire de… de humildad militar. Es posible que ayude a disminuir la paranoia acerca de un golpe palaciego.

Y allí estaban, en el palacio en cuestión. Por su despliegue arquitectónico, la sede imperial hacía que la Residencia Vorkosigan pareciese pequeña. Las grandes alas se elevaban cuatro pisos, y su altura quedaba acentuada por torres aisladas. En diversas épocas se habían efectuado añadidos que unían las alas creando patios vastos e íntimos a la vez, algunos con proporciones adecuadas y otros con un aspecto algo casual.

La fachada del este era la que gozaba de un estilo más uniforme, cubierta de tallas en piedra. El lado norte era más irregular, entrelazado con complejos jardines formales. El sector oeste era el más antiguo, y en el sur se encontraba la construcción más reciente.

El vehículo se detuvo en una terraza de dos pisos sobre el lado sur, e Illyan los condujo por una ancha escalinata custodiada hasta unas amplias habitaciones en el segundo piso. Todos subieron lentamente, siguiendo los pasos torpes del teniente Koudelka, quien se volvió hacia ellos frunciendo el ceño a modo de disculpa, y luego inclinó la cabeza nuevamente con gran concentración… ¿o era vergüenza?

¿Este lugar no dispone de un tubo elevador?, se preguntó Cordelia con irritación. Al otro extremo de aquel laberinto de piedra, en una habitación con vista a los jardines del norte, había un anciano pálido y consumido que agonizaba en su enorme cama ancestral…

En el amplio pasillo superior, suavemente alfombrado, decorado con pinturas y mesas llenas de baratijas —obras de arte, supuso Cordelia— encontraron al capitán Negri hablando en voz baja con una mujer que lo escuchaba con los brazos cruzados. Cordelia había conocido al famoso jefe de Seguridad Imperial el día anterior, después de que Vorkosigan mantuviera su histórica entrevista con el agonizante Ezar Vorbarra. Negri era un hombre fuerte, de rostro duro y cabeza en forma de bala. Había servido con fidelidad a su emperador durante casi cuarenta años y era una leyenda siniestra con ojos inescrutables.

Ahora se había inclinado sobre su mano y la llamaba «señora» como si realmente la respetara, o al menos sin más ironía que la que infundía a cualquiera de sus comentarios. La mujer rubia que lo acompañaba (¿o era una niña?) estaba vestida con ropas normales de civil. Era alta y muy musculosa, y se volvió para observar a Cordelia con gran interés.

Vorkosigan y Negri intercambiaron un breve saludo. Los dos hombres se conocían desde hacía tanto tiempo que ya no necesitaban recurrir a las formalidades.

—Y ella es la señorita Droushnakovi —añadió Negri, señalándola con la mano.

—¿Y cuál es su cargo? —preguntó Cordelia con cierta desesperación. Todos parecían estar siempre bien informados por allí, aunque Negri tampoco había presentado al teniente Koudelka; Droushnakovi y Koudelka se miraron de soslayo.

—Estoy al servicio de los aposentos imperiales, señora. —Droushnakovi inclinó la cabeza ante ella, casi una reverencia.

—¿Y a quién sirve? Además de a los aposentos.

—A la princesa Kareen, señora. Ése es sólo mi título oficial. Soy una guardaespaldas a las órdenes del capitán Negri. De primera categoría. —Resultaba difícil determinar cuál de los dos títulos le proporcionaba más orgullo y placer, pero Cordelia sospechaba que era el último.

—Si él le ha otorgado tanta jerarquía, será usted muy competente.

—Gracias, señora. Lo intento —respondió con una sonrisa.

Barrayar: Lois McMaster Bujold

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