Resumen del libro:
Arthur Conan Doyle, conocido principalmente por crear al inmortal detective Sherlock Holmes, también incursionó en la ciencia ficción con el personaje del excéntrico profesor Challenger. Aunque no alcanzó la fama de Holmes, Challenger representa una faceta diferente del genio creativo de Doyle. Con un carácter vehemente, un desprecio absoluto por las convenciones sociales y una personalidad que bordea la megalomanía, Challenger es un héroe atípico, pero inolvidable. En este volumen, Las aventuras del profesor Challenger, Doyle retoma la fórmula de éxito de El mundo perdido y ofrece nuevas peripecias cargadas de acción, humor y reflexión.
El libro reúne tres relatos donde el excéntrico científico se enfrenta a fenómenos extraños y situaciones apocalípticas. En “La zona ponzoñosa”, Challenger descubre un área de la Tierra donde el aire es letal, una amenaza para la humanidad que desafía tanto la ciencia como la moral. En “El día que la Tierra aulló”, el profesor nos conduce a un descubrimiento aún más radical: la idea de que la Tierra misma es un organismo vivo, un concepto que pone en duda todo lo que se cree saber sobre nuestro planeta. Finalmente, en “La máquina desintegradora”, Challenger se enfrenta a los peligros de la tecnología avanzada, cuando un científico inventa un aparato capaz de desintegrar materia, planteando preguntas sobre el progreso y sus posibles consecuencias destructivas.
El profesor Challenger destaca por su compleja personalidad: es temperamental, arrogante y misántropo, pero, de algún modo, su terquedad y su devoción por la ciencia logran hacerle simpático a los lectores. Su desprecio por los periodistas y sus comentarios racialmente desafortunados lo vuelven un personaje que, pese a todo, no deja de fascinar por su intensidad. Al igual que en El mundo perdido, Doyle utiliza a personajes secundarios como el escéptico profesor Summerlee, el valiente Lord Roxton y el periodista Malone para contrastar y subrayar los rasgos de Challenger. Son los aliados que sirven de eco al protagonismo del científico, y su presencia en estos relatos aporta dinamismo y variedad a la narración.
Con Las aventuras del profesor Challenger, Arthur Conan Doyle ofrece una obra cargada de aventuras y desafíos científicos, pero también una crítica implícita a las arrogancias del saber y los peligros del progreso desmedido. Aunque la figura de Challenger está lejos de ser convencional, su resistencia a la autoridad, su búsqueda de la verdad y su reticencia a aceptar lo establecido lo convierten en un héroe singular. Doyle demuestra nuevamente su capacidad para entretener mientras nos invita a reflexionar sobre el hombre y su lugar en el universo.
La borrosidad de las líneas
Resulta imperioso que deje testimonio de tan asombrosos acontecimientos ahora que aún los tengo frescos en la memoria y puedo describirlos con una exactitud de detalles que el tiempo podría difuminar. Pese a ello, al realizar lo que me propongo, me siento abrumado por el sorprendente hecho de que haya sido nuestro reducido grupo del Mundo Perdido, es decir, el profesor Challenger, el profesor Summerlee, lord John Roxton y yo, el que haya pasado por una experiencia tan singular.
Qué lejos estaba de imaginarme hace algunos años, cuando publicaba en la Gaceta Diaria mis reportajes sobre nuestro viaje por Sudamérica, viaje que marca de por sí una época, que volviese jamás a tocarme la tarea de hablar de otra vicisitud personal todavía más extraña, de un acontecimiento único en los anales de la Humanidad, que quedará en los anales de la Historia como una montaña altísima entre las humildes colinas que la rodean. El acontecimiento parecerá siempre asombroso, pero la extraordinaria circunstancia de que nosotros cuatro estuviésemos juntos en el momento de ocurrir tan asombroso episodio, se produjo del modo más natural y, a decir verdad, inevitable. Describiré los hechos que nos condujeron a aquella situación de la manera más breve y clara posible, aunque comprendo perfectamente que cuanto mayor sea la cantidad de detalles que aporte, mayor será la satisfacción del lector, porque la curiosidad del público ha sido y sigue siendo insaciable.
El viernes, día 27 de agosto, fecha por siempre memorable en la historia del mundo, me presenté en la redacción de mi periódico y pedí tres días de permiso de ausencia a míster McArdle, que seguía estando al frente de la sección de noticias. El querido viejo escocés movió negativamente la cabeza, se rascó su flequillo de pelusa rojiza cada vez más ralo y acabó expresado verbalmente su negativa.
—Míster Malone precisamente, tenía el propósito de darle estos días un trabajo especial. Creo que hay un asunto que únicamente usted podría manejarlo como es debido.
—Realmente lo siento —dije, tratando de disimular mi desencanto—. Pero dado que me necesita, no hay más que hablar. Sin embargo tenía un compromiso importante. Si pudiese usted prescindir de mí…
—Pues no, la verdad es que no puedo.
Aquello me contrariaba, pero no tuve más remedio que poner a mal tiempo buena cara. Después de todo, la culpa era mía, porque por aquel entonces ya debería saber que todo periodista no tiene derecho a hacer planes sin contar con su redactor jefe.
—Siendo así, dejaré de lado mi compromiso —le contesté con toda la amabilidad que me fue posible improvisar—. ¿Y qué es lo que usted desea encargarme?
—Verá, se trata de encargarle una entrevista con ese diablo de hombre que vive en Rotherfield.
—¿No se referirá usted al profesor Challenger? —exclamé.
…