Resumen del libro:
«Aurora roja» cierra la trilogía «La lucha por la vida». Los otros dos volúmenes, «La busca» y «Mala hierba», están publicados en esta misma colección. La trilogía relata la historia de Manuel, desde su llegada a Madrid hasta su inserción en la sociedad como obrero adulto, primero, y como industrial, después; cada una de las tres novelas comprende una de las fases de la vida del muchacho, el largo proceso por el que pasa hasta hacerse un sitio en la sociedad. «Aurora roja« se ocupa de los años en los que Manuel, ya establecido como impresor, siente ciertas inquietudes sociales en el entorno anarquista de principios del siglo XX. Manuel ya no es aquel joven abúlico y ocioso llevado por unos y otros en las dos novelas anteriores. Ahora asiste regularmente a su trabajo y lucha por convertirse en un honrado industrial. Quiere ser dueño de su propia empresa. Sigue formándose su personalidad y va teniendo un criterio definitivo sobre el mundo que le rodea.
HABÍAN SALIDO los dos muchachos a pasear por los alrededores del pueblo, y a la vuelta, sentados en un pretil del camino cambiaban a largos intervalos alguna frase indiferente.
Era uno de los mozos alto, fuerte, de ojos grises y expresión jovial; el otro, bajo, raquítico, de cara manchada de roseolas y de mirar adusto y un tanto sombrío.
Los dos, vestidos de negro, imberbe el uno, rasurado el otro, tenían aire de seminaristas; el alto, grababa con el cortaplumas en la corteza de una vara una porción de dibujos y de adornos; el otro, con las manos en las rodillas en actitud melancólica, contemplaba, entre absorto y distraído, el paisaje.
El día era de otoño, húmedo, triste. A lo lejos, asentada sobre una colina, se divisaba la aldea con sus casas negruzcas y sus torres más negras aún. En el cielo gris, como lámina mate de acero, subían despacio las tenues columnas de humo de las chimeneas del pueblo. El aire estaba silencioso; el río, escondido tras del boscaje, resonaba vagamente en la soledad.
Se oía el tintineo de las esquilas y un lejano tañer de campana. De pronto resonó el silbido del tren; luego, se vio aparecer una blanca humareda entre los árboles, que pronto se convirtió en neblina suave.
-Vámonos ya -dijo el más alto de los mozos. -Vamos -repuso el otro.
Se levantaron del pretil del camino, en donde estaban sentados, y comenzaron a andar en dirección del pueblo.
Una niebla vaga y melancólica comenzaba a cubrir el campo. La carretera, como cinta violácea, manchada por el amarillo y el rojo de las hojas muertas, corría entre los altos árboles, des- nudos por el otoño, hasta perderse a lo lejos, ondulando en una extensa curva. Las ráfagas de aire hacían desprenderse de las ramas a las hojas secas, que correteaban por el camino.
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